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La biblioteca había perdido poco a poco el calor humano que horas atrás poseía, sin embargo, eso no impidió a Hermione seguir leyendo con la cabeza bien al fondo de un viejo libro, la joven devoraba con dedicación las antiguas letras escritas mientras garabateaba para no olvidarse ni un solo dato. Todo lo que sus ojos captaran le parecía información útil y fascinante. No se detuvo hasta que Madame Pince y su bostezo largo y fuerte la hicieron darse cuenta de la hora.

—Debes irte ya, niña. —con voz nasal y claramente fastidiada, la bibliotecaria casi la arrojó fuera del lugar.

No podía esperar un trato mejor. Hermione sabía que habían extendido dos horas más del horario solo para ella. Dumbledore le había permitido que hiciera uso de todo hasta las once y obviamente a Madame Pince eso no le había hecho ni pizca de gracia. En realidad ni a ella, ni a Severus Snape, encargado de esa área en particular, debía permitir a la Gryffindor circular cómodamente a altas horas de la noche, sin decirle ni una sola palabra siempre y cuando tuviera su pase.

—¿Donde lo dejé? ¡Oh, Merlín! —chilló mientras caminaba.

Ya había tenido malas experiencias al olvidarlo, desde pérdida de tiempo en la dirección, hasta baja de puntos por parte de profesores que la encontraban sin un justificante que demostrara porqué deambulaba en los pasillos tan tarde.

—¡Perfecto! —encontró la hojita roja con su foto en ella.

Más segura de no ser castigada, caminó con calma hacía su dormitorio, se tomó el tiempo para no hacer ruido, con su varita en dirección al piso para no despertar a los retratos que ya roncaban y se ponían gruñones si eran despertados. Pensaba en pronto pedirle a Harry su capa de invisibilidad, así no sería vista y se salvaría de recibir una mala mirada y algún comentario despectivo del horrible profesor de pociones.

Ya casi doblaba la esquina cuando una mano se alargó a ella. Al estar cerca del pasillo de las cocinas no sintió miedo, supuso que sería algún elfo doméstico, todos la conocían y aunque no era del agrado de muchos, sabía que otros cuántos apreciaban su labor de liberarlos. Con lentitud giró la cabeza antes que su varita, antes de lograr ver quién la violaría.

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"Draco dormiens nunquam titilándus"

Malfoy leía el lema en el escudo que ondeaba en la parte alta de la torre de astronomía. Se le había hecho placentero pasar sus noches ahí, mirando los alrededores dormir y preguntándose incesantemente si él era el único que no lograba conciliar el sueño.

Su encargo había sido claro, debía encontrar el armario evanescente, el gemelo de Borgin&Burkes, además de llevar a cabo su plan contra Dumbledore todo en un tiempo récord. Una carga que comenzó a pesarle después de recibir la desesperada carta de su madre, en donde le suplicaba tuviera mucho cuidado pues el señor tenebroso estaba inquieto por resultados.

Si ella pudiera verlo, si Lucius pudiera verlo o incluso si Voldemort pudiera verlo seguramente ya lo habrían matado por incompetente, y tal vez eso era lo mejor para él, una muerte rápida a manos de cualquiera de los tres era mucho mejor que tener esa carga en sus hombros. Todas las noches buscaba el maldito armario, todas las noches se preguntaba cómo haría para matar al anciano director, el cual no le había hecho nada. Dumbledore había sido de hecho muy considerado siempre, pasándole por alto un sin fin de travesuras y preocupándose por él cuando lo notaba nervioso o sus notas bajaban, en definitiva Dumbledore no se merecía una muerte pronta y menos a manos de un estudiante.

Mutismo [En Reedición] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora