Capítulo XXVIII

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Golpe bajo

Jake había regresado a casa tras una semana completa afuera. Ana había vuelto al trabajo y el mocoso respondón se había negado a acompañarlo en su trabajo de distribución y ventas de embutidos en la carretera. «Estoy buscando opciones», había aclarado el peliagudo muchacho. Llevaba más de una semana con el cuento de que iba a estudiar, eso tras cobrar el último pago por su trabajo en el porno. Antes esa opción para Miguel no estaba en el abanico de posibilidades del muchacho; antes era seguro no poder estudiar una carrera profesional, pese a sus deseos, el chico sabía que con los ingresos familiares, incluso con sus entradas esporádicas no podía costearse carrera alguna; ni siquiera una en una universidad publica. Ahora estaba el chico atrapado en un problema inverso, tenía la posibilidad de pagarse los estudios, pero no sabía qué demonios deseaba estudiar. Esa semana se la iba a pasar revisando la oferta de cursos en la ciudad, esa semana no lo iba a acompañar nuevamente.

En un primer momento eso no molestó a Jake, total él tenía otras preocupaciones. Una sobre todo llenaba su mente, su padre ya había salido de prisión y su terror era que aquel desgraciado se apareciera en casa de Ana y quien sabe con que cuento vendría, o lo que haría. Jake sólo podía recordar de su padre las golpizas y los empujones, las malas palabras y la mierda mental de aquel hombre. A la edad de doce años ya estaba entrando y saliendo de casas de cuidado. Cuando cumplió los veinte era independiente y aunque aprendió a defenderse y pelear, la sombra de aquel hombre lo atormentaba, y aún lo dejaba paralizado el sólo escuchar si voz. Luego ocurrió el milagro por que rezo a la Virgen una y otra vez cuando niño, aquel hombre era detenido y puesto preso, iba a estar encerrado por varios años.

Ese sábado en la tarde cuando regreso de su viaje, no encontró el encuentro eufórico de Ana, ella no estaba en el apartamento; tampoco el chico. Desde antes de la operación medica, el sexo con la amante literalmente había caído a cero. No se acostaba con la mujer hacía meses y esta sequía lo estaba empezando a cabrear realmente, amaba a Ana, pero sobre todo amaba el sexo con Ana. El sexo ocasional y de descarga con el chico respondón tampoco funcionaba, el muchacho con el porno gastaba todas sus energías y simplemente lo dejaba fuera del juego, salvo para que lo viera disfrutar, pero nada de tocar. Si seguía con esos jueguitos lo iba pronto a estortillar contra la pared y le iba a meter el puño por el culo igual como el mocoso le hizo a aquel hombre hacía dos semanas atrás, más le valía que dejara esos jueguitos con él.

La casa estaba sola, envió un mensaje por el teléfono de que había llegado, ella le respondió con estaba trabajando en la clínica cercana, volvería tarde. «Mierda», se dijo mentalmente. Se hubiera quedado en el camino, pero ya incluso él no podía seguir en la carretera dando vueltas para no pensar, para no enfrentar su nueva realidad, una que no incluía el sexo, algo que para él era una parte tan importante de su vida como lo era respirar, comer y dormir. «Voy a tener que mudarme realmente», pensó mientras abría la nevera en busca de una cerveza bien fría. No había ninguna dentro. El mundo estaba en su contra, eso ya era oficial. Dando un fuerte golpe a la puerta del aparato refrigerador, agarró sus llaves y salió, necesitaba algo de combustible, uno que implicaba que algo de alcohol calentara y circulara por sus venas, y lo hiciera olvidar sus miedos; necesitaba una mujer y pronto, o iba a reventar.

***

Ana salía del centro de salud, ya había oscurecido. Ella normalmente trabajaba el turno diurno matutino; se levantaba temprano y a las siete entraba a trabajar para salir libre a las tres de la tarde. Pero tras la operación cambio al turno vespertino, iniciaba a las doce del día y terminaba a las ocho de la noche. Ana caminaba la distancia entre el centro de salud y su apartamento. No era una distancia larga, unos veinte minutos a paso ligero, era un rato donde hacía notas mentales de lo que tenía que hacer, lo que había hecho y lo que estaba casi hecho. Aprovechaba esa caminata para realizar las compras básicas en los comercios aún abiertos, pasaba por la panadería, ya pronta a cerrar y con menos clientes, y se tomaba su tiempo en la tienda de abarrotes, o entraba en la botica local por alguna receta, por agua oxigenada y algo de tinte para de cabello. No tenía canas, pero se lo aclaraba, oscurecía, o cambiaba de tono cada tanto; una vez incluso quiso cambiar pelirroja, pero el tinte termino dando a su pelo un color casi rojo coñac, no duro dos días antes de volver a su rubio oscuro. Cargada con sus bolsas regresaba a casa.

Camarógrafo - Serie: Étoile Producciones - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora