DOS

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Iruka trabajaba todos los días de la semana excepto menos los domingos y un martes cada dos semanas, que los usaba para descansar. Con el horario nocturno y viviendo entre el día y la noche la semana se hacía más que larga, pero con diferencia los viernes y los sábados eran los días más pesados para él pues era cuando más clientela había, lo cual era sin embargo muy lógico.

Estaba sentado en la barra esperando llamar la atención de algún cliente cuando se le acercó una camarera, llevaba ya un par de años trabajando allí y prácticamente conocía a todo el personal.

—Iruka, ¿va bien la noche?

—Na... Esperando.

—Pues no por mucho, un hombre pregunta por ti, ¿puedes ir?

—Sí, estoy libre.

—Pues ve al reservado número dos, lleva un rato esperando por lo visto.

—¿Reservado? Yo no tenía nada programado.

—Ya pero parece que tiene mucho dinero porque lo ha pagado en la recepción, diciendo que te quería ver. Sí o sí.

No hacía falta imaginar quien era, era muy obvio. Tan obvio. Obvísimo.

Fue hasta allí y sentado frente a una copa llena, que solo había pedido por aparentar, estaba Kakashi.

—Hola, señor —pasó y cerró la cortina tras de sí— Buenas noches.

—Hola, Iruka, soy el de la semana pasada ¿te acuerdas de mí?

—Sí... Me acuerdo.

—Bueno es que quería pasar otro rato contigo. Esa vez me sentí muy bien, ¿tú quieres?

Iruka se rió, poco clientes le preguntaban si él quería ir con ellos. Ese pobre estaba desubicado completamente, ¿qué pregunta era esa para un chico como él?

Al ver que Iruka se había reído lo tomó como que estaba de acuerdo y enseguida añadió.

—Lo único que hoy si me tendrás que decir... Bueno yo no sé... ¿cuánto...?

Iruka suspiró y se sentó a su lado.

—Señor, lo siento mucho pero me quedé porque ya estaba pagado. Se lo dije: yo no soy un servicio de escucha ni el teléfono de la esperanza —vio la desilusión aparecer despacio en la mirada de Kakashi pero debía continuar— Señor, empatizo mucho y me deprimo. No voy a subir con usted a menos que venga a... A lo que se viene aquí.

—Pero tengo dinero —dijo con un deje triste en la voz.

—¿No ve que yo tampoco le voy a ayudar en nada? No soy psicólogo; se lo dije también.

—Tú hiciste más por mí en una noche que dos años con un psiquiatra. Esta semana he estado muy bien y sé que fue por ti.

—Eso es lo que cree, pero no es así. Ahora me voy ir, de verdad que lo siento —dijo levantándose.

—Sólo una hora.

Iruka lo miró lastimoso.

—Y te la pago como dos horas. ¿Cuánto cobras?

—Señor, si se está tratando una depresión esto no es bueno para usted. Tiene un problema y...

—Di una cifra —le interrumpió— solo una hora y tú pones el precio. Ya no volveré, pero déjame pasar otro rato contigo.

Iruka se giró y se sentó junto a él de nuevo, esta vez tomando una de sus manos entre las suyas propias.

—Señor, no se trata del dinero. Usted requiere una ayuda que yo no le puedo dar.

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