2.-Alfa y omega

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Atem tenía un secreto, debía admitir. Y no era algo que le avergonzara ni mucho menos, pero la razón por la que debía mantener el secreto era por su propia seguridad. Porque sabía que si el mundo se enteraba de qué era, él y toda su familia correría peligro. Así que se había vuelto en un experto de la mentira. Y lo había hecho muy bien, hasta ahora. Que se sentía al borde.

Porque nunca en su vida había necesitado tanto recurrir al autocontrol como lo hacía en ese instante, nunca antes había conocido un aroma tan embriagador y seductor como el que le inundaba las fosas nasales en ese momento, intoxicándolo con su dulzura.

Aunque el resto del día había corrido tranquilo relativamente, en los cambios de clases, cuando se movía de un aula a otra, de un edificio a otro, se sorprendió a sí mismo buscando los ojos violetas como la noche que tenía el pequeño Yugi Muto. Para la mitad de su día escolar, Atem estaba ansioso, tenía la piel ardiendo y miraba con cara hosca a todo el mundo. Duke, uno de sus colegas de la mesa de trabajo estudiantil, había quedado con él para almorzar ya que la siguiente clase la tomarían juntos. Al ver a su amigo, algo lo hizo querer retroceder aterrorizado.

— ¿Te pasa algo? —Murmuró el pelinegro abriendo su botella de agua helada.

— ¿Parece que me pasa algo? —Espetó mordaz el egipcio mientras le daba otra mordida a la pieza de pan que se comía. Tragó con dificultad y luego miró a Duke, que ya no había podido contener más la mirada de pánico al momento de observar a su amigo. — ¿Qué? —Espetó confundido mientras Duke tragaba saliva.

—Atem... —Murmuró con voz tranquilizadora. — ¿Estás en luna?

Aquella pregunta tomó al tricolor por sorpresa. ¿Luna? No, aún faltaba mes y medio. Sacudió la cabeza tratando de despejar sus ideas, Duke le ofreció su botella de agua, que sudaba gracias a lo helada que estaba. Atem se pegó el plástico a la frente y suspiró profundo.

—Tengo que irme a casa. —Admitió el egipcio tocando su frente. —Necesito quitarme este aroma de la cabeza o me volveré loco.

— ¿Aroma? —Repitió confundido Duke mientras Atem se levantaba. —No me digas que entre los nuevos hay un... hum...

—Hay un Omega. —Soltó con aires críticos mientras se retiraba.

Duke se quedó petrificado en su lugar. Desde que se había enterado de que su mejor amigo era un Alfa, muchísimas cosas habían cobrado sentido, comenzando por el hecho de comprender por qué, de vez en cuando en el año, él se ausentaba uno o dos días por enfermedad. Ya antes Atem había olisqueado a Omegas que posiblemente ni sabían que lo eran, pero jamás había visto sus ojos encendidos en ese brillo carmesí que parecía estar consumiéndolo. Suspiró asintiendo.

—Yo aviso que te fuiste. —Comentó antes de recibir una mirada de agradecimiento por el tricolor, que salió a zancadas del lugar, ansioso por largarse de ahí.

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2

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Yugi estaba recargado en su bicicleta con los brazos cruzados con fuerzas sobre el pecho, miraba el suelo con aires distraídos mientras esperaba a que Rebecca saliera. Respiró profundo y, sin darse cuenta, se llevó una mano a la boca, rozando sus labios ligeramente, como si con aquello fuese capaz de tomar un poquito de la esencia de su sempai. Se preguntaba qué era lo que lo había llevado a besarle, aunque le preocupaba más la ansiedad que había experimentado él mismo, la necesidad anhelante de corresponder el beso y de llegar a más. Aquello era nuevo. No podía compararlo con mera excitación, había pasión en la necesidad de tener a Atem, pero no era la clase de pasión que podría haber sentido cuando veía videos con Jono o cuando se preguntaba cómo sería tener a Rebecca a su merced. Se sonrojó. No por el pensamiento de Rebecca en sí, sino por darse cuenta de que tenía curiosidad de sentir más de aquello que Atem le había dado.

[Omegaverse] Contra todosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora