Capítulo XVII

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Pablito castigado

Pablo salía esa tarde de viernes de su sesión con el grupo de terapia. No le ayudaba, al menos no en la forma que él desearía. Pero no podía escapar de ello, sabía que hasta que se tuvieran los resultados definitivos estaba atado a las normas y al castigo impuesto. Durante estos tres meses trata de seguir siendo el chico alegre, el amigo de todos, el bromista; pero era por dentro el pobre y triste payaso, casi como la letra de José Alfredo Jiménez.

Conducía de regreso a Étoile, ya no era la nueva estrella, ya no podía seguir trabajando frente a las cámaras, ya no podía a disfrutar de todas aquellas sesiones de sexo duro y fuerte que le encantaban, y que casi por un año disfrutó dos veces al mes. Se acabaron las orgías para Pablito, se acabó el incesto con su padre ante las cámaras, se acabó el ser bañando de semen por sus compañeros de escena, de ser usado como vertedero y orinal; ya no había más sexo para Pablito, bajo ninguna de sus formas.

Tres meses habían pasado desde aquella maldita fiesta. «Voy con unos amigos del colegio papá, no te preocupes, no hay peligro». «No hay peligro» le había dicho e insistido a su padre. Era sólo ir de juerga con unos conocidos, ir a un bar y bailar en la disco, tomar algunos tragos, y si había suerte, algo de ligue al final de esa noche. Nada que ningún chico con diecinueve años no pudiera hacer. Era el momento en su vida de disfrutar que ya era un hombre, pero que seguía siendo joven.

Y las cervezas pasaron por sus labios, pero esas no fueron su desgracia y fuente de caída, al menos no directamente. Quizás, si no hubiera estado tan bebido hubiera reconocido el peligro; pero nadie se emborracha con ¿cuatro?, ¿cinco? cervezas, nadie se emborracha bailando entre las luces y el humo al ritmo de la música electrónica. Pero, si bien no estaba borracho vomitando las nueces saladas que había comido en el bar, tampoco estaba sobrio para no ver lo que ocurría.

Ahí en medio del baile, mientras todos estaban con el frenesí del volumen retumbante, una bandeja empezó a circular. Una bandeja con pequeñas gomitas de dulce con forma de estrellas de colores, de todos los colores, había rojas, fucsias, azul celeste, verde aguamarina y ámbar, y todos agarraban una, a veces dos. «¿Qué son?», se había atrevido a preguntar Pablo a otro de los chicos que agarraba una y se le introducía entre los labios. «Algo que libera el alma», le respondió el chico. Pablo miraba como la bandeja seguía pasando y todos agarraban uno de esos dulces de goma. Él no quiso ser menos, y agarró una gomita dorada. De ahí en adelante Pablo no recuerda más nada.

A la mañana siguiente despertó desnudo, sin ropa, zapatos, teléfono y billetera; botado como basura en un callejón inmundo. La cabeza le dolía a mares, como si fuera golpeado por olas del mar una tras otra y no lograba volver a la superficie, sentía que se ahogaba. Era medio día y cuando al fin fue algo consciente, salió de ese callejón y empezó a caminar tambaleante por la calle. Finalmente fue detenido por la policía por faltas a la moral. Cuando logró al fin poner en orden sus ideas, era media tarde, ya para ese entonces había sido internado en un hospital público, era finalmente evidente para la policía lo que le había ocurrido al chico.

Su padre, Charlie, Gabriel y Sergio habían finalmente llegado.

—No es el primer caso, —decía el medico forense. —Los drogan, luego los llevan a algún lado y los violan, suponemos que más de uno, ya que las muestras de semen extraídas en los otros casos señalan ser de diferentes personas, es tan grande la variedad en muestra que no se ha podido precisar cuantos usaron a los chicos, ni quienes pueden ser. —Pablo escuchaba acostado en aquella cama de la sala de emergencias, tenía los ojos cerrados, la luz blanca del lugar le molestaba, y todo seguía girando. —Lo grave del asunto es que existe mucha posibilidad de terminar contagiado de VIH-SIDA, u otra basura, —completó el medico.

Camarógrafo - Serie: Étoile Producciones - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora