capítulo uno

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Lafayette, Estado de Luisiana, USA. 16 de mayo de 2017

El sol comienza a iluminar una cálida mañana en el sur estadounidense. Bajo el bonito amanecer los pájaros cantan por primera vez en el día sobre los pastizales altos.

La voz robótica de la antigua radio de la camioneta sonaba con una música lenta del momento, rompiendo un poco el silencio de aquel solitario alba.

Dentro de dicho vehículo, Ben lucha por no dormirse mientras conduce.

Ha sido un viaje largo. Procedente de su hogar, Tijuana, cruza la frontera para iniciar un nuevo proyecto en su peligroso trabajo.

A simple vista, Ben parece solo un joven buen mozo con un grave problema de seriedad, pero oculta algo más dentro de él.

Su padre es el más grande narcotraficante de cocaína de todo el norte de México. Este encontró la forma de seguir ampliando las murallas de su imperio cruzando el límite, e instalándose por primera vez sobre el suelo del eje de norteamérica. Y su primer paso, se encuentra en Lafayette.

Ben, por encargo de su padre y jefe, lleva 100 kilogramos de cocaína en su camioneta, encubiertos por verduras, frutas y bolsas de plástico. Su objetivo ahora es encontrar al mejor distribuidor del estado.

Sin embargo, el cansancio logró abatirlo.

En la entrada a la ciudad, luego de cargar gasolina, Ben estacionó su camioneta y se acostó en los asientos de atrás.

Un profundo sueño fue interrumpido por su celular, que sonaba agudo y vibrante en su bolsillo. Con los ojos casi cerrados, Ben atendió.

—Diga... — Contestó el joven con la voz ronca.
— ¿Estabas durmiendo? ¿Se puede saber qué chingados haces durmiendo ahora? — Era su padre, Abraham, y se lo notaba bastante molesto, como ya era típico de su forma de ser.
— Conduje toda la noche, padre, estoy cansado.
— Si serás pendejo Benjamin, pierdes mucho tiempo. Seguro que todavía ni te asomas al distribuidor.
— Que sí, ya estoy cerca.
— Pues más vale que te apures, en pocas horas sale tu avión de regreso — Y luego de decir esto, "el patriarca" Abraham, llamado por algunos, finalizó la conferencia.

Ben rodó los ojos. A duras penas se levantó y subió al asiento delantero frente al volante. En un bostezo chequeó la hora, e inmediatamente se despertó y pisó el acelerador.

Eran las seis de la tarde. Tenía muy poco tiempo para hacer negocios, su avión despegaba dos horas después del anochecer.

En unos breves minutos ya estaba tocando el timbre en la casa del distribuidor.

— Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo? —Dijo un tipo de aproximadamente 40 años, detrás de la puerta.
— Vengo por los negocios — Contestó Ben, serio.

El hombre abrió la puerta por completo, observó a los costados e hizo pasar al joven.

— La próxima vez trata de decirlo un poco más bajo, niño, mis vecinos creen que estoy desempleado — Contaba aquel señor mientras calzaba la llave en la cerradura. —Un gusto, Marcus Levington.

Estiró su mano hacia Ben, quien lo observó fijamente con sus grises ojos penetrantes un rato y luego estrechó su mano, serio, como siempre suele ser.

—El gusto es mío, Benjamin Aguilar.

Marcus sonrió en el apretón, y al soltar su mano pidió que lo espere un rato en el sillón.

Su apariencia resultaba desconfiable para Ben. Estaba de entrecasa, con unos jeans holgados, musculosa negra y una barriga que rebalsaba el cinturón. Su casa no era muy grande, estaba algo descuidada y olía a cigarrillos.

Headshot, HearthshotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora