Glassy

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Finn.

Finn

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Dios, no podría creerlo

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Dios, no podría creerlo.

Estaba feliz. Genuinamente feliz.

Como si de magia se tratara, como si un hechizo hubiera envuelto mi vida entera, todo estaba yendo de maravilla. Y no me refiero a haber tenido un buen despertar o una hermosa y humeante taza de café amargo en una mala mañana. No, me refería a que había conseguido una audición, una nueva sesión fotográfica y mamá había accedido a cambiar mi guitarra por una nueva.

Como era de esperarse, la sonrisa no podía abandonar mi rostro.

Me acomodé mejor el gorro de lana sobre mi cabeza, y me despedí rápidamente de mamá. Mi nuevo regalo ya estaba seguro dentro del auto, y aunque mamá me había reclamado sobre lo caro que era, ella también estaba contenta, supongo que porque yo lo estaba. No había vuelto a terapia, no había sufrido de ataques... estaba mejorando.

Nunca pensé que lo diría.

Tomando las precauciones usuales, sin dejar nunca de sentir algo de miedo por la posibilidad de ser reconocido, caminé calle abajo con intenciones de conseguirnos a mamá y a mí un par de buenos cafés. Ella era muy, muy friolenta y yo... bueno, yo sólo quería entrar en la cafetería.

Y ver a Mellea.

Mellea.

La verdad no había pensado en ella desde hace bastantes días. Me parecía extraño, pues por un momento prolongado del mes ella no había dejado mi cabeza. Llegué a pensar que me gustaba, porque cada vez que tenía un momento libre ella aparecía, toda asentimientos fríos y bufidos molestos, y ya no se trataba sólo de ese tonto juego de distracción que había sido al principio. Como sea, tan repentinamente como vino se fue, y me dejó como sin recuerdo de su rostro. Hasta que claro, comencé a caminar hacia el café.

El buen humor disipó todo rastro de nerviosismo al entrar y hacer resonar la campanilla de la puerta. Estaba casi vacío, como siempre, pero esta vez... contaba con una iluminación lúgubre –las bombillas del techo habían desaparecido, ¿estaban reemplazándolas?– y algo grisácea que me hizo pensar en catacumbas y en ese personaje ficticio tan famoso, que provenía de Rumania. Fruncí el ceño y me apoyé en el mostrador, en espera de que alguien apareciera y me permitiera tener una cálida bebida. Pero no apareció nadie. Y, estando solo, comencé a asustarme.

Usualmente no tendría miedo en un lugar así. No era tétrico, de hecho tenía una faceta amigable. Pero había algo, quizás en la oscuridad de la esquina derecha y en el piso muy bien pulido, o tal vez en el aroma dulce de las chucherías que yacían en cámaras de refrigeración. El zumbido constante de las máquinas, la pálida luz del atardecer invernal que entraba por el ventanal...

–Hola, ¿en qué puedo ayudarte?

Como todo un ser humano normal, al escuchar una voz rasposa detrás de mi nuca, salté del miedo, lancé manotazos y retrocedí todo lo que pude. Eché abajo canastas con bolsitas de azúcar y palillos para revolver café, un frasco plástico de propinas y una alcancía de cartón vetusto cuyo propósito era recaudar fondos para los niños con cáncer. También grité, con una agudeza que me podría haber servido al cantar, pero que se desperdició en el caos de tres segundos que duró mi pequeño ataque de pánico.

–Santa cucaracha, me asustaste.– apreté los labios en una línea y me cubrí los ojos con mis palmas, tratando de esconder mi vergüenza y de esquivar la risueña mirada del tal Mic, quien se sobaba una mejilla pues al parecer lo había arañado. Cuando me decidí a abrir los ojos, él ya no se estaba riendo y y no estaba más asustado.

–Lo noté.– sonrió, señalando el desastre del suelo y mis manos, aún temblorosas por alguna razón. Tragué con fuerza, tratando de desaparecer ese molesto nudo en mi garganta, y luego carraspeé, decidido a disculparme y a arreglar el desastre que yo mismo había provocado.

–Yo...

–¿Qué pasó?– apareció de algún lado la chica que había ocupado la mayor parte de mis pensamientos, caminando rápidamente hacia su aparente amigo. Estaba abrochándose el delantal detrás de la espalda, pero debido a que su atención estaba centrada en Mic, tiró de la cuerda hasta formar un nudo ciego.

Ay.

–¿Te hizo algo, Mic?– volteó hacia él, observando con atención el fino y rojizo rasguño que yacía sobre una de sus mejillas, fruto de mi torpeza y uñas largas. Entonces sus hombros se tensaron, y su mano se extendió hasta casi tocar la piel de Mic, temblorosa de... rabia.

–Mellea, no pasa nada...– susurró él, negando con fuerza, luciendo súbitamente nervioso en su intento de calmarla. Entonces Mel Gibson me miró a los ojos, por sobre su hombro, y sentí que todo el mundo se contraía y me aceleraba el corazón.

Su mirada era tan ardiente de cólera, tan ácida de veneno, oscura de maldiciones y mortal, que no pude retener el escalofrío involuntario que me recorrió de pies a cabeza, y que me hizo retroceder un paso casi sin darme cuenta. Temí, en ese momento, que ella se abalanzaría sobre mí y me arrancaría los ojos con sus uñas relucientes de esmalte negro mal aplicado.

–Vete. No vuelvas a tocarlo, o te las verás conmigo.– susurró, firmemente, como si supiera que sus palabras no eran vacías. Su mirada hirsuta, sus labios apretados indicaban que me golpearía, de seguro, eso si no escondía una navaja entre los pliegues de su cabello.

–Oye, no...

–Mel, no es lo que parece...

Ambos hablamos al mismo tiempo y ambos nos detuvimos cuando ella chasqueó la lengua y volteó por completo, quedando nosotros frente a frente. Sólo en ese momento noté que era casi de mi altura, que unos escasos centímetros nos separaban, y que sus ojos estaban tan cerca de los míos que podía ver mi propio reflejo; mi rostro asustado, mis labios temblorosos, todo sumergido en la negrura de sus pupilas y en los reflejos vidriosos de sus orbes neblinosos.

El pánico de estar involucrado en algo que no se puede descifrar del todo, y de tener a una chica como ella, furiosa, tratando de defender a su amigo de uno, siendo que no se ha hecho nada malo, me golpeó como una ola gigantesca y me atiborró la garganta de picores y palabras que no vieron la luz. Quise decirle que era un malentendido y que no podía comprender por qué estaba siendo tan agresiva, pero no pude soportar el quemar de su mirada ni el incesante martillear de mi corazón contra de mis costillas. Sentía que iba a vomitar en cualquier momento, no sabía si de rabia por ser acusado en falso, o de terror puro.

Supe que cualquier excusa que pudiera decir sería en vano, pues ella estaba decidida a echarme como fuera posible. Miré una última vez a Mic, escondido tras de ella, con una mueca de susto y los dedos aferrados al brazo de Mellea, reteniéndola. Rogué porque él le explicara más tarde, pues no me quedaría a presenciarlo.

Salí tan rápido como me lo permitieron mis piernas temblorosas, y cuando llegué con mamá no pude darle otra excusa más que la cafetería estaba siendo remodelada. Sé que no me creyó, pero tampoco iba a preguntarme nada.

Mis ojos vidriosos la detuvieron.

#f#

Mellea... why u GOTTA BE LIKE THAT?!

cómo están, gente preciosa? espero que salgan luego de vacaciones, por su propia salud mental :[

Mucho amor,

Silk.

ᴄᴏғғᴇᴇ ♡ ғɪɴɴ ᴡᴏʟғʜᴀʀᴅDonde viven las historias. Descúbrelo ahora