◄ Capítulo 6

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─═ Límites ═─

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Tiempo después de que acabara el disturbio, la última asignatura del  día se mantuvo silenciosa

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Tiempo después de que acabara el disturbio, la última asignatura del día se mantuvo silenciosa. Había sido una clase agotadora y cuando resonó el timbre, los estudiantes lentamente se fueron alejando hasta desaparecer, quedándose solamente un grupo apartado, tranquilo, en su zona.

Esa aula era más pequeña que la de proyectos, las mesas no podían estar muy separadas y ellos en realidad siempre permanecían juntos. Una de las integrantes descansó de brazos cruzados, atenta a su teléfono y notando la ausencia de una persona que durante las clases había dejado su silla completamente vacía. Julia quería hablar con ella, pero sabía que era mejor no insistir.

Los profesores se habían dado cuenta de su incomparecencia, pero comprendieron la gravedad.

Solo la única profesora de la escuela que era capaz de arriesgarse a cruzar la raya de lo privado a lo personal avanzó pausada hasta dejarse ver por el grupo, escondiendo su mirada hasta ver los ojos castaños de la pelirosa. La citó para hablar un instante, aprovechando la falta de alumnos.

La clase se vació poco después.

—¿Sabes dónde está Lara? —se interesó Eva.

—Sucedió algo hace unas horas. —vaciló ella.

Pero acabó explicándole los detalles.

Al instante un mensaje apareció en la pantalla de mi teléfono mientras observaba el movimiento del río, a bastantes metros bajo mis pies sentada en el muro que separaba el pequeño muelle de las caudalosas aguas. No temía caer porque aún había un saliente en la pared, a medio metro.

En esa zona solíamos pasar las tardes de verano, cuando hacía demasiado calor para quedarse en clase durante las horas libres. Julia me preguntaba a cerca de dónde estaba y respondí con una simple explicación. Me entendería perfectamente, no podías tomar el camino equivocado.

El tiempo pasó largo y amargo bajo el sol que se escondió en la montaña más lejana a la vez que el ruido de la gente, caminando hacia sus vidas normales lejos de la escuela, llenó mis silencios.

Entonces escuché pasos a mis espaldas.

Ese pequeño lugar no se alejaba de la puerta principal de la escuela, porque si mirabas hacia el oeste a partir del puente de madera que unía el patio, podía apreciarse mi silueta descansar en un muro cercano al antiguo puesto de vigilancia del castillo. Era una de las torres conservadas y la que mejores vistas te otorgaba de toda la zona, subir a ella, no obstante, estaba prohibido.

Yo estaba debajo, obligándome a ladear la cabeza por si acaso se acercaba alguien indeseado.

Quise esperarme a Julia, pero esa aura mística fue inconfundible.

—¿Estás bien? —me preguntó, sencillamente.

Dejé escapar una sonrisa. No esperaba que fuera a preocuparse.

Me levanté para igualar su mirada, a pesar de que ella fuera más alta que yo. El ruido de las aves remojando las patas en la capa superficial del agua llenó el silencio y el mundo se impregnó de repente de colores más cálidos. Su mirada interrogante se deslizó por mis ojos hasta que asentí.

En esos instantes estaba mejor.

—Julia me ha explicado lo que ha sucedido. —quiso entenderme, como si quisiera decirme entre líneas que todo estaba bien. —No quiero que te preocupes, Marien está solucionando ese tema.

Resistí su mirada un largo segundo y hundida en sus ojos lo vi como una eternidad, iluminada por algo más que su belleza. Me obligué a esconderme en el paisaje rústico del horizonte para evitar llorar, o algo peor, sonrojarme hasta delatar esa dulce intranquilidad. No sabía qué decir.

—Lara. —me llamó.

Ese sentimiento creció de nuevo en mi interior.

Sentí en el alma que se hubiera preocupado, viendo como Eva tomaba la iniciativa al dar un par de pasos hacia delante hasta colocarse demasiado cerca de mí. Sus lagunas verdes y cristalinas quisieron invadir hasta el último rincón de mis pensamientos. Me sentí realmente frágil con ella.

—Estoy bien, de verdad. —quise prometerle.

—No tienes que obligarte a estar bien. —dijo con pausa, tranquila. —Fue un golpe muy duro.

La emoción que sentí al verla protegerme fue indescriptible, impregnada de su tacto cuando su instinto le hizo rozar la tela que cubría mi brazo, logrando reconfortarme. Tuve el instinto de apartar un rebelde mechón de pelo que ocultaba parte de sus ojos, pero no pude moverme.

—¿Quieres hablar sobre ello? —tembló.

—No lo sé.

Dejó caer su mano hasta atrapar la mía con fuerza, entrelazando nuestros dedos, indicándome que era libre de decidir si hablar o no. Solo escondí la mirada en el suelo realmente asustada por todos los recuerdos que cada vez regresaban con más frecuencia a mis azorados pensamientos.

Un sentimiento amargo creció en mi interior. Esa cortina de humo, los ruidos del siniestro que ocurrieron a pocos metros del puente, sumergiéndome en el agua, luchar al igual que muchos por poder salir de ese ataúd metálico. Recordaba ciertas partes, a pesar de las interferencias.

No era demasiado agradable.

Me sentí realmente rasgada.

—No sabía que las hermanas de Eric también estaban en ese autobús, conmigo. —me quejé fría, llena de un dolor mitigado. —Había demasiadas personas, seguro que gran parte de ellas eran maravillosas. No quisieron darme muchos detalles del accidente, pero era inevitable saberlo.

Hablar aumentó mi inestabilidad.

—No fue mi intención ser la única superviviente.

Y me rompí delante de ella.

No solía ser de lágrimas fáciles, ni siquiera solía llorar delante de las personas a las que no tenía una gran confianza, pero habían cambiado tantas cosas en mí desde entonces que comenzaba a desconocer mis propios límites. Ni yo misma podía reconocerme al mirarme atenta en el espejo.

Eva me abrazó con tanta fuerza que me sentí débil.

Escondida entre los hilos amarillos de su bufanda encontré un suspiro que logró tranquilizarme un corto instante, hundida entre sus brazos en un minuto que duró lo mismo que la eternidad.

Definitivamente estaban cambiando muchas cosas.

Definitivamente estaban cambiando muchas cosas

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