El partido de fútbol

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Terminamos de comer tranquilamente. No pronunciamos una sola palabra en toda la comida. Yo estaba preocupada por mamá y Erick. No sabía lo que estaba pasando, y eso me asustaba.

Al terminar dejé mi plato en el fregadero. Hoy le tocaba fregar a Erick.

Subí a mi cuarto y abrí mi armario. Rebusqué en los cajones hasta que encontré la camiseta de fútbol del equipo de Lucy. El Maestore. Era una camiseta con la parte superior amarilla y la inferior verde oscuro. Era una de mis camisetas favoritas. Me la regaló por mi último cumpleaños. Luego busqué unos pantalones vaqueros cortos y me puse mis amadas Mustang negras.

Cogí una mochila y metí el móvil, dinero y los cascos. Después bajé a la cocina y agarré una botella de agua. Aproveché la oportunidad para coger algo para picar.

Fui al salón y vi a Erick sentado en el sofá con las manos en la cara.

-Erick,- llamé.

Levantó la vista y me fijé en sus ojos rojos. Había estado llorando. Eso me partió el alma. Yo me iba a ir a ver un partido de fútbol y él se iba a quedar sufriendo en casa solo.

-¿Si?

-Me voy al partido. Cualquier cosa llámame, y si quieres venir a verlo avísame, ¿vale?,- me puse de cuclillas delante de él y le agarré las manos.

-Esta bien,- una pequeña sonrisa apareció en su rostro. ¿Dónde estaba toda esa felicidad que irradiaba a primera hora de la mañana?-. Disfruta el partido.

-Ya sabes que si ganamos vamos a ir a celebrar, ¿verdad?

-Siempre lo hacéis. No te preocupes,- y puso una sonrisa forzada.

Le dí un beso en la mejilla y le abracé. Me dolía verlo así.

Caminaba hacia la puerta cuando le escuché.

-¡No llegues tarde!

Me volví y vi que se había tumbado en el sofá. Sonreía. Eso fue suficiente para hacerme sonreír a mi.

Salí por la puerta y me dirigí a la casa de David y Gema.

Normalmente, me gustaba mirar el paisaje que veía por el camino, pero aquel día era diferente. Después de haber visto desaparecer la sonrisa de la cara de mi hermano, yo tampoco tenía ganas de sonreír.

Miré hacia el cielo. No había ni una sola nube y el sol brillaba con fuerza. Pero yo sentía frío.

Cerré los ojos.

Los abrí.

Ya estaba delante de la puerta de la casa de David. Llamé al timbre.

Me abrió él, vestido con una camiseta blanca, unos vaqueros negros y una converse blancas también.

-Hola,- sonrió. Había ilusión en su mirada mientras se giraba para cerrar la puerta con llave y luego empezábamos a caminar.

-En serio, ¿hace cuanto no vas a un partido de fútbol?

-No sabría decirte,- él no podía borrar la sonrisa de su cara-. ¿Con tantas ganas me ves?,- dijo divertido.

-Pareces desesperado,- reímos.

Después de eso nos mantuvimos callados. El silencio era algo incómodo, al menos para mí.

-¿Qué te pasa?,- preguntó él de pronto. Me volví hacia él.

-Nada,- mentí. Esto se me estaba haciendo costumbre, y no me gustaba-. ¿Por qué lo dices?

-Ayer estuviste con una sonrisa en tu cara todo el tiempo, a pesar de lo que viste, e intentabas comprenderme,- paramos y me miró-. Hoy estás callada, distante y como en otro mundo,- suspiró-. ¿Qué ha pasado, Eva?

No todas las sonrisas son verdaderasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora