Capitulo VI

195 9 1
                                    

7 de Junio: llegamos a la escuela, una especie de escuela de música, los muros totalmente balaceados y los restos de vidrio en el suelo resonaban con cada paso que dábamos. Parecía unas ruinas antiguas. Se sentía el ambiente la desesperación, el miedo por el que pasaron todos los individuos que estudiaban acá, la sorpresa que les dio cuando los atacaron... los gritos de los niños, el desespero de las profesoras, tratando de protegerlos como un sentido maternal, casi automático.

Entramos y lo primero que vimos fue la sangre, derramada por el pasillo, los casquillos de las balas tirados por el suelo, los cristales que posaban en el piso remojados por el espeso y caliente liquido rojo. Todo vacío, solo polvo e indicios de muerte y devastación.

Al rato escuchamos gritos, viniendo del fondo del pasillo, una puerta doble grande. Fuimos rápidamente y la puerta daba con una especie de auditorio, inmenso, parece ser donde los estudiantes hacían sus actos. Allí estaban, en medio del escenario, dos profesoras con dos decenas de niños, asustados y temblorosos. Unos con saxofones, otros con trompetas, y los que más me llamaron la atención, los violinistas. Me recordaron y mis deseos de aprender violín, tocar en un gran auditorio, vestido de gala frente a centenares de personas tocando alguna hermosa melodía.

La profesora se acercó, con una sonrisa de oreja a oreja, rápidamente a uno de los soldados que estaba adelante.

Me dio un mal presentimiento.

- ¡ALEJATE! – le dije al soldado mientras le apuntaba con un rifle a la mujer, que venía corriendo como una cabra.

La mujer se arrancó la blusa, tenía una bomba.

Lo único que me acuerdo después del estruendoso sonido fue mi persona, tirada en el piso, observando de reojo los cadáveres de los niños y de los soldados, antes de haber caído inconsciente.

13 de Junio: vamos de camino hacia una base enemiga, parece ser que esconden gran parte de su armamento allí. Esa fue la orden que me dio el general, al de haber despertado en una clínica, después del suceso de la escuela.

- ¿Qué te parece, nuevo? – me pregunto un soldado que estaba al lado mío en el todoterreno.

- ¿Qué?

- La guerra, la acción, la sensación del peligro constante.

- Se me vino a la mente, todos estos momentos que he pasado acá en Iraq, los cadáveres, la sangre, el sufrimiento, la tortura, el presentimiento de que todo lo que se mueva es peligro. Simplemente... - Me encanta. No quiero que nunca se acabe.

- Ya somos dos entonces, hermano.

Parece ser que, este mundo corrompido y sanguinario, este mundo violento y cruel, este libro prohibido, lleno de muerte y calamidades, me empieza a gustar. Y lo leeré de principio a fin.

Llegamos a la base rápidamente, disparando y acribillando a cada uno de los soldados que salía en defensa. Uno por uno, iban cayendo. Y yo, nunca perdí esa sonrisa, esa sonrisa de loco que siempre tengo, esa sonrisa que a muchos le da pavor.

El Diario de un AsesinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora