Capítulo 15.

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A veces lo correcto es lo más difícil.

—¡Lea!

Ahogué un grito de estupor y por poco me di de bruces contra el suelo. Me aferré con fuerza al borde del colchón y giré el rostro con el fin de contemplar el rostro del culpable de todo aquella broma de mal gusto.

—Corre, Kowalski, si quieres seguir respirando.

El castaño alzó las cejas con guasa. Llevaba puesto el mismo pijama con el que me abrió la noche anterior y su melena estaba bastante desordenada y desaliñada. Quise alcanzar una de las muletas que descansaban en el suelo pero Isaac me lo impidió cosquilleándome en el abdomen.

—Maldito tramposo —maldije y me froté los ojos rumiando una serie de sonidos animales de enfado y cansancio.

—Es una pequeña venganza —admitió mi amigo y se rascó la sien antes de sentarse en la cama y estirarse bostezando con amplitud— Te he cedido mi cama, he dormido en el maldito sofá. Me merezco una recompensa.

Me incorporé con algo dificultad y lo contemplé con los párpados entrecerrados. El desagrado y susto por un despertar tan brusco fueron sustituidos por un sentimiento de gratitud y cariño. Kowalski debió detectar este giro emocional porque se puso en pie de un salto.

—No, no, más abrazos no —masculló pero ya era tarde. Me lancé hacia delante, rodeando su cuello con mis brazos y escondiendo el rostro en su pecho. Inhalé, apreciando el aroma a jabón, detergente y restos de colonia que desprendía el tejido— Vamos, Eleanor. Sabes que no pasa nada.

Me mordí el labio inferior y solté el aire por la nariz. Después de que Kavinsky preguntara por mi destino tuve que pedirle prestado el teléfono, ya que el mío se me olvidó en mi rastrera huida. Sabía que Jossie esa noche tenía planes con su pareja... o bueno, parejas. Que Rob y Rowen estaban juntos. De mis opciones mentales taché el apartamento de Noah y Troy porque dudaba que estuviesen allí un jueves por la noche y tan solo me quedó mi buen amigo Isaac.

—Te quiero, pedazo de idiota.

Isaac se carcajeó y me apartó con suavidad.

—Tienes que pulir el hecho de poder decir cosas saturadas sentimentalismo sin faltadas —pronunció con diversión y  apartó un mechón pegajoso de la mejilla. Hizo una mueca de asco mal disimulada— Date prisa, tenemos que desayunar y dentro de nada pasará a buscarnos Jossie.

Tal y como predijo Isaac apenas había terminado de devorar medio paquete de galletas con chocolate cuando el estruendo de una bozina retumbó por las paredes de la casa. Por suerte los padres de Kowalski madrugaban mucho para trabajar y no tenía ningún otro familiar que pudiera maldecir el alarde de sonoridad del vehículo de la pelirroja.

Tendríamos que pasar por mi casa para que pudiese al menos cambiarme de ropa y coger la mochila, de ahí las intempestivas horas a las que estábamos en el porche, temblando por el frío y con el cielo aún oscurecido por la ausencia de sol.

Interné en el coche frotándome las manos para que no se me entumeciesen los dedos y Jossie nos dedicó una sonrisa resplandeciente. Iba vestida con unos ajustados pantalones negros que iban ampliándose por las piernas hasta terminar en forma de campana que cubrían parte de sus impresionantes botines con un grueso tacón. Un jersey corto de lana blanca hacía resaltar su cabellera pelirroja y contemplaba el conjunto con su abrigo de suave pelo de color canela.

A veces deseaba colarme en su casa en plena noche y asaltar su armario.

Isaac se dejó caer en los asientos de atrás con un quejido y se subió la cremallera del abrigo hasta el cuello. Nos miró por encima del borde del cuello cuando se metamorfoseó a una tortuga.

Kavinsky © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora