Capítulo 45

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Era la primera vez que esos niños llamaban tía a Ashley. Se quedó muy sorprendida.

Se apartó de su chico y les dio un beso a aquellos dos niños.

_Tía Ash, ¿nos dejas jugar con las ratas? Edgar no quiere hacernos compañía.

_Más tarde y si no siguen exhaustas de ayer. Id con mi padre. Enseguida desayunamos.

Unos minutos más tarde bajó el resto de la familia.

El desayuno en familia transcurrió tranquilo. Fue un desayuno en familia. Los niños se habían olvidado de las ratas. Se habían entretenido ayudando a recoger la mesa y jugando en el nevado jardín.

Ashley les miraba con dulzura.

_Son adorables, ¿vedad? – Preguntó Javiera.

_Si, tienen mucha energía. Son una alegría para la vista.

_Ya sabes, id pronto a por alguno.

Ash sonrió. No podía sacarse de la cabeza las alianzas que su padre le había regalado. Se empezaba a plantear volver a España. No quería quedar a Agustín solo. Nadie cuidaría de él en un futuro.

Viendo a esos niños jugar, divertirse, se preguntaba qué sería de sus hijos lejos de su abuelo; qué sería del abuelo lejos de sus nietos. ¿Era eso lo que quería?

Miró a Pedro. Toda su vida estaba en Estados Unidos. No podía pedirle que se mudara con ella a España. Alguna vez le oyó decir que le gustaría tener una casa en España, pero de ahí a mudarse de forma definitiva, había un gran paso. Conocía bien la situación.

Por otro lado, el trabajo lo tenía en Los Ángeles. No era un asunto fácil.

Ashley rompió a llorar de nuevo.

_Ash, ¿qué te sucede? – Le preguntó la hermana de su novio.

Se apartaron del grupo. No era una conversación cómoda, pero la joven necesitaba desahogarse.

Javiera prestó mucha atención a lo que le estaba contando. Realmente era una situación complicada. No sabía qué decirle. Comprendía que los dos lados tiraban de ella a partes iguales y con fuerza.

_¿Le has dicho algo de esto a mi hermano?

Ashley negó.

_Me vio esta mañana llorando. Le he contado lo de las alianzas, pero nada más. No quiero...

_Mamá, mamá, ¿no tenemos árbol este año? – Preguntaron los niños.

_Preguntadle a tío Pedro. – Dijo Javiera cogió las manos de su cuñada, atendiendo a todos a la vez.

_Tiempo al tiempo. –La consoló. – Se solucionará solo. De todas formas, hoy en día hay muchos aviones. Podéis moveros bastante bien. España está a un tiro de piedra. – Sonrió.

Pedro había comprado un enorme árbol de plástico y lo había guardado para darles una sorpresa a sus sobrinos. Los niños pasaron todo el tiempo que pudieron adornándolo.

Unos minutos después, llamaron a las dos chicas. Iba a Salir a ver la ciudad, a disfrutar de la nieve que la cubría.

Agustín miraba para todos lados. Toda una vida deseando visitar esa ciudad y superaba sus expectativas.

_Suegro, ¿le gusta? – Bromeó Pedro.

_Si. Es una ciudad enorme, preciosa. Me la imaginaba bonita, grande, pero no tanto.

Los dos principales hombres de la vida de Ashley pasaron hablando toda la mañana totalmente aislados del resto del grupo.

Cuando se cansaron de hacer turismo, fueron a comer al primer restaurante que encontraron.

Pedro pensó que no era buena idea que al llegar a casa su chica, su suegro y su hermana (principalmente) se pusieran a preparar la cena. Propuso pedir lo que iban a consumir a domicilio. En Nueva York este tipo de servicios es frecuente. De esta manera podían seguir visitando la ciudad. Estaba seguro que su suegro agradecería la idea.

Ashley se sentía como en una nube. Aquel día estaba siendo todo lo que siempre había soñado para un día como aquel. Paseaba abrazada de su novio, de la mano de su padre y Nicky haciendo de las suyas con su chico a unos pasos de distancia de ella. A eso le llamaba ella felicidad.

La tarde se pasó volando.

Hora y media después de haber entrado en la casa, llegó la comida a domicilio que habían pedido para la cena. Durante ese tiempo todos estuvieron arreglando. Los niños, además, terminaron de arreglar el árbol, trabajo que comenzaron aquella mañana.

La cena, como de costumbre en esta fecha, fue abundante. De fondo, durante todo el tiempo, villancicos como hilo musical.

Los más pequeños de la casa pusieron los calcetines para Papá Noel. Todavía tenían esa edad en la que se ilusionaban por la llegada de ese señor mayor vestido de rojo que les dejaba regalos.

_Tío Pedro, necesitamos galletas y leche con cacao. – Dijeron los niños. – Y zanahorias para los renos de Papá Noel.

_Abrid la nevera. Allí está la leche. Y las galletas y el cacao están en el segundo armario de la derecha.

Los niños no tardaron en irse a dormir. Poco a poco se fueron yendo a la cama los adultos. Estaban cansados. Solo se quedaron recogiendo la mesa Pedro, Agustín y Ashley. Estaban agotados.

Tras recoger todo, los tres se sentaron en el primer sofá en el que cabían los tres. Ashley se sentó entre su chico y su padre.

El amor de Pedro PascalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora