Prólogo

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"Yo soy el fruto de lo que le hicieron"

Cecily Beaufort

Inglaterra 1811

Caminé por el bosque tupido, cuando ya la luna estaba brillante y era la única luz que me guiaba, apenas podía ver donde ponía un pie, pero no me importaba, tropecé infinidad de veces e infinidad de veces me levanté, y aunque ya todo mi cuerpo me dolía por los golpes, por la caminata y por los magullones, no importaba. Ya nada importaba. Tenía el ansia viva de llegar allí, de ver el lugar, de entender. Había caminado tanto que pensar en volver antes de que el sol saliera se me hacía imposible, miré atrás una sola vez, donde me esperaban mis padres, mi hermana, luto y una miseria absoluta.

Los ruidos a mí alrededor me alertaban, no llevaba antorcha, ni vela, ni nada, no lo había pensado, no lo había dispuesto, solo surgió de dentro de mí, como un fuego descontrolado que lo consumía todo.

Apoyé la mano en un árbol y me detuve allí, ya se oía el movimiento del agua golpeando las rocas y entendí que estaba muy cerca.

Mi cabello estaba enmarañado, y se había pegado a mi rostro, mojado por el rocío de la noche y por mi sudor.

Un ruido a mis espaldas me alertó y decidí correr en medio de la oscuridad, tropecé con algo, mi pie se dobló y antes de poder incorporarme nuevamente, estaba rodando por la pendiente abajo, hasta que terminé de bruces en el medio del fango y del agua fría.

—¡Maldición!

Me incorporé lentamente, me apoyé en mis rodillas mojadas y cubiertas por aquel vestido hecho añicos que se había pegado a ellas. Apreté mis ojos y grité mucho, mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas y se perdían en mis comisuras, entonces ese grito se convirtió en un sollozo tímido y cargado de dolor.

Mis ojos estaban cubiertos por una cortina de lágrimas que me impedían ver con claridad, corrí con el dorso de mi mano cada una de ellas y levante mi rostro abatido, para encontrarme con aquellas luces, se veían pequeñas y lejanas. Arrugué mi frente, tomé una roca y la arrojé con ímpetu en esa dirección, como si pudiera con mis manos hacerla llegar hasta allí y aplastarlo todo. La piedra voló apenas unos metros en la oscuridad y la oí caer al agua, pero el ruido de ella me hizo entender que aún no era tiempo, que debía esperar, pues era tan pequeña y estaba tan distante como aquella roca, pero que algún día llegaría allí, y lo aplastaría todo.

Entendí que algo había cambiado en mí, ya no era Cecily Beaufort, aquella mujer de diecisiete años, ilusionada con su presentación, con crecer y ser agradable ante los ojos del mejor amigo de su hermano, casarse, formar un hogar

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Entendí que algo había cambiado en mí, ya no era Cecily Beaufort, aquella mujer de diecisiete años, ilusionada con su presentación, con crecer y ser agradable ante los ojos del mejor amigo de su hermano, casarse, formar un hogar... Ya no... ahora yo era el fruto de lo que le hicieron. Yo era el fruto de su traición, y de una que no quedaría olvidada, yo no olvidaba, ni olvidaría nunca, y cuando el momento fuera el adecuado, estaría allí, hundiéndolos. 


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