Capítulo 11: "En el castillo."

95 18 4
                                    

Capítulo 11: "En el castillo."



—Señorita Freixla, ¿es usted? —preguntó una voz que ni sabía de donde venía, hasta que se me ocurre mirar a mi derecha, ahí me encuentro con un tremendo tipo de como dos metros vestido con una armadura dorada y decorada por todos lados con unos dragones que me re cago de miedo.

—Si, soy yo. Venimos por el pedido real de elaborar la comida para la cena especial de esta noche. Nos encontramos totalmente listos para trabajar. —Los dos tipos se fijaron en mí para después caminar hasta la entrada del castillo. Es un gran portón de madera, algo normal, supongo.

—Che, ¿donde vamos a trabajar? Guíenme bien porque acá adentro debe ser alto bolonqui. Aviso desde ahora. —Y claro, ustedes lectores les pregunto: ¿tengo razón o no? Tremendo quilombo son los castillos con pasillos y no se que mierdas mas por todos lados. Creo que me pierdo menos en la estación de Constitución en plena hora pico.

—Por supuesto... —pará un cacho, ¿está hablando de mala gana? Puto—...los voy a llevar hasta su puesto de trabajo. Al rey le comentaron que hacían todo ustedes solos, de modo que no contarán con la ayuda de cocineros extras. Solo preocúpense por servir comida de calidad, la puntualidad nunca ha sido algo de importancia para mi señor, el rey. —Punto a mi favor. Hecho, les traigo el asadito completo el siglo que viene, muchachos. Nos vemos cuando la selección de Bielorrusia salga campeona de un mundial contra Papúa Nueva Guinea.

Cuando ya estaba adentro, no pude dejar de prestar atención a la decoración interior. Todo era como...¿gótico? Debe ser. Es todo negro y con cruces raras, alfombras violetas, estandartes rojos. El negro está en las paredes, el techo y en los bordes del piso.

—Como verán, la excéntrica decoración gótica del castillo es algo que no cualquier plebeyo llega a conocer con sus propios ojos. Considérense afortunados de ser elegidos por la familia real. —¿Decoración gótica? Ja, lo sabía. ¡Estoy en el castillo de Batman!...pará, ¿cómo que no? Me cagaron, hijos de mil puta.

—Es verdad, señor parrillero, que por cierto, aún desconozco su nombre. Este glorioso castillo tardó trescientos cincuenta años en construirse. Yo era apenas una pequeña que recién había aprendido a caminar cuando empezó esta edificación. Finalizó cuando entraba en la pubertad. —¡A la mierda, es una vieja chota! —Muchos reyes pasaron por el trono de este lugar. Aún recuerdo mi amistad con la Reina Berblé como si hubiera sido ayer, aunque ella murió hace siglo y medio. —¿¡Pero qué...!? ¡Esta tiene que ser bisnieta de Mirtha Legrand. No puede ser de otra forma.

—Por aquí, señores. —El tipo que hasta hacía un rato me había hablado como el culo, nos abrió una puertita de madera que, en un principio, había ignorado totalmente. Tal vez sea porque está pintada también de negro, perdiéndose entre la inmensidad de la pared.

—Ya era hora de llegar, llevo mucho tiempo caminando por acá, ¿vos te pensás que soy un maratonista jamaiquino? —pregunté. Ja, a ver como hacen para arreglárselas ahora que me hicieron andar un montón para llegar hasta acá.

—Pero señor, solamente caminamos por unos trece minutos. Eso no llega a ser ni siquiera la introducción de una buena ópera. —¿¡Pero qué...!? ¿¡Trece minutos solamente!? ¡Pero si se sintió como si hubiera caminado por varias horas.

—Bueno, ya fue. Empezaremos a trabajar de inmediato. Por favor, déjenos tranquilos para que podamos realizar nuestra labor con mayor comodidad. —Ellos empiezan a parecer demasiado molestos, y yo estoy disfrutando mucho de hacerlos enojar. Ja, ja, ja, ja, que malo soy.

—Yo no sé por qué algún miembro de la familia real se fijó en ti. Eres grotesco, maleducado y además, no pronuncias las "s" al final de cada palabra. En otras palabras, eres todo lo que a esta gente normalmente le desagrada —detiene su mirada y posa su mirada en mí—. Ni se te ocurra usar alguna brujería sobre la nobleza, ¿de acuerdo? —¿Pero este tipo enloqueció o qué? Llegué a este mundo hace una semana y ya voy a ser un hechicero todopoderoso, si claro, como si esas cosas pasaran.

—¿Brujería? Por favor, si este hombre no está, en absoluto, apto para usar algún tipo de magia. Su principal atributo no es la inteligencia. —Gracias, Freixla. Venía bien y vos tiraste todo a la mierda. Con aliadas como ella, ¿para qué querer enemigos?

—Confiamos plenamente en ti, señorita Freixla, y creemos ciegamente en sus palabras. Si así lo dice usted, entonces los dejaremos solos para que puedan empezar con los preparativos para la gran cena. —Con esas palabras, los soldados se retiraron y nos quedamos la hija de la diosa ninfómana y yo solos en la entrada a la cocina. Hora de ingresar y conocer donde trabajaríamos por las siguientes horas.

—La puta madre que lo re mil parió, la concha de la lora, y las tetas de Lía Crucet. Que bueno está esto. —Paredes de azulejos blancos, techo celeste, suelo de madera perfectamente lustrado, pero sin ser resbaladizo. Las herramientas para cocinar...mamita querida. Hornos, freidoras...pará un cacho, ¿Un microondas en pleno mundo medieval? Bueno, no importa. Lo principal está en el rincón justo a mi derecha, una parrilla de ladrillos rojos que mide, aproximadamente, unos cinco metros de largo y uno de ancho. Fácilmente, ahí entran sin problemas, algo de siete o incluso, ocho tiras de asado enteras. Golazo de media cancha.

Hablando de fútbol...me pregunto como le estará yendo a Ferrocarril Oeste en el torneo de allá. Espero que estén ganando. Soy muy fanático de ese equipo.

—Aquí está todo, señor. Voy por la carne y ya nada nos impide empezar a preparar la grandiosa cena. —Eso estaba genial, posta, pero había un pequeñito detalle...

—Bien, pero...¿y los demás cocineros? Digo, si vamos a cocinar para tanta gente, necesitaremos de algunas manos extras para que nos ayuden. —Y de paso, aprovecho para lucir mis increíbles habilidades como chef líder.

—No tendremos ayudantes. Como sabían que en el restaurante trabajamos los dos solos, para mayor comodidad nuestra, prefirieron dejarnos a los dos hacer esto solos. O sea, no vamos a tener a otros cocineros ayudándonos. Mucho mejor, ¿no? —Bueno, en parte sí es mejor. Ese cuerpazo está todo para mis ojitos...eh, quiero decir, toda la atención podremos ponerla en preparar la comida, y no desperdiciar tiempo en controlar a los otros.

—De acuerdo. Andá a buscar todo, tengo muchas ganas de arrancar con esto. —Y en cuanto dije eso, ella caminó hasta la puerta y salió, dejándome a mí solo en esa belleza de cocina. La puta que vale la pena estar vivo...o mejor dicho, la puta que vale la pena haber muerto.




Continuará...

Soy un parrillero argentino que llegó a otro mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora