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¿No les pasa que se levantan y la vida les da una patada en la cara?
Pues a mí sí. Literalmente me desperté con una patada en la cara.
El responsable de mi dolor al masticar y al hablar; ah, adivinaron. Nick.
La explicación es simple. Nos quedamos dormidos en mi cama, los dos apretados como sardinas en una lata, porque habíamos visto una antigua película de terror y al estúpido le daba miedo caminar por sobre la alfombra; creía que una mano siniestra iba a aparecer de la nada y lo arrastraría al más allá. Como si en el infierno soportaran su olor a queso, Dios.
La cosa es que Nick se mueve mucho al dormir, y por las cosas de la vida terminó durmiendo con la cabeza a los pies de la cama. Por supuesto, al despertar, se estiró y me golpeó con una fuerza apoteósica. Fue tanta la impresión, que espabilé de inmediato, y le arañé la pierna. Tenía las uñas largas y me daba algo de pereza cortármelas... él me arañó de vuelta y...
Mamá nos regañó a los dos, y nos quedamos sin tocino de paso.
–Gracias, hermano. Por tus méritos ahora me voy a desmayar. ¿Sabes que el desayuno es la comida más importante del día?– alcé una ceja mientras me abrochaba el cinturón de seguridad. Hoy Nick no debía trabajar ni ir a citas con su novia, así que podía llevarme a la audición del nuevo proyecto en el que estaba interesado.
