Otto

3.4K 218 63
                                    

ADVERTENCIA: CAPÍTULO CON MÁS DE OCHO MIL PALABRAS EN COMPENSACIÓN DEL TIEMPO QUE ESTUVE AUSENTE. SIN MÁS QUE DECIR, ESPERO QUE SEA DE SU AGRADO. 

°°°

Los ojos oscuros de Arturo Román estaban fijos en la corpulenta figura de Helsinki, quien le daba la espalda; apenas había abierto los ojos esa mañana y ya sabía que algo había sucedido mientras se encontraba sumergido en el pozo de la inconsciencia. Al inicio, mientras intentaba espabilarse, creyó que aquellas palabras que rondaban por su cabeza no se trataban nada más que de fragmentos de algunos de los sueños que había tenido esa noche, hasta que Helsinki le ayudó a ponerse de pie.

De primer vistazo no la reconoció. El efecto del sedante todavía navegaba por sus venas, por lo que tardó unos minutos en darse cuenta del lugar donde estaba y de la situación en la que se encontraba.

Palabras incomprensibles y apagadas escapaban de sus labios sin su consentimiento, en tanto sus ojos divagaban sin rumbo alguno, parpadeando con lentitud y enfocando poco a poco lo que había a su alrededor.

—No más sedantes para ti— vaciló el grandulón frente a él, quien limpió la herida en su clavícula con un poco de alcohol.

El mero contacto de la solución etílica con su carne viva le hizo reaccionar de momento, enfocando los ojos en los azules que le veían.

—Calma, calma. Todo está bien.

Arturito pasó saliva, sintiendo la boca amargamente seca. Para su desgracia, seguía dentro de la fábrica, con una herida punzante cerca del hombro y con el peso de la muerte de su amante y el niño que llevaba en el vientre.

Nada había cambiado, sólo tal vez, su actitud ante la situación.

Debía ser más cuidadoso y suspicaz con aquellos chiflados de rojo, pues ahora más que nunca, después de lo que había pasado, estaba seguro de que una vez se hicieran con todo el dinero que buscaban, los acribillarían hasta volverlos como un colador de cocina.

Pero si bien había visto en las películas de thrillers policíacos, lo mejor era mantener un perfil bajo, en tanto se hacía de un plan.

—Ya está.

El extranjero retrocedió sobre sus pasos, poniendo distancia, haciendo que el director general soltara un suspiro aliviado al ya no sentirlo tan incómodamente cerca suyo.

Fue hasta entonces cuando, siguiendo recelosamente los movimientos del armado, comprendió que ese cuerpo laxo que estaba tendido sobre una improvisada camilla era nada más y nada menos que de esa mujer que, para su suerte o desgracia, bien conocía.

Era Valentina Iturbide.

Un montón de sensaciones anudaron su estómago al notarla claramente endeble sobre aquel escritorio de madera, mientras el enorme hombre uniformado maniobraba en ella.

¿Esa era la misma mujer que diario le provocaba dolores de cabeza con esa actitud desafiante? Porque estando allí inconsciente, con el cabello desordenado y las ojeras bajo sus ojos, daba la impresión de que se trataba de alguien más que padecía algo terrible, y no de ella.

A su cabeza llegaron los recuerdos de la primera vez que la había visto, mientras Helsinki, viendo en su dirección, le decía algo que el señor Román no alcanzó a escuchar.

Desde el primer momento había quedado embelesado con esa mirada que irradiaba seguridad y ese vestido formal que, sin mostrar demás, lograba que la imaginación de Arturo tomara rienda suelta. Era cierto que apenas había puesto un pie en su despacho y él ya estaba seguro de que ella sería quien consiguiera el puesto de su asistente. En ese momento, se había olvidado por completo quién era Laura, o Mónica, pero, para su desgracia, Tina se encargó de hacerlo aterrizar de aquella nube de sueños ingenuos demasiado pronto para su gusto.

Bᴇʟʟᴀ Cɪᴀᴏ    °Lα Cαѕα de Pαpel°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora