capítulo cuatro

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Casa de Alaska. Lafayette, USA. 17 de mayo de 2017.

Alaska sintió el verdadero terror atravesar su cuerpo al escuchar lo que Ben decía. Rogó en su interior para que no fuera justamente la persona que ella estaba pensando, aunque habían muy pocas probabilidades de que fuera así.

Los golpes en la puerta no se detenían, por el contrario, eran cada vez peores respecto de intensidad, lo que de algún modo alteraba a la chica.

—¿Estás seguro? —Le preguntó Alaska, en un tono bastante alto, acercándose más a la puerta para que Ben pudiera entenderle.

—Si, hay alguien afuera, una camioneta acaba de estacionar en la entrada. —El muchacho se oía muy asustado, y su voz estaba algo temblorosa, lo que le pareció raro en demasía a Alaska.
Era entendible que ella tuviera miedo ya que de alguna forma podía saber de quién se trataba, pero ¿Por qué Ben tendría miedo?

De pronto, se percibió en toda la casa el claro ruido de las llaves en la puerta, indicando que pronto sería
abierta.

—Alaska, por favor, abre. —Esto último Ben lo dijo un poco más bajo, debido a que podría ser escuchado por la persona que estaba a punto de ingresar y que él desconocía.

Alaska decidió no perder más tiempo y por las dudas no arriesgarse, todo podría salir mal si se descuidaba.
Sin más que perder, en un rápido movimiento abrió la puerta del baño y tomó a Ben de la chaqueta, introduciéndolo junto a ella muy velozmente, y finalizando con un imponente portazo.

Ambos suspiraron al estar dentro.

Más sin embargo, Ben no pasó por alto el detalle de que su compañera se encontraba solamente envuelta en una toalla de baño. No se había tomado el tiempo de detenerse y admirar lo bonita que era, y además, la espléndida figura que poseía.

Alaska no levantaba su mirada del suelo debido a la vergüenza que sentía en ese momento, aunque obviamente no lo demostraría ni un poco.

Ambos pudieron percibir que el ambiente se había vuelto algo tenso e incómodo, más sin embargo no dijeron ni siquiera una palabra al respecto.

Salieron de su corto trance al oir sonidos provenientes de afuera.

—¡Alaska! Hija, ¿Estás aquí?

La chica le hizo señas a Ben de que guardara absoluto silencio, y con solo una mirada le dejó claro que no le convenía llevarle la contra.

—¡Si! Solamente me estaba dando una ducha.

Se oyó como el hombre depositaba lo que parecía ser cargamento pesado sobre el suelo.

—Está bien, ¿Puedes venir un momento? Necesito hablar contigo de algo sumamente importante.

Alaska se mordió el labio inferior, claramente nerviosa, y Ben la miró esperando alguna indicación de su parte.

Ella tomó dulcemente con sus dos manos una de las suyas, y le susurró muy despacio.

— Espérame aquí, no hagas ruido.

Ben asintió con la cabeza.

Salió en toalla del baño, y fue hacia la sala de estar donde encontraría a su padre para recibirlo amistosamente.

— Hola, papá — Dijo con una sonrisa, tratando de ocultar los nervios con una expresión falsa, pero verosímil de que todo estaba bien.

Alaska era una chica astuta, demasiado, a decir verdad. La realidad en la que la metieron, desde muy chica ya le enseñó que en este no viven los tontos. Eso era lo que su padre le enseñaba. Los tontos son controlados, son marionetas de los que deciden utilizar el cerebro.

Headshot, HearthshotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora