Era un día precioso en la isla filipina de Palawan. Estaban a más de treinta grados Celsius, pero, a pesar de los agobiantes rayos de sol que golpeaban a La Paragua, los transeúntes iban de acá para allá con sombreros de palma sobre la cabeza, y cargando bolsas con mercancía, atravesando el pequeño mercadito que conducía hasta su destino. Habían pasado más de quinientos cuarenta y siete días desde la última vez que se habían visto y, desde entonces, ninguno de ellos se había puesto en contacto, aunque la razón era justificable.
Un hombre de ojos chinos la sacó de sus pensamientos cuando le ofreció un poco de fruta en su idioma materno, pero ella se negó con una suave sonrisa; el estómago le pedía comida, pero sus pies la guiaban sin detenerse hasta la dirección que marcaba el mapa de su móvil.
No supo cuantos minutos pasaron, pero después de caminar por un gran sendero, se detuvo. Frente a sus ojos, una gran vivienda estilo filipense se erguía majestuosa, rodeada de la vegetación nativa del sitio. Recorrió aquella casa con la mirada mientras una sonrisa se formaba en su rostro, pues estaba claro que Sergio se había encargado muy bien de invertir su dinero.
Pero no había ido hasta allí sólo para mirar el lugar desde fuera.
Aunque el cansancio le tensaba los musculos, subió los peldaños de la entrada enérgicamente, guiada por la alegría y la nostalgia que oprimían su pecho. Sus ojos bajaron hasta la perilla de la puerta, y como si se tratase de su propio hogar, giró para abrir y entrar.
El corazón estuvo a punto de escaparse de su cuerpo cuando les visualizó. Aquellos que, siendo completos desconocidos, se convirtieron en su única y verdadera familia.
Tokio, Nairobi y Helsinki, Denver junto a Mónica, quien cargaba en sus brazos a un crío de poca cabellera rubia, y el Profesor. Ni siquiera se sorprendió cuando notó la presencia de la inspectora Raquel, parada cerca de la mente maestra del grupo. Verlos a todos de nuevo, a salvo y disfrutando de su fortuna, le hizo esbozar una enorme sonrisa alegre.
Aunque, claro, la ausencia de los que habían partido fue tan dura, como el poner un pie dentro de ese sitio.
Todos se volvieron al escuchar la puerta abrirse; de cierta forma, aún se mantenían alerta ante cualquier situación, pero, al ver el rostro de la muchacha aparecer frente a ellos, les hizo sonreír tanto como ella lo hacía. Nairobi, que se encontraba más cerca que todos, fue la primera en tomar la iniciativa de ir con ella con los brazos abiertos de par en par, pero se detuvo a unos pasos de estrecharla cuando sus ojos bajaron hasta su torso y notó el velo que vestía, del cuál sobresalía un pequeño bulto que le ocupaba los brazos.
—Estás de coña— Los ojos de la morena se cristalizaron ante la sospecha que cruzó su mente, pero ninguna lágrima descendió por sus mejillas.
Todos los demás habían comenzado a acercarse de igual manera, pero al ver la reacción de su compañera detuvieron el andar, con confusión en sus rostros.
La muchacha les miró a los ojos a cada uno por un momento, leyendo en sus miradas la misma pregunta que Nairobi le había hecho sin haberla formulado realmente. Sintiendo un repentino nudo en la garganta, sonrió suavemente, conforme inclinaba la cabeza respondiendo a sus dudas. Nairobi instintivamente se llevó una mano a la boca por la sorpresa, mientras Tokio borraba la sonrisa de su rostro y, el Profesor, que ya lo sospechaba, abandonaba su lugar junto a Raquel para acercarse silencioso hasta la joven. Todos enmudecieron al instante, consternados y alegres, a la par de Sergio.
—¿Puedo?— murmuró.
—Adelante— le respondió ella de igual forma.
Con las manos temblando, el Profesor se aferró a aquella manta que cubría aquél pequeño secreto.
Sus ojos se cristalizaron al descubrir una pequeña criatura de cabello oscuro, que descansaba plácidamente en brazos de su madre, ajena a lo que sucedía a su alrededor.
Todos contuvieron la respiración por un momento.
Era su pequeño retoño.
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Bᴇʟʟᴀ Cɪᴀᴏ °Lα Cαѕα de Pαpel°
Fanfiction❝Todo pintaba a que ese veintiuno de octubre sería un día maravilloso. Se había levantado más temprano de lo habitual sin perder el buen ánimo, y por primera vez en mucho tiempo, estaba decidida a alejar los pensamientos asesinos que el imbécil de s...