D I E C I N U E V E

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Yazco atada de manos y pies sobre una roca fría. Tengo un dolor de cabeza horrible. De fondo escucho unos tambores tribales, me encandila la luz de una de las cinco antorchas que se encuentran alrededor de mi. escucho voces, cánticos. Una voz profunda, de ultra tumba lo interrumpe todo. Él dueño de aquella voz trae una túnica que lo cubre desde la cabeza a los pies, una máscara metálica color oro que sólo deja ver sus ojos. Estos están inyectados en sangre, sangre que rodea una pupila Azul intenso. Trae una vasija llena de agua teñida de sangre ¿Esa sangre en mía? No lo sé, mi vista está muy borrosa y apenas distingo colores y formas. Una descarga de adrenalina me lleva de vuelta a la situación. Siento una corriente eléctrica increíblemente dolorosa que empieza en mi médula y termina en mi pelvis. Esta repentina y desagradable sensación hace que levante mi cabeza. Y mientras mi vista comienza a tornarse borrosa nuevamente distingo una bola hinchada, inquieta y lastimosa en lo que debería ser mi vientre. Veo una cabeza entre medio de mis piernas, igualmente enmascarada que la de él dueño de aquella profunda voz.

- !EVELLEO EUM IAM¡

Exclama la voz femenina detrás de la máscara... No sabría decir cual. Siento que algo sale de mi. Todo me da vueltas, estoy cansada, quiero cerrar mis ojos. Mi cabeza cae sobre la roca y se ladea. no la puedo mantener mirando el cielo. Dentro de una manta blanca manchada de sangre hay un pequeño bulto. Por alguna razón mi corazón se acelera, no puedo moverme. No quiero que aquel bulto se aleje de mi. En una posición que se le podría llamar estar sentado, yace un magullado Oliver, que me mira con los ojos llorosos y perdidos. Quiero levantarme, gritar, correr, simplemente hacer algo. Pero no sucede. Al parecer Oliver ya lo intentó pero no lo logró... Veo una una lágrima deslizarse por su pómulo, no me quita los ojos de encima. Mi vista se enfoca. Su cuerpo parece estar muerto pero su expresión sigue viva. Denotan miedo, rabia y pena. Aquel hombre que antes vi se acerca de mi, ahora está cerca de él, Oliver, y de una sola pasada corta la carne de su cuello dejando que un torrente de sangre chisporroteante y oscura salga disparada. Un débil pero decidido Gerd corre en contra de el enmascarado que sostiene lo que reconozco como "mi bultito" . Este, de igual forma le ensarta el mismo cuchillo responsable de la muerte de Oliver en el estómago. deteniendo su acción antes de ser perpetuada. Con la poca fuerza que me queda veo como por la roca en la que estoy tumbada escurre un liquido escarlata que indudablemente proviene de mi. Miro hacia el cielo y allí me encuentro cara a cara con indiferente luna. Se me cierran los ojos.

No siento nada, todo es oscuro. Se asemeja a algún tipo de viaje. Pero crea una sensación de todo menos paz. No me siento, no estoy, soy inmaterial. Pienso que es lo que puede ser mi conciencia comienza a ser succionada. No sé de donde, no sé porqué, o por qué. Me desespero, no puedo respirar...

Doy un respingo y me siento en la cama. Me cuesta respirar y me duele la cabeza. A la vez que doy el salto y me siento en la cama. De inmediato penetra en mis oídos un murmullo y el sordo sonido de una madre ajetreada. Suelto un suspiro y miro por la venta. Por ella entra la luz del sol primaveral de Blekksput, acompañado de el olor a frutos y flores que brota de los muchos árboles en la calle de la ciudad. Por debajo de la puerta de la habitación se cola el olor a huevos y fruta recién exprimida, además del sonido de la vocecita de Clea. Al parecer los niños despertaron a Sabina temprano. Como puedo me levanto y voy a la puerta.

Al abrirla me encuentro con una ojerosa Sabina sentada en una de las sillas de madera de la sala. De pecho descubierto dormita en la silla mientras tiene a la recién nacida Simone colgada de uno de sus pechos hinchados, con las areolas cafés y pezones mordisqueados. Aunque es primavera por la ventana entra viento frío así que decido tapar a Sabina y ponerle una de sus mantas a Simone. Aprovecho y admiro su cara. está profundamente dormida y obviamente ya no succiona. Me sonrío porque ambas están agotadísimas, seguramente ninguno de los tres durmió bien. Retiro a la bebé con cuidado de el pecho de su madre procurando que ninguna de las dos despierte. De inmediato escucho la voz de Clea preguntandome:

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