capítulo ocho

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Ben y León se removían nerviosos por todo el lugar, caminando de un lado a otro, y mordiéndose las uñas con ansiedad. Trataban, poniendo todo su esfuerzo, de pensar algún plan que resolviese la situación lo antes posible. Eran conscientes de que el tiempo se les estaba agotando, y debían encontrar una solución que encajara con su panorama ya. Y que fuera viable, dadas sus circunstancias.

Ya casi no había movimiento en la parada de buses. Solo un par de pasajeros solitarios que desaparecían tan rápido como hacían presencia. También había disminuido notablemente la frecuencia con la que los vehículos pasaban, otro indicador de que debían apurarse. El bus que Ben debía tomarse para volver con Alaska se presentaría en aproximadamente cinco minutos.

Ben se sentó, y colocó ambas manos en su rostro, refregando con fuerza. Luchaba para que el estrés no lo carcomiera.

—A veces me dan ganas de llamar a mi padre y mandarlo a la mierda. —Dijo, lleno de rencor, en dirección a su amigo. —Detesto que nos haga pasar por situaciones como estas cuando tranquilamente podríamos evitarlas.

Leon asintió, sin decir ni una palabra. Aunque no hacia falta hablar, Ben sabía que compartían el pensamiento.

—¿No se te ocurre nada?— Preguntó Ben, al cabo de unos segundos que permanecieron en completo silencio. —¿Lo que sea? ¿Una mínima idea?

Supo que la respuesta sería negativa en cuanto oyó el profundo suspiro de León, como réplica a su cuestionamiento.

—Estoy pensando en miles de posibilidades, pero todas las que se me ocurren tienen un fallo, y es el mismo. — Se sentó a un lado de Ben, e imitó su acción de tapar su rostro. —Dinero. Maneja todo. Sin él, no podemos hacer mucho.

—Créeme que lo sé. — El tono de voz de Ben se volvía más áspero con cada palabra que pronunciaba. —Pero debe haber algo que podamos hacer. Una solución temporal, es solo por esta noche.

Justo cuando creyeron que nada podría empeorar, se oyó el rechistar del motor de un avejentado automotor acercándose hacia donde se encontraban. Ben sintió que iba a explotar por causa del agobio y ansiedad que sentía en ese momento.

León se puso de pie a una velocidad impresionante.

—Ve rápido hermano, no pierdas el bus, es el último que va hacia esa zona.

Le tendió una mano a Ben para que se levantase del asiento, alentándolo a irse.

—No puedo dejarte aquí, solo, sin recursos. —Dijo Ben, exasperado, mientras veía como el bus se acercaba cada vez más. —Simplemente no puedo.

León sonrió en agradecimiento, conmovido por el compañerismo que demostraba su mejor amigo.

-Vete en ese bus, o me voy a enojar. Te prometo que voy a encontrar una manera. Confía en mi, Ben. Por esta vez déjalo todo en mis manos.

A pesar de las constantes insistencias por parte de Benjamin para quedarse juntos, León no cedió. Se despidieron con un reconfortante abrazo, acordando encontrarse al día siguiente en una reconocida cafetería de la ciudad. Ben anhelaba que todo saliera bien.

                             (...)

Cuando Ben se posicionó delante del frente de la casa de Alaska, se sorprendió notablemente al ver la luz encendida en lo que era la habitación de la chica. Él había deducido que para su llegada, Alaska estaría durmiendo debido al horario.

Procedió a ingresar en el domicilio de forma muy sigilosa y cuidadosa, con el fin de evitar armar un alboroto.

Por alguna razón desconocida para Benjamin, no quería irse a dormir sin intercambiar al menos unas palabras con su compañera, y hacerle saber que ya había llegado.
Fue como si sus piernas se manejasen solas, pero sin que tuviera siquiera tiempo de planteárselo se encontró parado frente a la puerta de su cuarto.

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