lamento

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    4 de noviembre del 2004 (pasado sin alteraciones)


   Quizás sea porque tiene dieciséis años y está cansada...

    Ha pasado un tiempo yendo a un conservatorio por orden de su padre, practicando horas y horas sinfonías y composiciones musicales de personajes famosos que han muerto. Es aburrido, por decir lo menos, detesta cada gramo de la monotonía que pasaba en aquél lugar. Se había vuelto amargada y escéptica con el pasar de los años, sin realmente ver el sentido o motivo a las cosas, desanimada. Pogo lucía preocupado por ella cada vez que regresaba en su bicicleta del conservatorio por las tardes, con su pesado estuche que contenía su preciado violín en su espalda y el cansancio hundiéndose en sus rasgos faciales.

—¿Le gustaría qué su madre le preparé un té, señorita Vanya?—Amable como es propuso mientras le ayudaba con su estuche, pero ella negó, algo cansada; pensando con burla en como dijo madre y no aquella máquina echa de hojalata creado por tu desastroso padre incapaz de dar amor.

—No, gracias Pogo, pero preferiría descansar un poco—admitió mientras el contrario asintió, comprensivo mientras se marchaba en silencio de la sala de estar principal, dejándola sola y pensativa.

    Él nunca la llamó número siete, no, siempre fue la señorita Vanya, era casi aborrecible. Ignorando aquél hecho dejó su estuche en uno de los sofás y caminó con soltura por la academia, subiendo los escalones de dos en dos, apresurada por llegar a su habitación y tirarse en su cama.


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    Se despertó agitada, sintiendo su corazón latiendo a lo loco en su pecho, como un pajarito en una jaula desesperado por ser libre. Aterrada se sentó en el suave colchón, en la soledad y privacidad de su habitación derramó algunas lágrimas, palpando el dolor ficticio en su piel, sintiendo toques fantasmales en su abdomen que luego se volvían despiadados y brutales.

     A menudo se encontraba con esas pesadillas, ni siquiera sabía de dónde salían, como si una parte suya fuera realmente retorcida y oscura.

—Tranquila, solo fue un estúpido sueño—susurró para sí mientras flexionaba sus rodillas y los atraía hacia su pecho, descansando su cabeza entre el espacio de su pecho y rodillas, cerrando sus ojos e intentando inútilmente calmarse.

      Extrañaba a Cinco, mucho. Si él estuviera aún aquí ella correría inmediatamente a su habitación sin dudar, acurrucándose en su cama junto a su cálido cuerpo, sintiéndose segura y protegida. Su llanto, que inicialmente comienza por su pesadilla cambia de motivo, ahora lloraba por Cinco y su partida. 


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     Nunca fue alguien extrovertida o interesante, al menos, siempre se calificó así, quizás se deba a su infancia y familia. Tampoco hablaba mucho, la mayor parte de las veces se mantenía en silencio y prefería la acción de observar, escuchar y apreciar los detalles difícilmente perceptibles, viendo lo que nadie más era capaz de ver, traspasando esa capa superficial y tocando fondo; era divertido a veces, como un juego. Esa es la razón por la cuál no ha hecho muchos amigos en su conservatorio, tampoco era como si los necesitara, a veces sentía que sus hermanos era demasiado para ella y sus momentos solitarios en el conservatorio eran bienvenidos.

    Cuando regresó a la academia lo encontró prácticamente desolado, decidió ignorarlo, suponiendo que habrían ido a otra misión. Con un extraño hambre se escabulló en la cocina y se preparó un sándwich de mantequilla de maní y malvaviscos, era extraño, antes ella los detestaba pero con el paso del tiempo aprendió a adquirirle el gusto. Lo hacía para no perder el filo hilo que sentía la conectaba con Cinco, para no perder la costumbre, para no olvidarle... a diferencia de sus hermanos que parecieron asumir la ausencia de Cinco luego de un mes Vanya no era así, ella no podría olvidar a alguien tan fácilmente, ella no podría olvidar a nadie en esa casa fácilmente.

The White Violin | The Umbrella AcademyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora