capítulo dos

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Afueras de Lafayette, Luisiana, USA. 17 de mayo de 2017.

—Ay dios mío. —Susurró Alaska para si misma, horrorizada, al ver el estado de aquel apuesto chico. Por suerte, el muchacho aún no había notado su presencia allí, estaba demasiado concentrado en tratar de reducir el incesante dolor que lo consumía.

Tenía el rostro completamente lleno de sangre, que salía sin cesar de diversas heridas que tenía en esa zona. A simple vista varias de sus extremidades parecían rotas o gravemente lesionadas. Con suerte el chico aún estaba respirando, a juzgar por la condición en la que estaba a Alaska le parecía un milagro que aún estuviera con vida.

La ojiverde decidió analizar todo lo que tenía a su alrededor, para al menos tratar de determinar qué o quién podía haber llevado al joven a estar en ese estado.

Tragó en seco, mientras en su mente debatía si debía acercarse al lugar del hecho o simplemente llamar a emergencias para que intercedieran.
Termino optando por la primera opción.

—¿Disculpa? ¿Te encuentras bien? —Preguntó, mientras se acercaba al sujeto que yacía en el suelo, con pasos muy lentos y dudosos.

El hombre se sobresaltó al oír su voz, y con fallidos movimientos trató de moverse de alguna forma para alejarse de aquella presencia desconocida. Lamentablemente, el dolor que padecía en todo su cuerpo se lo impedía, cualquier mínimo movimiento que realizara traía como consecuencia un gemido ahogado que salía de lo más profundo de su garganta.

—Tranquilo, no te haré daño... —La muchacha cambió el tono de su voz a uno más suave y comprensivo. —Solo quiero saber si estás bien...

Ben la observó fijamente por segundos que, para la chica, parecieron eternos. Alaska podría jurar que esa mirada le transmitió una incomodidad inimaginable.
Bajó su vista hacia el suelo.

Los minutos comenzaron a transcurrir y el chico seguía sin emitir palabra alguna desde que Alaska llegó, eso estaba empezando a impacientar a la joven, quien necesitaba saber al menos un dato minúsculo para poder colaborar.

—Por favor, dime algo... —Siguió insistiendo, tratando de convencer al muchacho de que hablara. —Así podré ayudarte.

Ni se inmutó.

—Está bien. —Alaska suspiró, rendida. —Tendré que llamar a la comisaría.

Ben, en su interior, tenía la urgente necesidad de ser atendido, el dolor que sentía por todo su organismo estaba acabándolo lentamente.
Pero, por otro lado, sabía que si llamaban a los servicios médicos y a la policía, lo más probable es que lo investigaran a fondo y le hicieran innumerable cantidad de preguntas acerca del accidente, y él más que nadie sabía que no le convenía. No estaba dispuesto a pasar por eso, todo su trabajo podría irse abajo en cuestión de segundos si descubrían algo que no debían. Sería mejor preservar su identidad, debía evitar a toda costa que aquella chica se contactara con alguien.

—N-no es necesario. —Alaska dió un salto de sorpresa al escuchar al chico hablar. Su voz salió algo grave y rasposa.—E-estoy más que bien.

Sin embargo, Alaska creyó percibir que las palabras de Ben fueron con algo de molestia e irritabilidad, como si ella lo estuviera invadiendo o incomodando con su estadía allí.

—Pero tan sólo mírate. —Lo señaló, con una mueca. —No estás bien.

—Claro que sí.

Ben quiso amagar a ponerse de pie para demostrarle a la chica que se equivocaba, pero apenas movió un brazo debió volver a su posición inicial debido al quejido que salió de sus labios, acompañado de una lágrima.

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