El día siguiente

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No recuerdo muy bien lo que pasó más tarde aquella noche. Recuerdo que Erick me preguntaba si estaba bien, pero su voz sonaba lejana, distante. También recuerdo la oscuridad. El resto de la noche son recuerdos borrosos y confusos en mi mente.

Pero sí que recuerdo el día siguiente.

Yo iba caminando por la acera, sumergida en mi mundo y mi dolor. ¿Por qué la vida era tan cruel? ¿Por qué él era tan insensible? ¿No veía que nos hacía daño a mí y a Vittoria?

-¡Eva!,- ignoré a quien me llamaba-. ¡Eva!,- la voz seguía insistiendo-. ¡Evie! ¡Por favor, espera!

Me volví cansada y vi la cabellera rubia de David corriendo hacia mí. Cuando llegó a mi lado, se paró y apoyó sus manos en las rodillas mientras respiraba agitadamente después de la carrera que había hecho.

-¿Estás bien?

-Sí.

Él me miró con el ceño fruncido. No me había creído.

-Eva...

-Estoy bien, no te preocupes,- le corté.

-¡¿Qué no me preocupe?! ¡¿En serio me estás diciendo eso?!,- se había alterado.

-Sí,- dije sin inmutare lo más mínimo.

-Eva... Te he llamado y no me has contestado, voy a tu casa a recogerte y me abre la puerta tu hermano diciéndome que no sabía dónde estabas y te encuentro aquí, deambulando,- hizo una pausa-. ¿Qué te pasa?

-Nada.

-Eva, por favor, no me mientas.

-No te miento.

Él me miraba a los ojos. Yo estaba cansada de que lo hiciera. Me di la vuelta y empecé a andar. Sentí como sus pasos me seguían. Yo iba con la cabeza gacha.

Llegamos a un parque y empezamos a caminar por allí. Él me seguía en silencio, pero no se había dado cuenta de que las lágrimas caían silenciosas por mis mejillas... o eso es lo que yo pensaba.

De pronto me agarró la mano y me paró. Levanté la vista y vi sus ojos verdes mirándome fijamente, la preocupación cubriéndolos.

Y me abrazó.

No hizo nada más. Estaba allí, cubriéndome con sus brazos, dándome apoyo y calor. Las lágrimas caían sin control alguno, recorriendo mi cara, perdiéndose en mi cuello.

-Eva,- me llamó.

-¿Sí?,- mi voz sonó cortada y temblorosa, débil.

-¿Quieres contarme lo que te pasa?

Yo sólo asentí con la cabeza. No podía hacer nada más.

Mientras caminábamos hacia un banco que estaba cerca del estanque no me soltó en ningún momento.

-Le odio,- dije después de estar un rato allí en silencio.

-¿A quién?,- dijo después de un rato.

-A mi padre.

-¿Por qué?

-No la quiere,- mis ojos se volvieron a llenar de agua salada-. No la quiere,- repetí.

-¿A quién?

-A mi madre,- las lágrimas se desbordaron de nuevo.

-No hace falta que sigas si no quieres, Eva.

-Yo... no sé lo que quiero.

Me abrazó de nuevo, y nos quedamos así un rato. Escuchaba su voz cantándome canciones al oído y el ruido del estanque. Poco a poco me fui relajando hasta casi quedarme dormida.

No todas las sonrisas son verdaderasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora