Capítulo XXI

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Jornada

Oliver Wigner miraba desde aquella butaca en lo alto del teatro del instituto la exposición del conferencista especial invitado abajo en la tarima. Por dos días había asistido a todo el evento, las Jornadas de Ética laboral en Derecho. La universidad había desplegado todos sus recursos en esta jornada, ponentes de la institución, desde alumnos de cursos de pregrado y postgrados, así como docentes, habían pasado esos dos días mostrando su aportes en sus trabajos de investigación. Oliver no había expuesto nada, pero tres de sus tesistas de postgrado se habían presentado mostrando sus trabajos.

Abajo en la tarima estaba el decano Esteban Alfieri terminando de alabar al invitado estrella que cerraba aquella jornada, ahí estaba el fiscal Hugo Espinosa, quien había terminado su ponencia sobre ética dentro de ministerio publico; al finalizar los presentes habían aplaudido de pie ante al joven fiscal. «¿Cuánto tenía?», trataba de recordar Oliver; pero en ese momento sus emociones no le permitían pensar. Hacía casi diez años que no veía a Hugo, ni sabía de él, debía tener treinta y cinco, calculo Oliver. Hugo seguía igual, su piel canela clara, su pelo azabache, sus ojos oscuros, siempre afeitado y pulcro; parecía que los años no pasaran por el hombre. Un poco más maduro, eso si lo podía afirmar, se notaba que se ejercitaba y levantaba pesas, esos brazos llenos se marcaban el traje gris plomo que llevaba, atrás habían quedado los brazos y las piernas delgadas del muchacho que había sido su segundo esposo.

Oliver sintió deseo por aquel hombre, al que miraba con unos binoculares desde esa altura del teatro; quizás, pensó, no había sido tan buena idea venir a verlo. No habían terminado de buena manera, pero aquel hombre le había movido el piso alguna vez, había sido el único con que había roto su máxima docente, la de jamás acostarte con un estudiante. Él se había justificado a si mismo, no es un estudiante, es un tesista; pero no importa como lo llamara, seguía existiendo una relación docente-alumno, y eso fue el meollo del problema; el intachable doctor Wigner se acostaba con un alumno. Al final y tras el divorcio también ello provocó el final de su carrera docente y el obligarlo a aceptar una jubilación anticipada. Había vuelto a las aulas por muchas razones, pero aquella raya era más fuerte que si se tratara de muchas, y tenía más peso que si se trataran de las muchas marcas de un tigre.

—¿Nos vamos ya?, —preguntó Julian a su lado, quien había sido arrastrado a aquel evento por quien ahora lo hospedaba en su casa.

—No, —fue la única respuesta que obtuvo.

El chico cruzó los brazos y refunfuñó para si mismo en la butaca vecina.

«Vienes conmigo», le había ordenado Oliver hacía tres días atrás. «Para todos los efectos eres mi acompañante, eso si alguien te pregunta», le había dicho Oliver esa noche anterior a la inauguración de las Jornadas. «¿Un escolta?», había preguntado el chico. «Si, quiero que lo insinúes, que eres mi Baptiste Giabiconi; aclara que vivimos juntos, y todo lo demás», dijo el abogado. «Lo de todo lo demás no es cierto», protesto el chico. «¿Te importa?, ¿tienes algún novio o alguien que te lo reclame?», dijo Oliver. «No, pero...», trató de insistir el chico. «Bien, entonces no hay problema, considéralo como parte del pago de lo que me debes, así que busca en mi armario algo que te sirva y sea caro, yo no ando con taxiboys, y te pones lindo y costoso, puedes tomar prestado alguno de mis relojes y gemelos que hagan juego, y unos zapatos decentes, no vas a ir de tenis», insistió el hombre. «¿A quién quieres impresionar?», se atrevió a preguntar el chico. «A mi ex, mi segundo ex», aclaró Oliver.

Julian había aceptado el juego, pensaba que fingir que era el amante de aquel abogado sería divertido, pero la verdad es que habían sido los dos días más aburridos que había pasado en su vida. Un montón de idiotas sabelotodos hablando paja de moral y modales cuando en el fondo estaba seguro Julian eran peor que las ratas; y ellos en todo eso ni siquiera se habían aproximado a la acción, o se habían codeado con alguien. El abogado había insistido en permanecer en aquellas butacas al final del teatro, alejados de todos, donde las luces superiores encima que apuntaban a la tarima los dejaban prácticamente ocultos de todo el mundo.

Camarógrafo - Serie: Étoile Producciones - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora