Las Mujeres de Jinaroa

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El recuerdo es nulo, o tal vez la misma persona quiere esconder sus propias especulaciones vergonzosas.

Mientras uno se toma unos tragos con un amigo, en cualquier bar de Pater, mientras la perorata se va volviendo en una opaca y absurda mofa hacia sus anécdotas. A veces sucede que las narraciones se convierten en algo turbio. Tanto que los dos hombres, odres, se les va de lleno el alcohol, como si la noche se fuera de un solo parpadeo al pronunciar las antiguas palabras Jinaroa o como los extintos Zfoa (Esh-foa) lo pronunciaban: Josh-inaroa (campo fértil).

Aquel día, después de que mi colega me contaba sobre su sufrida vida en la redacción, en una revista indie de la zona. El mismo día que los dos, por casualidad, salíamos de vacaciones y nos redimimos al alcohol, y nos bebíamos diez chupitos de ron con hierbabuena, el velo de mi rostro desarmado se encajaba en una información tan provocadora. Entre sus pausadas palabras y torvas miradas un atisbo de razón se propaga sobre lo que para Pater era tabú desde hace años. Las viudas de Pater. Aquellas mujeres que en el siglo XVIII protestaron en contra de lo que fue un gobierno despótico e imperialista. Ellas fueron las únicas que se separaron del mandato para formar su propia comunidad pacífica.

Hasta esta parte de la historia, todo queda en lo correcto. Todos podemos pensar ¿Y qué tiene de tabú esto? ¿Esto suena como una revolución de mujeres en contra de la opresión gubernamental? Y déjenme decirles, que tienen razón. Esta es la parte de la que todo el mundo se jacta del orgullo a la eximia revolución feminista. Hasta les puedo recalcar que, por si no están enterados, hubo un tiempo en que se estaba reuniendo firmas para beatificar a la líder del grupo, Greta Jasibe B. la cual fue la causante que su genealogía y su comunidad no fueran bien explayadas en los libros de historia.

Y así es como mi amigo, un poco indignado y misógino a la vez, me relata sus argumentos sobre lo que Pater no quiere que sepa, sobre el otro lado de la moneda escarlata.

Era 1725 (así es como nos relatan los textos escolares desde mucho), y en el Antiguo pueblo de Parent, actualmente ocupado por los estados de Ascio y Colza, los campos agrícolas pausaban un día habitual de faena para dejar en claro su posición entre la mala remuneración y la opresión.

En aquellos tiempos la pena de muerte era algo común entre la sociedad, pero viendo la envergadura y el numeroso grupo de campesinos que se encontraban entre las cabañas y los plantíos de maíz, que eran unas hectáreas de cien para cada familia campesina, no podían permitirse una matanza grupal. Pues las demás personas de la ciudad central se compadecerían de la situación llegando a suceder una enorme revolución que derrocaría el gobierno que se impartía aquel entonces.

Aquella cosecha de agosto, según se dice, no se realizó igual que la revolución. Solo se sabe en los libros, que los hombres que se habían cansado de tanta opresión, discriminación y trato de iguales con los esclavos, ya habían planeado su destino violento. Aquel día los campesinos se encargaron de reducir a los cuarenta capataces a caballo que se encontraban patrullando la zona, colgándolos con sogas en un parapeto alto, hechos con troncos de eucalipto, pusieron a los cuarenta atados de pies y manos, uno al lado del otro, como si fuera un teatro de marionetas al aire libre. Más tarde los gendarmes anunciarían, que cuando llegaron a Jinaroa, los cuerpos de los capataces ya estaban rodeados por buitres, que les habían desfigurado el rostro. Como si fuera poco el mismo impulso de ir a la zona agrícola, no era exactamente porque la revolución, la cual para levantar polvo se hubiera dirigido a la ciudad central, como si la noticia hubiera implicado que los gendarmes llegaran tarde a la escena del crimen, pero eso no hizo que la misma autoridad llegara a Jinaroa.

Y aquí empieza el por qué la historia no cuadra muy bien, me dice mi amigo empapando su sequedad con otro trago.

El grito de rebeldía en Jinaroa no se oyó como cualquier persona se hubiera imaginado se iba a realizar. La gente se había dejado guiar por un impulso mal sano, algo fuera de lo común, algo nada ortodoxo en la rama de las protestas. Antes de que los campesinos fueran a la propia casa de gobierno, una escena atroz se había dejado experimentar para las personas que habitaban a la entrada de la ciudad central, a las orillas del rio Arcano. Aquel día después de que los cuerpos sin vida de los cuarenta capataces estuvieran expuestos por dos días, una gran masa de cuerpos flotantes se estancaba en la rivera, como si el viaje hubiera terminado. La noticia se expandió tanto que los propios gobernadores tuvieron que tapar el acto sin resultado alguno de que la noticia se filtrara hasta en su sopa. Hasta en este tiempo podemos constatar esto, si uno quiere empaparse más sobre el tema, sólo tiene que ir a cualquier biblioteca en el estado de Ascio, hay tantos boletines de la época, donde se detalla la gran noticia:

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⏰ Last updated: Mar 02, 2019 ⏰

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De Elegías Sombrías y NictofiliaWhere stories live. Discover now