DOCE

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La cena continuó entre charlas y breves interrupciones en las que el salón volvía a oscurecerse para que alguien subiera a la palestra e hiciera un discurso en agradecimiento al gran profesor o rememorase anécdotas de aquellos tiempos. Todo el rato se dirigían a una mesa en primera fila en la que debía estar el mencionado maestro, pero no fue hasta la última interrupción cuando le pidieron que subiera él. Iruka vio que era un hombre... gordo, un poco al menos, bastante viejito ya y con una envidiable mata de pelo.

Cuando este subió a la palestra en ninguna mesa había ni un murmullo, hasta el parlanchín Obito tenía la boca cerrada y los ojos clavados en aquel hombre. Miró a los comensales y todos estaban como niños, despiertos y atentos. Iruka imaginaba que así debió aquella primera vez que lo vieron en la universidad, en primer curso, muchos, muchísimos años atrás. Miró también a Kakashi y hasta él sonreía. Tan guapo.

El hombre hablaba y divagaba, se notaba que de todos los discursos el único que no estaba preparado era el suyo. Les agradeció por todos los años pasados, por haber sido buenos alumnos y alumnas y por haber llegado tan lejos. Les dijo que se enorgullecía de todos e Iruka creía que Kakashi, y muchos otros, romperían a llorar en cualquier momento. Contó un par de anécdotas que hicieron reír a todos y acompañado de un fortísimo aplauso volvió a su mesa. Era en ese momento que la cena había terminado.

Sin embargo, no acababa la celebración como tal. Como si fuera una boda, se abrió ya barra libre y empezó a sonar música para que siguieran hablando y pasándolo bien, pues al fin y al cabo una reunión así no ocurría siempre y querían alargar la noche.

Iruka pensó que el conmemorado, por su edad, se despediría rápido y desaparecería por lo que aquello no se alargaría demasiado, pero sus esperanzas se fueron por el sumidero cuando vio que fue el profesor quien de muy buen gusto inauguró la barra libre poniéndose una copa bien cargada.

Kakashi se puso en pie como un resorte.

—Voy a acercarme a saludarle, ¿quieres venir, Iruka?

—Yo no le conozco de nada... —dudó pero quedarse solo en la mesa no era lo que quería—. Sí, iré.

Rin y Obito fueron también, e Iruka empezaba a asumir que no se los quitaría de encima en toda la noche. Eran los dos muy divertidos y alocados -de hecho le extrañaba pensar en cómo encajó Kakashi entre ellos en sus años de universidad- pero tenía pánico de tener un fallo y que le descubrieran.

—Buenas noches, Jiraiya-sama ¿se acuerda de mi? Soy Hatake.

—Mm... Hatake. ¡Sí! Qué alegría, y como veo seguís yendo los tres en piña; Rin estás preciosa.

—¿Yo no estoy precioso, Jiraiya-sama?

—Sí, Obito tú también lo estás...

—Él es Iruka, es mi pareja.

—Cómo te cuidas Kakashi —le dijo al tiempo que daba un apretón de manos a Iruka—. Y vosotros dos ¿no me digáis que...?

—Felizmente casados —contestó Obito.

—¡Que el cielo nos salve! —bromeó.

Charlaron poco más sobre sus logros junto a un micro resumen de sus vidas, pero enseguida llegaron más exalumnos que querían saludar a Jiraya y ellos se alejaron a un lado.

—¡Que alegría me ha dado verle tan sano y tan fuerte!

—¡Este hombre nos enterrara a todos!

—¿Qué te pasa Kakashi, no me digas que estás triste?

—No, es solo que me ha dado mucha nostalgia verle... Me da por pensar en lo rápido que pasa el tiempo...

—¡Pues no pienses! Vamos a tomarnos unas copas.

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