22. No te vayas nunca.

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 "He amado cada una de esas estrías de las que reniegas en tu desnudez, y no me canso de besarte las cicatrices que llevas dentro."


Ana

18 de febrero y ya soy oficialmente mayor de edad, afuera llovía, el frio atizaba los viejos ventanales de mi casa y la corriente se colaba por los famélicos resquicios, mi pecho se alzaba con celeridad constante mientras casi me abrazaba a la fría cerámica del váter de mi baño. Esta rutina se había vuelto mi constante y por más que quise ignorar mi situación al menos por unos días antes de tomar decisiones, toda mi anatomía es un recuerdo constante de lo negro que estaba por ponerse todo.

La situación en casa no había cambiado mucho aunque últimamente mi tío pasaba más tiempo en casa que de costumbre lo cual para ser honesta, me preocupaba. Cada vez que entraba por esa puerta rezaba porque llegara el momento en que se volviera a largar. He estado intentando pensar y arreglar las cosas, ya he agotado todas mis opciones, he pensado todas mis salidas, lo he hecho lo mejor que he podido y ahora mismo, mientras camino hacia la puerta, de camino al hospital, puedo reconocer que ningún sacrificio es demasiado grande, que no hay nada que yo no haría por esta pequeña y diminuta cosita que llevo dentro. A veces me da miedo decirle mi bebe, tengo miedo de asustarme de mas, tengo miedo de volver a desatar ese torbellino que son mis inseguridades cuando sé de sobra que ya no es posible una vuelta atrás.

Salí de casa con mi bolsa de baile en mis hombros, hoy no iría a las primeras clases y quizás a las otras tampoco, pero sería mi excusa perfecta para asistir a mi primera ecografía sin que mi tío sospechara de nada, Aitana prometió acompañarme, no sé, quiero compartir este momento con alguien importante para mí, no quiero estar sola.

Al salir a la calle me di cuenta de que hubiera sido conveniente traer un paraguas conmigo, pero ya era tarde, además soy de las que prefiere mojarse antes que andar con un paraguas en el bolso, tampoco me tomo más que 10 minutos coger el autobús que me dejaría casi al lado del hospital.

Al bajar y ver frente a mí la imponente fila de edificios grises y modernos me sentí muy pequeña, sola y perdida. Busque en mi móvil el número de Aitana y la llame al menos cuatro veces sin suerte, mi cita era dentro de diez minutos así que decidí entrar y quizás dentro de un rato, volvería a intentar llamarla. No tenía ni idea de donde tenía que ir así que pregunte en información, no me gustó nada la cara de la chica cuando le pregunte por el área de atención materna, me sentí un poco juzgada, pero no pasa nada, tengo que aprender a lidiar con esto supongo.

-¿Vienes sola o con tus padres? Si eres menor debes tener una orden medica o autorización.

-No, soy mayor de edad.

-Vale, entonces tienes que ir a la segunda planta y caminar recto todo el pasillo a tu derecha hasta llegar al ala B, ¿de acuerdo? Hay pantallas en las esquinas en las cuales puedes ver su número de cita y sala, solo espera a que llamen tu número.

-Si, gracias.

Empecé a subir las escaleras hasta que escuche un grito.

-¡Ana! –Mire hacia atrás y me encontré con el desastre de mechones rubios mal agarrados que era su pelo, sus ojos azules frenéticos y su miedosa y nerviosa sonrisa. Iba algo alterada, como si acabase de correr una maratón casi. –perdóname, casi no llego

-Mimi, ¿qué haces aquí? ¿Y Aitana?

-Lo sé, esperabas ver a Aitana pero la acaban de castigar y su madre no la quiso dejar salir así que aquí estoy yo. Aitana no quería que vinieras sola y yo tampoco quería así que...

Lagrimas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora