Capítulo 23.

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Adolescentes encerrados en un autobús durante 20 horas. Cóctel hormonal, ¿o bomba atómica? 

—¿Lo tienes todo preparado? —preguntó por vigésima vez mi hermano mirando con cierta duda la maleta que se encontraba bajando del coche— Podemos volver a comprobarlo.

No pude evitar sacudir la cabeza y que un resoplido escapase de mis labios de forma espontánea.

—Lo llevo todo, Rob, confía en mí. Me voy una semana a la playa no tres meses a la Antártida, tampoco preciso de equipo especializado y complejos apartados de medición de radiaciones —bromeé intercambiando el peso de un pie a otro, nerviosa.

Noah se apeó en aquel preciso momento del vehículo. El rubio había permanecido atento a la conversación y la sonrisa torcida que estiró las comisuras de sus labios no me gustó lo más mínimo.

—¿Seguro que lo tienes todo?

Nos sostuvimos la mirada unos segundos llenos de tensión. Fue un duelo en toda regla, pero en lugar de pistolas nuestra arma fueron los ojos. Finalmente el universitario alzó una ceja con burla y extrajo un paquete de su mochila.

—Quizás no necesites detectores de radiación pero sí esto —me tendió el paquete disfrutando de mi rostro de espanto y vergüenza. Me forcé a no mirar a mi alrededor para comprobar que nadie más era testigo de semejante intercambio. Cogí la caja de mala gana— Así me gusta, no queremos pequeños Coles gritando y corriendo desnudos por la calzada.

Rob le endiñó un golpe en el costado.

—¿Cómo le das preservativos a mi hermana pequeña? Pensaba que ya habíamos hablado de esto —gruñó Robert y sus ojos se entrecerraron— ¿Qué hará ahora con dos cajas?

Parpadeé, confundida.

—¿Dos? —repetí con estupefacción.

Rob se llevó una mano a la nuca y me dirigió una mirada teñida de inocencia muy similar a la que me regaló el día que dejó tullido mi preciado muñeco de Aladdin.

—Tienes otra en la maleta. La metí yo mismo anoche, tan solo por precaución no porque desee que empieces tu carrera en el mundo de la sexualidad tan pronto —se defendió— Has de estar protegida.

—Pues estará muy protegida —la cabeza de Troy salió de manera repentina de la ventanilla bajada. Me llevé una mano al pecho que se sacudía a un ritmo demasiado acelerado debido al sobresalto y la escena en sí— Yo también te he traído una.

Dicho esto me lanzó un paquete que atrapé torpemente sin dar crédito a nada de lo que ocurría a mi alrededor. Miré ambas cajas con las cejas tan fruncidas que estaban a un paso de fusionarse en un enorme y monstruoso unicejo.

—Sois incorregibles —logré pronunciar entre dientes y guardé sus dichosos regalos en mi mochila aún mascullando una serie bastante suculenta de insultos en su dirección.

Noah se situó a mi lado y antes de que pudiese interceptarle pasó sus dedos por mi cabello, revolviéndolo como llevaba haciendo prácticamente desde que tenía un ápice de memoria.

—Pero te queremos. Ten cuidado —me miró con intensidad— y sobretodo, diviértete.

Se despidió con un sonoro beso en la mejilla antes de volver a su asiento de copiloto en la camioneta de Robert. Mi hermano extendió los brazos y me puso cara de cachorro desamparado. Quise hacerme la dura aunque fuese durante un par de segundos pero me resultó imposible no correr para refugiarme en su abrazo.

Rob me rodeó por los hombros y escondí el rostro en su pecho, aspirando el aroma a suavizante, mezclado con su perfume y el desodorante que tan religiosamente se aplicaba cada mañana. Todo era tan familiar y agradable que me permití cerrar los ojos.

Kavinsky © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora