12. Cada segundo cuenta, el tiempo es oro.

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En la revolución de acontecimientos que suponía su viaje al pasado, Tsunayoshi jamás consideró que algo como eso fuera siquiera posible, es decir... No.

No era normal.

Pero allí estaba él, Sawada Capo-Tsunayoshi, sentado de manera precaria en una silla de madera bastante vieja, en medio de un almacén abandonado con las apretadas cuerdas lastimando sus muñecas y un reflector quemándole el rostro.

¿Cómo es que su retirada estratégica para ir al baño en media clase del tutor Spanner había terminado en un organizado secuestro que involucró gente herida y un pudín de chocolate perdido? ¡Ah! También estaba el asunto de que seguía aguantando las ganas de orinar.

¡Ni siquiera podía cruzar las piernas porque se encontraba atado de pies y manos!

Menuda cosa más incómoda.

No recordaba cuándo había sido su último secuestro... ¿Quizá fue aquel en el que Uni se vio involucrada y tuvieron que explicarle a Gamma que todo había sido un juego y en realidad nadie iba a morir?

Sonrió.

Aquel día Byakuran sangró como perra.

¡¡Fue su maldita culpa!!

Ellos estaban allí, amordazados, alterados, con los ojos vendados y atados en la parte trasera de una furgoneta blanca. Escuchaban risas, conversaciones raritas y lo siquiente que supieron ambos capos, en sus veinte, fue que Tsuna había pateado algo, después Uni golpeó algo con su cabeza y pronto el auto se detuvo abruptamente, generando un tercer golpe que acabó por vencer a su enemigo... Gesso Byakuran había caído.

«¡Ay, los recuerdos! Oye, Dame-Tsuna, ¿estás?»

Porque él estaba solo desde hace dos o tres minutos, sabía que su situación no cambiaría de inmediato y estaba intentando llenar su mente de cosas que fueran interesantes para no aburrirse. El silencio lo asustaba, lo amargaba y estaba demasiado joven para ponerse a pensar seriamente sobre las dificultades en su futuro.

Había desperdiciado gran parte de su adolescencia de ese modo...

«Estoy. Discutiendo. Con. Tu. Maldito. Guardián».

Tenía siete de ellos.

Como el susodicho era hombre, inmediatamente descartó a Chrome. Hayato no tardó en seguirla porque, si bien la tormenta era hastiante, no se le escapaba el hecho de que era con el que más cómodo se sentía su otro yo; por lo que suponía que sería imposible que discutieran.

Takeshi era simplemente adorable, imposible que fuera él. Porque la lluvia prefería evitar los conflictos que pudieran desencadenar en una orden estricta de no volver a ver a Hayato hasta navidad... Ya habían vivido eso una vez.

Fue insoportable y no querían repetir la experiencia, por ello los chicos eran tranquilos frente a él y casi nunca le llevaban la contraria cuando sentían que podría separarlos con el chasquido de sus dedos.

Lambo... Inmediatamente lo descartó, lo mismo sucedió con Ryohei.

No había razón, pero intuía que de ellos no se trataba.

Sólo quedaban...

«¿Qué ha hecho Mukuro ahora?»

Aunque sus sospechas iban principalmente hacia Kyoya, debía admitir que aquel que más atacaba su enorme paciencia no era nadie más que el señor piña.

Suspiró.

Escuchó pasos amordiguados y se sorprendió un poco al notar que el lugar se iluminaba un poco más, supuso que la puerta había sido abierta.

Diez años.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora