David

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-¿Por qué?

Si os soy sincera, en ese momento no me esperaba esa pregunta. Aunque en el fondo debería de saber que esa era la pregunta más probable de todas las que me podía hacer. Era la típica pregunta que nos hacemos muchas veces y que no sabemos como responder. En ese momento, yo estaba en blanco.

-No lo sé,- me encogí de hombros-. Me gusta ayudar a la gente.

-Entonces..., ¿por qué estás aquí? Nada te impide irte. Sólo soy un chico que se corta.

La frialdad con la que dijo esas palabras me dejo helada. Nadie hablaba así de uno mismo.

De pronto me di cuenta de lo frío que era todo lo que le rodeaba. Las paredes del cuarto estaban pintadas de blanco, las sábanas eran del mismo color. El armario era de madera pintada de color negro, igual que el cajonero. La mesilla de noche era de color gris. La ausencia de color daba escalofríos. Hasta él iba vestido con unos pantalones negros y una camisa blanca. Probablemente yo era lo más colorido que había en aquel cuarto, con una camiseta de color amarillo, vaqueros azules y mis zapatillas blancas.

-Eres frío.

-¿Importa eso?

-Sí. Cualquiera diría que no tienes sentimientos, que en tu pecho no late un corazón.

Soltó una risa amarga. Era una de esas risas que te atraviesan y te llegan hasta los huesos, dejandote una sensación desagradable. Supuse que detrás de aquella risa había una historia enrevesada, triste y llena de dolor.

-Tal vez tienes razón y no los tengo.

-No hables así,- la forma en la que hablaba me estaba empezando a molestar. No tenía amor propio.

-¿Acaso me conoces lo suficiente? Lo único que sabes sobre mí es que me corto y que soy el hermano pequeño de tu mejor amiga.

-Quizá sea verdad, pero puedo ayudarte.

-Lo dices para sentirte bien contigo misma. Yo te importo una soberana mierda. Sólo te importa hacer acciones altruistas que mantengan tu imagen limpia,- sonó molesto y enfadado, como si el simple hecho de que yo quisiese ayudarle le molestase.

-¿Y tú que sabes? Lo único que sabes es que soy la mejor amiga de tu hermana.

-¿Quieres que te recuerde quién eres?

No hacía falta que hubiese dicho eso. Me hirió. Yo intentaba llevar una vida más o menos normal, sin tener en cuenta que para mí era más difícil que para los demás. Suspiré.

-No quiero hablar de eso.

-Lo suponía.

Él se tumbó en la cama y aproveché para observarle. Tenía los ojos verdes, pero no ese verde que se podía confundir con azul o ese que se confundía con marrón, sino ese verde puro y brillante que parecía de ciencia ficción. Su pelo era rubio, pero no ese típico rubio pajizo, más bien uno que parecía dorado. Su piel era pálida y sus labios rosados y finos. Había que reconocer que David tenía buen cuerpo. Me fijé que un poco más arriba de donde estaban las vendas tenía un tatuaje. Eran una G y una D entrelazadas. Supuse que eran su inicial y la de su hermana.

Tenía que reconocer que David era bastante guapo. Entonces empezaron las preguntas. ¿Tenía algo que ver la saparación de sus padres con que se cortase? No lo consideré una opción muy viable. Sus padres se habían separado hacía dos años. ¿Les echaba de menos? Era bastante más probable. A fin de cuentas ellos solo visitaban a Gema y a David en sus cumpleaños y alguna que otra vez más. ¿Alguna chica? David no parecía de esos chicos que perdiesen la cabeza por una chica hasta ese punto, pero yo no lo conocía tanto como para asegurarlo.

Decidí que en vez de hacer conjeturas en mi mente, le preguntaría directamente. Aunque no creía que me fuese a contestar.

-David,- llamé.

-¿Qué pasa?,- dijo después de suspirar.

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-¿Acaso eso no es una pregunta?,- sonrió. En su voz había sonado la burla. Bufé.

-Aparte de esa.

-Bueno,- contestó después de pensarlo un rato.

-¿Por qué te cortas?

-¿Para qué quieres saberlo?

-Para ayudarte,- me miró con ojos serios, hasta que suspiró y miró al techo.

-Mis padres se separaron hace tres años. Entonces yo solo tenía 14 años,- suspiró-. Yo era muy inocente. Siempre discutían sobre mi tutela, ya que Gema era mayor de edad y ella se fue de casa cuando empezaron los juicios. Empecé a caer en depresión y Gema fue la única que lo notó. Sólo ella, ni siquiera Saray, la novia que tenía entonces. Gema intervino en el juicio diciendo que ella se haría cargo de mí hasta que yo cumpliese los 18 años. Mis padres tendrían que darle una pequeña suma de dinero para mi manutención y podrían visitarme siempre que quisiesen. Como unos seis meses después mi padre se casó de nuevo con una mujer bastante guapa y latina, que tenía un hijo, Javier,- noté sus ojos aguados-. Nos invitó a Gema, a mamá, a Saray y a mí a la boda. Mamá lo pasó bastante mal,- suspiró de nuevo-. Allí Saray conoció a Javier. Él la convenció para que me dejase y empezase a salir con él,- una sonrisa amarga se posó en sus labios-. El chico es atractivo, eso lo tengo que reconocer, y a la semana ellos ya eran novios. Mis amigos empezaron a burlarse de mí por el fracaso que yo era y se fueron con Javier, dejándome solo,- se volvió a mirarme-. Como un mes después de la boda empecé a cortarme.

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Aquí estoy de vuelta. Espero que os haya gustado el capítu tanto o más que a mí,

Sé que hay gente leyendo esta historia, pero necesito saber vuestra opinión. Para mí es importante, ya que así puedo saber en qué tengo que mejorar para que os guste aún más. Sólo os pido que comentéis, ni siquiera os pido que voteís.

Os agradecería de todo corazón que me dejaseis algún comentario.

Besos.

Keyko

No todas las sonrisas son verdaderasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora