Capítulo 8: La noche

272 2 0
                                    

Caída las seis treinta de la tarde, me arreglé, escogiendo para el encuentro un vestido strapless color rosa coral; escote corazón, con fajín drapeado y la falda de tres tiempos. Sin duda alguna era un modelo precioso que me llegaba hasta las rodillas. Me gustó porque además de ser uno de mis colores favoritos era un vestido sin tirantes. En la parte superior del busto tenía un decorado hermoso de pequeñas piedras que parecían diamantes deslumbrantes y cegadores.

Deprisa, los acompañé con unas zapatillas plateadas con tiras y pedrería en ellas como en el tacón, una pulsera de oro y un bolso naranja tangerine con asa larga para llevarlo en bandolera o en el hombro. Me arreglé el cabello, las cejas, las uñas, la tez y todo aquello que hace una mujer para impresionar a un hombre en una salida. Antes de salir de casa me miré ante el espejo de cuerpo completo de la recamara y me puse al cuello una cadena de oro con incrustaciones de diamante que mi padre me había regalado un mes de junio. El día de mi graduación. Treinta minutos antes de la hora indicada subí a mi Cadillac para partir directo hacía el hotel NH Harrington Hall. Robert en ese instante se encontraba llegando del trabajo cuando me vio entrar al auto.

Bajó de su camioneta con la cólera haciéndole polvo las gesticulaciones.

—¡Hey! ¡¿A dónde vas tan arreglada?! —me alzó la voz de manera que llegó a convertirse en gritos. Gritos hoscos y secos como una flema. Sin importarme en lo absoluto lo deje con la palabra en la boca y con un amago que de los gritos pasaba a transmutarse en furor ígneo—. ¡Christine! —volvió a rugir. Esta vez, aceleré. Con un chirrido provocado por las llantas el auto se deslizó. Escucharlo ahora es lo que menos deseaba atender.



Frente al hotel NH Harrington Hall, en el barrio de South Kensington, me estacioné. Entré y me dirigí con la recepcionista para que me permitiera el acceso de subir.

—Buenas noches —dije—. Soy Christine Wilson, señorita —me expliqué, aclarándome la garganta—. Vengo a ver al señor Nicholas Looper.

—Un momento —aclaró la recepcionista en tono amable—. Déjeme avisarle al señor que usted lo espera para confirmar.

—Por supuesto.

Mientras la recepcionista de cabellera castaña con mechas platinadas que tenía delante, me voceaba para informarle a Nicholas que estaba aquí, sentí una oleada gélida de maripositas revolviéndome el estómago.

—Listo —me dijo luego de un minuto—: Puede subir por el ascensor, señorita —entonó la recepcionista al confirmar que efectivamente me esperaban. Su trato era cálido, tenía pómulos pronunciados y un cuello alargado—. Al fondo del pasillo que tiene a un lado, a la derecha lo encontrará.

—Gracias —asentí. Me dirigí al ascensor siguiendo las instrucciones de la amable mujer.

En el trascurso del pasillo, no hacía más que contemplar el área en el que ahora me ubicaba. Del otro lado del salón, una pequeña tapia damasquinada se asentaba con lo que parecía ser hileras de oro y de plata. En el siguiente recodo una dulce fragancia me envolvió como brisa de aire fresco la napia y unos cuadros sobre el techo (pequeñitos), en forma rectilínea y con luz amarilla, me iluminaron el camino albar como un nimbo de fuego aflorado.

Dentro del ascensor me agarré fuerte al pasamano de metal, ya que notaba que el nerviosismo se me esparcía de las pantorrillas al pecho como una enfermedad mortal que amenazaba con destruirme antes de que las cancelas se abrieran. Por el metal plomizo de las paredes divisaba mi reflejo; tenía un aspecto débil e inocente que nada tenía que ver con lo que era en verdad, aunque también se percataba una mujer decidida y de decisiones sólidas. Una mujer que podía amar y que por alguien especial e importante daría el alma si es necesario.

Contigo Hasta La Muerte (Completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora