{Capítulo 2}

2.6K 145 4
                                    

Durante el trayecto no paré de darle vueltas a mil cosas. ¿Qué iba a ser de mí allí? ¿Realmente merecía ir a la cárcel? Además, no me había dado tiempo a asimilar que había matado a mi marido, cuando ya iba de camino a prisión.

Miguel me dió algo de comer, pero no comí absolutamente nada.

Cuando el camión entró por la puerta principal de la gran cárcel, las piernas me temblaban aún más.

-El gran patio exterior está vacío porque las presas ya están en sus celdas. -explicó Miguel mientras lo señalaba. -Cuando llegues te harán un cacheo, te darán el uniforme y me encargaré de llevarte a tu celda.

-Pero, ¿no eras funcionario de esta prisión? -por más que lo intentara, la voz me quebraba al hablar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

-Pero, ¿no eras funcionario de esta prisión? -por más que lo intentara, la voz me quebraba al hablar.

-Sí, pero no del módulo al que irás tú. Aunque bueno, me pasaré más a menudo para verte. -dijo.

-Gracias. -asentí con un hilito de voz.

-No hay de qué. -sonrió. -Pero, por tu bien, evita que las presas te vean hablando conmigo; y tranquila, no será tan malo como lo pintan. -se dio cuenta de que mis nervios aumentaban por segundo, e intentó convencerme de que la cosa no iría tan mal (aunque no le creí).

-Eso espero, Miguel; eso espero. -aguanté mis lágrimas de nuevo. No debía llorar más.

Bajamos del camión y mientras andábamos me temblaba el cuerpo entero. Era la hora de entrar.

***
-¿Hola, estás ahí? -dijo la señora.

-Sí, disculpe. -volví de mis pensamientos.

Me acababan de hacer un cacheo bastante desgradable. Obviamente no me sacaron nada ya que era inocente.

-Toma, cámbiate. -la señora me dio el uniforme de la cárcel y se fue hacia otra salita. Miguel salió también y empecé a cambiarme.

El uniforme constaba de unos pantalones rojos, una camiseta de tirantes ajustada gris y una chaqueta roja también. Hasta la ropa interior era roja en esta prisión.

Me terminé de cambiar y ambos volvieron. Le entregué mi ropa a la señora que la almacenó junto a mis pertenencias en un cajón que ahora llevaría mi nombre.

-Miguel, llévala al módulo 2 celda 27. -ordenó.

-¿Al módulo 2? ¿No cree que podría estar mejor en el 3? -preguntó Miguel con preocupación.

-Miguel, las normas son así. Las nuevas van automáticamente al 2, y si su comportamiento es bueno, irán cambiando. Llévala y asegúrate de que todo esté en orden.

-Está bien. Vamos. -me indicó Miguel.

El pasillo por el que entramos estaba oscuro y silencioso.

-El módulo 2 es el peor, ¿verdad? -pregunté.

-El peor es el 1, pero tranquila, si no te metes en líos te cambiarán en cosa de un mes.

-¿¡Un mes!? -no pude evitar elevar la voz. -Espero estar fuera de esta prisión antes de que pase un mes.

-Y lo intentaremos, pero no te puedo asegurar nada, Vicky. -suspiró. -Solo te prometo que no pararé hasta verte fuera y feliz.

-Es-está bien. -era mejor callarse ya. -Gracias.

Ya estábamos en el módulo 2. Subimos unas escaleras para llegar a la que sería mi celda, y sentía miradas y cuchicheos, aunque gran parte de las presas dormían.

-¡A callar! -gritó Miguel.

Nos detuvimos en una celda y Miguel abrió con un código.

-Esta es tu celda, entra. -ordenó más seco que antes. Recordé que teníamos que parecer totalmente desconocidos para evitar abucheos o amenazas por parte de las presas.

Cerró y se fue.

Observé con detenimiento la celda.
Cuatro paredes húmedas, con dos literas a cada lado y una pequeña mesita. También había un retrete en la esquina.

Oí un movimiento y me giré asustada. Una presa bajaba de la litera de arriba.
Entonces me di cuenta de que habían dos más durmiendo en la otra cama de arriba. Éramos 4.

-Ho-hola... -le temía a cualquier persona de aquí.

-Tranquila hermosura, no te voy a hacer daño. -su acento no era español y cuando se acercó me di cuenta de que era negra. Tendría que tener unos sesenta años.

-Siento si te he despertado. -no sabía qué decir.

-No lo hiciste, nunca suelo dormir a esta hora. -se sentó a mi lado en la cama de abajo. -¿Cuál es tu nombre, reina?

-Vicky. -mi voz era tan débil que apenas se oía.

-Vicky, yo soy Edna; es un placer conocerte. -la verdad que parecía bastante agradable, pero no debía fiarme de nadie aquí.

-¿Y ellas dos? -pregunté señalando hacia arriba.

-Ellas. -soltó una pequeña carcajada. -La morena es Ainhoa de la Cruz, la colombiana más peligrosa de esta prisión. La rubita que está lamiéndole el culo cada día es Abigail; es buena chica.

-Son... ¿pareja? -pregunté.

-Algo así. -alzó las cejas. -La prisión está llena de tortilleras, al no haber hombres, una se tiene que apañar con lo que hay. Dicen que de aquí se sale de dos maneras: o muerta, o bollera.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y creo que ella se dio cuenta.

-¿Y qué hiciste para acabar aquí? -pregunté de forma inconsciente.

-Maté a mi jefe, un racista hijo de puta. Aunque vaya a tirarme aquí hasta el resto de mi vida, lo volvería a matar sin dudarlo. -me estremecí.

-¡Son las una de la madrugada, como sigan hablando pasan la noche en aislamiento! -gritó un funcionario.

-Será mejor que pases tu primera noche aquí, así que mejor hablamos mañana. Buenas noches, Vicky. -aunque la mujer pesase unos 100 kilos aproximadamente, subió de un salto a la otra litera y se acostó.

-Buenas noches. murmuré.

Pese a que lo intenté, no pude pegar ojo ni dejar de sollozar en toda la noche. No estaba preparada para todo lo que me esperaba.

Víctima entre RejasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora