Uno

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Veintiuno de Octubre del 2016.
Día del atraco.

Todo pintaba a que ese día sería un día maravilloso. Por la mañana, se había levantado más temprano de lo habitual sin perder el buen ánimo, y por primera vez en mucho tiempo, estaba decidida a alejar los pensamientos asesinos que el imbécil de su jefe, Arturo Román, despertaba en ella cada que lo veía.
Mientras se cepillaba el cabello húmedo después de darse una ducha, observó su reflejo en el espejo del baño, jurandose allí mismo que, absolutamente nada, arruinaria ese día tan especial.

Se arregló con la misma ropa de siempre; blanco arriba, negro abajo. A veces se sentía como una monja vistiendo de aquella manera, pero debía cumplir las reglas de su trabajo y, una de ellas, era lucir presentable; así que siempre se esforzaba por ocultar, con largas mangas, los antiguos tatuajes que pintaban la piel de su brazo izquierdo.

Se dejó el cabello suelto durante el camino hacia la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, esperando que el sol que se asomaba débilmente entre las nubes de otoño evaporara las últimas gotas de agua que escurrían de él.

El guardia de seguridad le sonrió amablemente cuando visualizó su esbelta figura subir por los peldaños de la fabrica.

--Buenos días, Señorita Iturbide- le saludó --El día de hoy luce guapísima--

La chica le miró durante unos segundos, antes de devolverle la sonrisa. Samuel Iglesias era uno de aquellos hombres en peligro de extinción: era amable, respetuoso y honorable, y siempre la saludaba con el mismo halago amistoso.

--Buen día, Samuel-- le respondió, atándose el cabello en una cola alta-- ¿Qué tal la familia?--

--De maravilla--

--Me alegro mucho. Dadles mis saludos--

Valentina no conocía a la familia Iglesias, pero, cada que podía, Samuel le hablaba de su mujer y sus hijos, así que ya les había tomado cariño.

--Con gusto. Bienvenida--

Con paso seguro se dirigió hacia el interior de la fábrica, saludando a los compañeros que se le cruzaban por el camino. Su mirada recorría los rostros de los empleados, buscando entre ellos a una chica de rubios rizos a la cuál le urgía ver.

Después de unos minutos, la encontró en uno de los baños del trabajo. Se sostenía de los lavabos, con la mirada fija en sus manos; lucía ausente y un tanto confundida, lo que de cierta forma alarmó a la castaña.

--Mónica-- le llamó para atraer su atención-- Mónica--

La chica reaccionó casi después, y, tras echarle un vistazo por el espejo, se volvió hacia su amiga y acortó la distancia entre ellas para abrazarle con fuerza. Valentina se sorprendió por ello, pero le devolvió el gesto sin dudar.

--¿Qué tienes, tía? Desde ayer me has asustado con esa llamada--

--Ha pasado algo-- confesó, sin soltarle-- Puede ser tan bueno como malo--

--¿De qué hablas?--

Dudó al responder su pregunta, como si las palabras se le atoraran en la lengua y no pudiera expulsarlas.

--Estoy encinta, Tina--

Valentina Iturbide se quedó helada. Sabía lo que eso significaba para Mónica, y también lo grave que eso era. La chica era la única en toda la fábrica que sabía del romance que su amiga tenía con el director del lugar, así como también sabía que Arturo Román era casado y con hijos, y también lo suficientemente imbécil como para engañar a su mujer, e ilusionar a la pobre de Mónica.

Bᴇʟʟᴀ Cɪᴀᴏ    °Lα Cαѕα de Pαpel°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora