Nove

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Si cerraba los ojos e inspiraba el aroma de aquel lugar podía imaginarse a sí misma enfundada en su ropa formal y con el cabello mojado, esparciendo gotitas por el piso de madera y provocando muecas de disgusto en el rostro de su jefe. Si bien era cierto que prefería mantenerse lejos de Aturo Román y su insoportable forma de ser, debía de admitir que, en ese momento, echaba un poco de menos lo atareada que era su vida antes del atraco. De no haber pasado, probablemente estaría tal cuál se había imaginado, yendo por la fábrica de acá para allá cumpliendo con las órdenes que el director general le había encomendado, aunque, si de verdad hubiera sido así, probablemente no hubiese vuelto ver a Berlín nunca más.

Y no estaba segura si eso hubiese sido lo adecuado.

Definitivamente, la presencia de él había llegado a revolucionar la nueva vida que se había esforzado en construir. Una parte de ella, la más lógica tal vez, se negaba a considerar si quiera su presencia como algo importante, con tal de mantener la estabilidad, si es que quedaba un poco de ella, de su vida actual. Después de todo, no había sido fácil abandonar todo lo que tenía para iniciar desde cero, abarcando varios aspectos, en un país que no se sentía como casa.

En cambio, también estaba esa otra parte suya que prevalecía desde su antigua vida, y que insistía en que tal vez, el destino o algo más poderoso, los había juntado nuevamente para arreglar lo que tanto se había obligado en dejar en el pasado.

No lo sabía, y se esforzaba por no pensar en ello y simplemente esperar a ver el rumbo que tomaban las cosas.

De mientras, tenía que limitarse a permanecer sentada en aquél cómodo sofá acojinado de la oficina de Arturito, rodeada de mujeres que no dejaban de echarle miradas llenas de angustia e intriga. Pudo reconocer, de entre aquellos rostros ensombrecidos y funestos, dos mujeres que trabajan en la fábrica y que de vez en cuando coincidían en la cafetería; la tercera era una chica que sin duda alguna pertenecía al Brighton College, tan silenciosa, como temerosa, que apenas y se había movido de la misma posición en la que estaba desde que Tina había llegado al lugar.

Oslo, aquel atracador, de aspecto rudo e imponente, las vigilaba con el ceño fruncido, aunque lucía visiblemente agotado de permanecer allí de pie, cargando una M-14. Por un momento, la joven se preguntó si debajo de aquella máscara de imperturbable seriedad que mantenía en el rostro, se encontraba un hombre amable y bonachón como Helsinki, mismo que, después de que Valentina desfilara frente a la Inspectora para su prueba de vida, la llevó a uno de los baños con un kit de aseo personal, para que pudiera quitarse la mugre que había acumulado en los días que llevaban allí.

—Tener cuidado— le había dicho— Movimiento fuerte poder abrir herida.

Luego de eso, de forma impresionante, esperó pacientemente en la puerta sin volverse a mirarla por un segundo, ni si quiera cuando ella le pidió el favor de que le ayudase a enjuagarse el shampoo, pues alzar el brazo estando inclinada sobre el lavabo le había provocado un tirón doloroso que se expandió hasta su columna.

A pesar de que no había sido una ducha como tal, si había logrado su cometido, haciéndola sentir cómoda y pulcra.

—Quietas— habló Oslo después de un largo periodo de mantenerse en mutismo. Su orden sobresaltó a más de una presente— Quietas— volvió a decir, como para dejar en claro lo que había dicho.

Luego de eso, alzando el arma de forma amenazante, cruzó la habitación y salió por la puerta principal de la oficina. Su ausencia en la habitación, cambió por completo la actitud de las mujeres, que habían pasado de una angustia silenciosa, a una paranoia alarmante.

Sonia y Carmen, colegas de Tina, se volvieron hacia ella temblando como si la temperatura de la habitación hubiese descendido a varios grados bajo cero; su ansiedad era tan desbordante, que incluso mirarlas a los ojos hacía que la muchacha comenzara a sentirse desesperada de estar allí encerrada.

Bᴇʟʟᴀ Cɪᴀᴏ    °Lα Cαѕα de Pαpel°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora