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Oficialmente ya era víspera de navidad, y yo no podía estar más estresada.
Me había propuesto a principios de año una serie de objetivos casi inalcanzables que se supone me ayudarían a ser mejor persona. Los había escrito en un papel, el mismo que había olvidado en el fondo de mi cajón de ropa interior al instante después de plasmarlos.
Pero esta mañana, mientras me preparaba para trabajar –estaba de vacaciones en la escuela, pero no en el café–, encontré el cuadrado perfectamente doblado, bajo mis bragas de gatos espaciales. Y el sólo verlo me provocó un escalofrío y un ataque de náuseas.
Posteriormente, en mi descanso de quince minutos, me decidí a abrir el papel y a leerlo mientras devoraba mis galletas libres de gluten. Fue una mala idea, pues al instante mi letra desordenada captó toda mi atención, y volvió a generarme ese molesto nudo en a boca del estómago. A continuación lo que decía:
–Dejar de enojarme por todo. –Ser más amable con papá. –Llamar a mamá más seguido. –Darle un buen regalo de cumpleaños a Dan. –Mejorar en deportes. –No rodar tanto los ojos. –Decirle a Amber que es la mejor amiga más seguido. –Ser amable con al menos un extraño.
Obviamente, ante el recuerdo de mi muy estúpido ex y la mención de todas las cosas que detestaba hacer, no reaccioné muy bien. Entendí que tratar de cumplir tal cantidad de objetivos antes de año nuevo era imposible, con sus nueve letras; no podía cambiar mi temperamento, papá era un idiota, mamá estaba ocupada, Dan y yo no estábamos juntos, era muy sedentaria como para hacer deportes, rodar los ojos era lo mejor, Amber ya no iba a la escuela, y ser amable con un extraño... ¿Por qué había escrito eso?
