A los trece años
Cuando Drew cumplió trece años fue como cruzar una barrera, ese año muchas cosas cambiaron en su vida. Fue el año que se estiró, ese verano creció casi quince centímetros. Fue el año que le cambió la voz, dejo de sonar a corista de los niños de Viena para pasar a hablar como tenor. Fue el año que una sombra apareció sobre su labio superior, para su orgullo, y algunos vellos gruesos aparecieron también en su barbilla, y su padre le enseño como usar la crema de afeitar y la hojilla desechable. Fue el año que vello oscuro apareció en otras partes de su cuerpo, y algo más se estiro; dejaba de tener un pipí propio de estatuas griegas para alcanzar un tamaño, que comparado con sus amiguitos en los baños de la escuela y en la piscina, lo llenaba de orgullo para sí; aunque años después comprendió que eso que lo llenaba de orgullo en realidad simplemente era que él creció antes que sus compañeros y conocidos. Fue el año que algo más salió de su uretra, y no era amarillo, sino blanco; primero casi agua, luego espeso y pegajoso. Y ese algo salía cuando se tocaba abajo. Fue el año que se auto-satisfizo, y descubrió el pecado de Onán y los placeres de Priapo. Fue el año que le robo a su padre viejas revistas para adultos que su progenitor tenía escondidas en una caja en el garaje y que él escondió bajo la cama, rogando que su madre no las encontrara.
Y pese a todos esos milagros en su cuerpo y su vida, Drew recuerda ese año por otras cosas. Fue el año que empezó la escuela secundaria. Llegó contento ese primer día y esperaba reencontrarse con sus viejos amigos. Pero su sorpresa fue mayor cuando compararon horarios, él suyo no coincidía con ningún horario de ellos. Bueno se verían en el almuerzo, pensó él. Pero Drew entendió que necesitaría nuevos amigos, o al menos nuevos compañeros de estudios. Drew no entraba en el grupo de los populares; no era el centro de atención de todos, a nadie le importaba cómo vestía, qué comía, con quién estaba. Pero tampoco estaba en el otro extremo de la cadena social; no era parte del grupo de raros, de esos a los que nadie se les acerca; de aquellos condenados al ostracismo social. Estaba en un punto medio que significaba no problemas. Pero su suerte iba a cambiar.
Tras las primeras horas de clases, entendió que tendría en casi todas ellas a una chica, una a todas luces de esas del grupo de los raros. Y no es que la tipa fuera un cerebrito, o una gótica, o algo similar; no es que fuera fea, claro eso si se la veía con cuidado; pero era desagradable y respondona, y eso cuando respondía algo, y para rematar mal vestida. Y la suerte y el profesor de biología los obligó a compartir mesa en el laboratorio. Al parecer todos los demás se conocían y eran amigos, y sólo ellos dos estaban sin compañeros. De malas ganas Drew se sentó al lado de esa chica de cabellos negros y ojos oscuros. De malas ganas ambos interactuaron y se saludaron; de malas ganas empezaron con la lección del día, abrir una rana. Y sus malas ganas explotaron literalmente cuando él introdujo el escarpelo en el cadáver, donde cortó también el corazón del anfibio y la sangre salió en chorro manchando la blusa de la chica.
—Serás imbécil, —reclamó la chica al verse teñida de rojo. Y con sus palabras una cachetada cayó en el rostro de Drew.
No es que Drew lo quisiera hacer o no; simplemente actuó por instinto de conservación y empujó fuertemente a la chica con sus dos manos y la muchacha cayó del banco donde estaba sentada, terminando en el piso. Drew se quiso reír al verla tirada sobre el suelo. Pero no tuvo tiempo para procesar la información, o su equivocación al empujar a una chica, esto no era el jardín de infancia, era la secundaria. Más rápida que un gato, la chica brincó del suelo y le saltó encima. Pronto era él quien estaba en el piso, tratando de aguantar los golpes que aquella gata rabiosa le propinaba subida ella arriba de él.
Una hora más tarde, y por primera vez en su vida, Drew estaba sentado en la oficina del director. Y este era su primer día de clases. El hombre escuchó a las partes y esperó que dejaran de insultarse mutuamente antes de proceder con el castigo. Cuando finalmente llegaron sus padres, y Drew pudo irse a casa, tuvo que aguantar los regaños de su madre en todo el camino. Él no era un niño pequeño al que le jalaban las orejas tras portarse mal, pero así se sentía con los reclamos de su madre. Su padre, por otro lado sonreía. Drew casi podría decir que iba a soltar una carcajada. ¿Qué le causaba tanta gracia?
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Camarógrafo - Serie: Étoile Producciones - 02
DiversosDentro del mundo de Obligado, viejos amigos, otros nuevos y nuevas historias. *** Se aclara que esta obra contiene contenido para adultos. Hay relaciones sexuales explicitas entre hombres, nada de amor, romances y esas estupideces; queda avisado...