Capitulo II

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2 de Febrero: nuevamente, mis padres están peleándose, y yo estoy escondido en mi armario, escuchando a mi mamá llorando, y a mi papá dándole golpes sin parar, una y otra y otra y otra vez...

Por favor, papá, detente.

3 de Febrero: cuando yo tenía 8 años, mi mejor amiga, o mejor dicho la única, tenía 13 años, era la persona que más quería, la persona en que más podía confiar.

- ¿Por qué no te vas de allí?

- Pero, ¿A dónde iría después?

- Ven a mi casa, yo cuidare de ti.

Ese día fue el último día que la vi a ella, el peor día de mi vida, el día cuando perdí parte de mi ser, mi personalidad, mi todo.

Estábamos en la escuela, en el receso, le había contado de las continuas peleas de mis padres, del sufrimiento de esa casa, ella, preocupada por mí, propuso que me quedara en su casa, que me cuidaría bien, decía que sus padres son cariñosos, que me aceptarían sin dudarlo. Habíamos hasta planeado como fugarme, y lo haría esa misma noche.

Fue un gran error.

Ya a la medianoche, ella me esperaba fuera de mi casa, escondida de los frondosos matorrales, esperando que saliera para acompañarme. Yo solo abrí la ventana y, aun en pijama, salte hacia los arbustos, pensando, inocentemente, como cualquier niño, que me amortiguarían la caída, resultando en una fractura de rodillas, las tenía destrozadas.

Mi llanto interminable por el dolor insoportable, levanto a mis padres, encendieron las luces y mi papá bajo rápidamente al patio, soltando al perro, un perro agresivo, que solo buscar agredir, morder, desgarrar. El maldito perro ataco a la niña, destrozándole las piernas, mientras que yo, con toda mis fuerzas, pedía auxilio, gritaba y gritaba, no venía nadie, solo estaba mi padre, parado en la entrada, sin hacer nada, solo observaba, con una mirada vacía, la mirada de un desalmado, de alguien que no siente nada por nadie.

Llego una ambulancia, al parecer un vecino la llamo, al escuchar mis estruendosos gritos, al final no sirvieron de nada.

Ella murió por una infección a causa de la mordida.

Adiós, Camila.

7 de Febrero: había quedado con la chica de mi salón, Alondra, en una cita, para pasarla con ella por la ciudad. Ella viene de afuera, de un pueblo lejano, y se había recién mudado para estudiar acá. Quería mostrarle el pueblo, pasar por los mejores restaurantes, mostrarles los sitios turísticos y disfrutar de las mejores atracciones.

Pasamos por el zoológico, el acuario, una variedad de restaurantes, italianos, franceses, de todos los tipos, fuimos a un parque de diversión, tenía tiempo que no venía a uno, desde que vine con Camila una vez.

Ya era tarde, estábamos de camino a la casa de Alondra para dejarla allá, la noche era gélida, lóbrega, más de lo normal.

- ¿Qué es eso? – pregunto Alondra señalando unos policías, en frente de mi casa, en el árbol de cerezos que tenía en el patio.

Nos acercamos y una vecina me detuvo:

- No veas hijo, vete de aquí

- Por favor vete.

Varias mujeres trataban de detenernos el paso, los hombres acompañaban a los policías, situados en los alrededores, observando un cadáver, colgando, desde una de las gruesas ramas del noble árbol. Era una mujer, con el pelo largo, y una bata de dormir blanca, como de anciana. Yo solo estaba mirándola, vacío, como mi papá miraba a Camila mientras moría lentamente, con una sonrisa, pero no de felicidad, sino de compasión, de alegrarme por alguien ajeno.

Por lo menos mamá no sufrirá más.

15 de Febrero: han pasado ocho días desde el suicidio de mi madre, y mi padre ha estado alterado todo este tiempo, ¿se habrá quedado sin nadie que desquitarse, de sus rabias fugaces, sin tener ningún saco de boxeo para calmarse, por haber perdido unas simples apuestas o un juego de caballos? Supongo que ahora se desquitará siempre conmigo.

23 de Febrero: mis notas bajan, Alondra me ha estado guardando las tareas que nos han dado, y ni siquiera he salido de mi habitación, simplemente me siento en la cama, observando hacia la nada, pensando en ese cadáver, templado y guindado, justo encima del lugar donde Camila había muerto. Estoy enfermo, a veces me salto las comidas y tampoco voy al baño. Ahora mismo no es prioridad para mí.

24 de Febrero:

- Tienes que salir de ese cuarto.

- ¿Para qué? ¿para qué me puedas lastimar de mejor manera?

- No es mi culpa que tu madre se haya suicidado.

- ¡Claro que es TU culpa! ¡Todo es TU culpa! ¡De que Camila muriera! ¡De que Mamá muriera! ¡Lo único que haces es destrozar mi vida, lentamente, hasta poder dejarme vacío, sin nada!

- Hijo de...

- ¡SI DALE! ¡PEGAME MÁS! ¡HASTA QUE ME QUEDE SECO, SIN SANGRE, SIN VIDA!

Peleas como estas me suceden día a día, siempre terminando en lo mismo, en un padre con un ataque de ira, atacándome salvajemente hasta el cansancio.

Decidí, finalmente, que me iría, de mi casa, de mis problemas, en busca de un nuevo yo, de un nuevo libro donde vivir.

El Diario de un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora