Eran las doce de la noche en la ciudad de Nueva York. Una figura negra se alzaba sobre los suburbios, corriendo y saltando sobre los tejados.
–¡Ayudaa! –Gritó una voz femenina desde uno de los callejones.– ¡Que alguien me ayude!
En el callejón, un hombre de unos cincuenta y pico años, estaba empuñando un puñal con el cual amenazaba a una joven con el pelo rubio vestida con un abrigo de piel.
–Tienes pinta de tener dinero, ¿qué tal si me prestas un poco? ¿Qué me dices? –Le amenazó el hombre acercando el puñal a su vientre.
–No me haga daño por favor. ¡SOCORRO! –Gritó la chica nuevamente intentado retroceder; pero estaba contra la pared.
–Me estás haciendo perder el tiempo. Debo dinero a gente importante a la cual no le gusta esperar precisamente...
–No tengo nada, se lo juro.
–Eso no es lo que dice tu ropa. Dame ese collar. –le ordenó el hombre señalando un collar de piedras preciosas que llevaba la chica al cuello.
–¡SOCORRO! –gritó la chica al notar que el puñal se hundía en abdomen.
–No me hagas esperar, niñata –le insultó el hombre propinándole un revés con la mano libre.
–¡Vos! –gritó la figura negra desde un tejado.
–¿Y tú quién eres? –preguntó el hombre mientras alzaba la vista para verlo con mayor claridad; pero resultaba imposible, pues se envolvía con la oscuridad de la noche.
–Ese tema no es el que nos urge en esta noche. A usted pícaro sinvergüenza sus predecesores no le enseñaron modales, por lo que veo.
–¿Quién eres? –le insistió el hombre, esta vez se le notaba la angustia en su voz.
–Tu conducto auditivo debe de estar atrofiado, más lo dejaré correr por esta vez. Una indirecta te he lanzado, maldito pillastre desgarbado, dejad a la chica si tu intención es vivir de lo contrario en esta noche se hallará tu fin.
–¡Pírate si no quieres acabar mal parado! –le advirtió el hombre levantando el puñal.
–Dos veces, es el número ideal, a la tercera... me temo que será letal. –le advirtió la figura.
–No sé de qué me hablas. ¿Estás bebido o algo así? –le preguntó el hombre con una pequeña sonrisa burlona.
Una daga con el filo azul fluorescente y la empuñadura negra atravesó la mano del hombre haciendo que el puñal cayera al suelo. La figura saltó desde el tejado aterrizando elegantemente sobre una de sus rodillas, era un hombre con el pelo blanco y engominado hacia atrás, tenía una larga y fina perilla blanca que le caía desde la barbilla. Llevaba una capa negra con el interior rojo que escondía diez dagas semejantes a la lanzada y de la espalda colgaba un sable con la empuñadura dorada. El hombre de la capa lanzó otra daga que le impactó en la otra mano.
–No me mates por favor. Tengo mujer y un hijo. –le suplicó el hombre.
–Lástima de tu familia si supiera la razón de tu existencia. Me siento bondadoso en este día y haré la excepción, te dejaré que prosigas tu camino; pero si te veo por estos lugares nuevamente, mi bondad se desvanecerá y tu fin llegará. –le advirtió el hombre de la capa.–Camina lejos, señorita con perplejos– le dijo a mujer, que salió corriendo.
El ladrón salió corriendo en sentido contrario a la mujer; pero el hombre de la capa le lanzó una tercera daga que se clavó en el tobillo derecho de su "oponente" que lo derribó en el acto.
–Se me olvidó mencionar que tu destino está ligado a una prisión como Alcatraz.–dijo el hombre de la capa sacando las dagas del cuerpo del ladrón.
En ese momento empezaron a sonar las sirenas. Un coche patrulla se detuvo delante del callejón iluminándolo por completo y, de él bajaron dos policías, sosteniendo un par de pistolas.
–Arriba las manos.–dijo uno de los policías.
–¡Menos mal que han llegado! A ustedes guardias del orden y la ley, les entrego como obsequio a un canalla de poca monta, que intentó despojar a una joven moza, de sus bienes más preciados, aquí le tenéis y de este modo más no me veréis.
–Tírate al suelo.–le ordenó el otro policía.
–Creo que no podré cumplir dicho deseo.–dijo el hombre de la capa lanzando una daga blanca y negra que se clavó en la puerta del coche patrulla.
En ese momento un policía le disparó al pecho; pero la bala se detuvo antes de que pudiera alcanzar su objetivo y cayó al suelo con sonido chasqueante.
–Se equivocan de objetivo.–les dijo el hombre de la capa.
Pero los policías parecían no prestarle mucha atención... los disparos no cesaron pero tampoco consiguieron alcanzar al misterioso hombre.
–Estoy harto, cansado de esta situación, así que diré adiós –dijo el hombre de la capa clavando el sable en el suelo.
Una onda expansiva impactó contra los policías haciéndolos volar por los aires hasta chocar contra el coche.
–Me despido de ustedes. Que pasen una buena noche.–dijo el hombre saltando y desvaneciéndose con el negro color del cielo estrellado.
Los policías se incorporaron con mucha dificultad, uno de ellos recogió la daga del coche, en ella había un papel en el que ponía "New Pánter".
New Pánter corrió por los tejado de los suburbios hasta salir de los mismo y llegar al distrito financiero. De un salto subió a la planta ochenta y cinco de unos de los rascacielos. Entró en el piso por la ventana, estaban todas las luces apagadas.
–Se rumorea que hay un nuevo protector de Nueva York.–dijo un hombre sentado en un sillón.
New Pánter desembainó su sable.
–¿Quién es? ¿Que le trae por mi morada a las cinco de la madrugada?
–Me llamo Alfredo, el Dios.
–¿El Guerrero Celestial? –preguntó Pánter volviendo a guardar su espada.
–En efecto.
–Han llegado a mis oídos los hechos que acontecieron en el centro comercial, siento lo de su padre.–le dijo Pánter mientras encendía las luces de su apartamento.
–Fue un golpe duro...
–¿En qué le puedo servir, señor? –le preguntó Pánter sirviéndose una copa de champán.
–Tutéame... necesito que me entrenes.
–Me temo que eso no va a ser posible. ¿Te apetece un trago? –preguntó Pánter ofreciéndole una copa.
–Tengo diecisiete. ¿Tu mujer sabe lo de tus aventuras nocturnas? –Le pregunto Alfredo levantándose del sillón.
–Ni se te ocurra.–le advirtió Pánter.
–¡Freya! –gritó Alfredo forzando a Pánter.
–¡Cállate! La vas a despertar. Además se llama Linna.
–Esa es mi intención.
–De acuerdo, te entrenaré; más tendrás que mostrarme lo que sabes.–le dijo Pánter empujándolo al sillón para que se sentara.
–¿Te lo resumo? –le preguntó Alfredo sentándose en el sillón.
–A poder ser.
–Sé hacer tortitas.–dijo Alfredo entusiasmado.
–Empecemos por lo básico: la teoría.
–Empecemos.
–Los Guerreros Celestiales se clasifican de la "A" hasta la "Z", siendo los "Z" los más fuertes. Subes de letra cuando tus poderes llengan a ciertos niveles de energía.
–¿Y qué hay de los hijos de los Ancianos?
–Ellos están a parte, ellos poseen los tres poderes que sostienen el universo. Ashnir controla la gravedad, Líwol el tiempo y Éthala el espacio.
–¿Cómo puedo derrotar a otro Dios?
–Hay varias formas: Puedes acabar con su vida si le desprendes la cabeza con un artilugio que tenga energía, tal como las gemas. Sus poderes pueden ser transferidos a otro Dios, si dicho ser, es capaz de aguantar la energía, si no soporta los niveles de energía se desintegrará y morirá. Y si su cuerpo se ve sobrecargado perecerá, si le disparas con rayos de energía morirá sin posibilidad alguna de sobrevivir. Si...
–Vale, vale lo pillo...–le interrumpió Alfredo.– Yo lo que quiero es que me enseñes a pelear, a materializar mi traje y todo eso de los poderes. Ya sabes todo el royo ese.
–Eso no va a resultar tan sencillo como puedas imaginar. Añadiendo estás en mi apartamento, aquí no podré ser tu mentor sin evitar el destrozo.
–¿Y entonces donde me enseñarás?
–Mira, esta noche he de descansar. Ven mañana al alba, cuando las primeras gotas del rocío se dejen ver en la ventana. Empezaremos por los ataques con tu gema.
–Aquí estaré, no te preocupes. Lo que sí me preocupa es dónde vamos a practicar sin romper nada.
–De eso no te preocupes.–dijo el Pánter sentándose en el sillón, al lado de Alfredo, dejando el sable y las dagas sobre una mesita de cristal en frente del mismo.
–¿Y qué pasa con tu mujer?
–Pese que no me agrada engañarla, tendré que decirle que es un viaje de negocios. He de descansar, tendrás que marchar por esta noche.
–No tengo dónde ir.–le dijo Alfredo poniéndole ojitos.
–De acuerdo. Te hospedaras aquí; pero tendrás que desaparecer raudo, antes de que mi mujer te vea. Toma.–le dijo a Alfredo ofreciéndole una manta.
–No te fallaré.
–Por tu bien espero que no.–le dijo Pánter mientras se quitaba la capa dejando al descubierto un smoking negro con solapas rojas. Tras eso la dobló y la puso encima de la mesita de cristal, después sacó un maletín negro y metió la capa y las dagas en su interior, cerrándolo y escondiéndolo bajo el sillón al acabar.
–Hasta mañana. Y gracias.–le agradeció Alfredo tumbandose en el sillón.
–Hasta que el Sol alumbre el día.–le respondió Pánter colgando el sable en la pared y entrando a hurtadillas en la habitación en la que estaba su esposa cerrando la puerta tras de sí.
–Qué personaje.–se dijo Alfredo para sus adentros mientras se quedaba dormido.
Dos horas más tarde; por la mañana.
Alfredo estaba tumbado en el sillón boca abajo. Estaba durmiendo, la manta la había mandado unos cuantos metros hacia la puerta de la habitación de Pánter. Una mujer de unos cincuenta años, pelo negro, arreglada y con un elegante vestido rojo; estaba desayunando en la isla de la cocina. ¿Qué desayunaba? No lo sé, era de esa comida pija y "baja en calorías".
Cuando terminó de desayunar, Pánter abrió la puerta de la habitación iba vestido con el mismo traje que el día anterior.
–Buenos días cariño.–le dijo la mujer a Pánter dándole un beso en la mejilla.
–Linna, buenos días. Espero que no te importe la estancia de mi compañero el señor Kain, tuvo que dormir aquí pues su avión se retrasó.
–¿Es Javier Kain? ¿Es usted su jefe? –preguntó Linna cubriendo a Alfredo con la manta.
–Javier Kain falleció hace tres semanas tras un atentado en España. Este es su hijo y legítimo heredero de la empresa.
–Cuánto lo siento –le dijo Linna a Alfredo dándole un beso en la mejilla.
–Cómo subdirector de "L.R. Industries" le reemplazaré hasta que cumpla la mayoría de edad, por ello en este día deberemos partir a una reunión de accionistas.
En ese momento se despertó Alfredo.
–Anda... buenos días Pánter.–le saludó Alfredo sentándose en el sillón.
–Pánter... hacía mucho que no te llamaban por ese nombre... Giovanni Pánter.–dijo Linna mirando a Alfredo fijamente con sus ojos marrones.
–Soy procedente de una familia italiana. Pánter era el nombre de mi padre.
–¡Uh! ¡¡QUÉ TARDE ES! –gritó Linna poniéndose un gabán blanco.–Que tengáis buen viaje.–prosiguió Linna dándole un beso a Pánter.–Ha sido un gusto.–le dijo Linna a Alfredo dándole dos besos, uno en cada mejilla como es costumbre en España, tras esto salió del apartamento cerrando la puerta tras de sí.
–Igua... igualmente.–dijo Alfredo fascinado por el olor a rosas de aquella mujer.–Espera, ¿cómo... cómo que viaje? –le preguntó a Pánter.
–Si, verás. Le he comentado a mi mujer que eres el heredero y director general de L.R. Industries. Y que nos vamos de viaje. Así que tenemos dos años para hacer de ti un Guerrero decente...
–Pero yo no puedo esperar tanto.
–Tranquilo no lo harás, lo que sí que harás es convertirte en el director general de L.R Industries.
–Espera, espera... ¿cómo que director general? Yo no quiero la empresa de mi padre.
–Pero es una compañía famosa y millonaria.
–Yo no busco dinero y menos busco la fama. Si me meto al mundo empresarial, siempre estaré bajo la sombra de mi padre.
–Pues lo lamento; pero el papeleo ya está hecho.
–Pero yo no quiero.
–Que lástima.
–Pensaba que eras un caballero.
–Por eso mismo he tomado dicha decisión y no me he quedado con tu empresa.
–Y dale, que yo no la quiero.
–¡Marchemos! –le indicó Pánter abriendo la puerta que daba al rellano el cual estaba cubierto por una alfombra roja.
–¿Dónde nos vamos? –preguntó Alfredo siguiéndole hasta un ascensor con las puertas doradas.
–Al aeropuerto, viajamos a Japón.–le respondió Pánter pulsando el botón de la planta baja.
–Pero iremos en coche, ¿no? Viniendo de tí me espero un carruaje o algo por el estilo.
–Soy elegante; pero ya no estamos en el siglo XV.
Una vez en la planta baja. Alfredo y Pánter salieron por la puerta del edificio. Un "rolls royce wraith" les esperaba en la calle. Un hombre trajeado les abrió la puerta trasera del coche.
–Señor Pánter.–le saludó el hombre.
Alfredo y Pánter se sentaron en la parte trasera del rolls royce junto con el hombre trajeado.
–¿Dónde desea ir? –le preguntó el chofer.
–Al aeropuerto sin más demora.
–Oye, Pánter.–le llamó Alfredo.
–¿Qué puedo hacer por ti? –le preguntó Pánter sirviéndose una copa de champán.
–¿Es obligatorio que venga este tío aquí atrás? –le susurró Alfredo al oído siendo aplastado por el corpulento hombre.
–Es el guardaespaldas de este indefenso anciano. Saluda Mike.
–Hola.–saludo Mike estrechandole la mano a Alfredo.
–Hola.–le devolvió el saludo Alfredo.– ¿Acaso sabe que no necesitas protección? –le susurró nuevamente a Pánter.
–Soy un empresario multimillonario, hay que aparentar si pretendes alejar las sospechas de gente... "inadecuada".
Unos minutos después ya estaban en el jet privado de Pánter, el cual era negro.
De camino a Japón.
–¿Cuantas horas son hasta Japón? –le preguntó Alfredo sentado en uno de los asientos de cuero blanco.
–Sabiendo que está a la otra punta del globo respecto a los Estados Unidos. Eh... demasiado. ¿Puedo formularte una cuestión? –le preguntó Pánter sentado en otro asiento, bebiendo champán.
–Claro. ¿Pero como no estás borracho?
–La gente elegante siempre está sobria. ¿Por qué deseas que sea tu mentor? ¿No enviaron a Alium para ser tu mentora?
–No era... ¿cómo decirlo? "Mi tipo"... nos peleamos y bueno, nos distanciamos.–dijo Alfredo bebiendo un poco de agua.
–Algún día te arrepentirás de esa decisión Alfredo. Alium fue mi mejor compañera en su tiempo y he de decir...
–¿¡Espera que!? –dijo Alfredo escupiendo el agua.
–Aunque no lo creas, teníamos un mentor común y ella era mi "amiga". Se marchó antes de finalizar el aprendizaje, al parecer no me necesitaba, ¿ves esta cicatriz? –le preguntó Pánter enseñándole el pecho, tenía una enorme cicatriz en el pectoral izquierdo.–Me lo hizo ella cuando no le permití matar a Raika momentos tardios a que Drivol la derrotara.
–Mira necesito tu ayuda...–empezó a hablar Alfredo con un tono deprimido.– Mi padre ha muerto. Mi hermano se ha vuelto malvado y a mi madre la han raptado... necesito hacerme fuerte. Necesito hacerme fuerte, para poder salvarlos a todos.
–Te ayudaré, no te preocupes. Ahora será mejor que descanses, todavía nos queda un largo camino hasta llegar a nuestro destino.
–Vale. Gracias te lo digo en serio.–le agradeció Alfredo acurrucándose en el asiento para intentar dormir un poco.
–Que descanses.
Casi trece horas más tarde, Alfredo y Pánter se encontraban en el aeropuerto de Kawasaki. Allí un hombre asiático con el pelo negro, los ojos achinados y con gafas los recibió en caballo, iba vestido con un traje negro.
–¿Vas en serio: caballos? –le preguntó Alfredo a Pánter.
–Si. Este es Mokitoriu nos enseñará el camino. ¡Sube! –le dijo Pánter acercándo un caballo negro.
Alfredo hizo lo que le decía y se subió encima de Inazuma. Pánter se subió encima de otro caballo negro: Kaminari.
–Shitagaimasu.–dijo Mokitoriu en japones.
–Háblenos en español, por favor.–le pidió Pánter
–Seguidme.–tradució.
Los caballos empezaron a caminar, ganando velocidad a medida que avanzaban, a Alfredo se le hacía sumamente difícil mantenerse sobre Inazuma porque no llevaba montura, ni riendas y tenía que aferrarse a la crin. Los caballos los llevaron a través de callejones y recovecos, tirando cajas en los mercadillos y arrasando con todo. Al salir de los mercadillos los caballos se incorporaron a una gran autopista. ¡Esos caballos no parecían normales! Iban corriendo a más de doscientos kilómetros por hora adelantando a todos los coches sin mucho esfuerzo, se metieron por una desviación y un poco después el camino pasó de asfalto a tierra. Empezaron a subir por una montaña que cada vez se empinaba más; tras unos minutos escalando los caballos se pararon en seco.
–¿Qué ocurre? –preguntó Alfredo intentando controlar a Inazuma el cual no se estaba quieto.
–Están oliendo la huella de energía, para encontrar el camino de vuelta.–le respondió Pánter.
–¿De vuelta adónde? –preguntó nuevamente.
–Ya la han encontrado.–anunció Pánter aferrándose fuertemente al cuello de Kaminari pues este no tenía crin.
Los caballos se revolucionaron repentinamente y giraron ciento ochenta grados y empezaron a correr saltando sobre las rocas y arrollos cubiertos de musgo. De repente el caballo de Mokitoriu aceleró, dejando atrás a los otros dos que enseguida aceleraron para alcanzar al primero. Y tras unos cuantos segundos a esa velocidad, aceleraron aún más. Y sin previo aviso los caballos desaparecieron junto con sus jinetes, lo que hace unos segundos era un tremendo estruendo de pisadas y trotes, ahora solo quedaba un inusual silencio.
–¿¡Pero que ha sido eso!? –gritó Alfredo anonadado.
–Eso, discípulo mío, era un espejo de la realidad, en su interior las leyes de la física siguen diferentes cursos y el tiempo se puede detener si se desea.
–¡¡¡Wow!!! –dijo Alfredo sorprendido.
A diferencia del clima de fuera del espejo el cual era cálido y todo lleno de color, el clima en el espejo era extremo, estaba nevando como Alfredo nunca había visto nevar; pese a ello los caballos no se detuvieron. A Alfredo le costaba mantenerse encima del caballo debido a la altísima velocidad. Los animales siguieron corriendo abriéndose paso a través de la blanca nieve; tras una hora en la que Alfredo solo había visto nieve atravesaron un puente helado que surcaba un río y daba a un monasterio que desprendía una paz que irradiaba aquel lugar. El monasterio estaba rodeado por una gran muralla gris con una enorme puerta roja de madera con remaches negros de metal, se abrieron al paso de los jinetes.
–Bienvenidos al monasterio de la fuerza del viento, esperen aquí, el Maestro les recibirá en breves.–le dijo el guía a Pánter bajando del caballo.
Alfredo hizo lo que le decía y espero en la entrada del monasterio. Allí dentro no nevaba, de hecho había alumno del monasterios vestidos con túnicas negras que dejaban ver medio torso y dos grandes cerezos en flor en el interior, a los lado de la puerta. Pero lo que era verdaderamente impresionante era la torre central de ocho plantas, la cual era de estilo feudal japonés.
–¿Que haces invadiendo nuestro santuario... forastero? –le preguntó un hombre de pelo rojo fuego con una cresta india y con un solo ojo. Acercándose peligrosamente a Alfredo.
–Es el Guerrero Celestial y ha venido a entrenar.–le respondió Pánter en lugar de Alfredo.
–No nos gustan los de tu calaña, ¿sabes? –le dijo el hombre a Alfredo propinándole un empellón que casí le hace perder el equilibrio. Tras esto el hombre se fue satisfecho.
–No te preocupes siempre es así con los nuevos.–le dijo Pánter a modo de consuelo.
A Alfredo le empezó a resultar sumamente difícil respirar, empezó a hiperventilar y cayó al suelo casi sin oxígeno.
–Ayuda.–pidió Alfredo agonizando en el suelo.
–Tranquilo ya pasó. Duerme.–le dijo Pánter mientras le cerraba los ojos con la mano.
Alfredo había fallecido el tres de Diciembre de dos mil dieciocho... ¡Que no, que es broma!
Era una habitación oscura, solo estaba iluminada por una pequeña franja de luz que se colaba por el umbral de una puerta de papel corrediza y por tres velas. Olía a incienso.
–Se está despertando.–dijo Pánter.–Lo has conseguido.–siguió.
Alfredo estaba tumbado en el suelo cubierto de agujas. Estaba desnudo solo tenía una toalla a modo de calzoncillo y sus venas estaban moradas e hinchadas.
–¿Qué... qué me ha pasado? –mientras vomitaba en una palangana cercana a él.
–Enhorabuena has superado la primera prueba, te han permitido la entrada al monasterio.
–El estar en dos sitios a la vez es un de tus poderes, ¿no? Porque te veo doble.–preguntó Alfredo intentando contenerse para no vomitar.
–Es normal, es uno de los efectos secundarios.
–¿Que droga me habéis dado? Me duele la cabeza.
–No era droga, era Kuarlum líquido.–le respondió Pánter mientras preparaba una mezcla rara con unas cuantas hojas y agua.
–¡Espera! ¿¡QUE!? ¡¡Pero si el Kuarlum me puede matar!! ¿¡Por qué me lo habeis dado!? ¿¡Acaso me queríais matar!? –se alteró Alfredo incorporándose rápidamente; pero se volvió a acostar por el intenso dolor en el costado.
–Es la primera de las tres pruebas que has de pasar antes de que te acepten como uno más del monasterio.
–Estais como un cabra.
–Ya estás despierto.–interrumpió el Maestro entrando en la sala.
A diferencia de los demás guerreros, los cuales eran jóvenes e iban vestido con túnicas negras; el Maestro era un anciano de apariencia asiática, calvo, con una densa barba blanca que colgaba de su barbilla y una coleta igualmente blanca que le colgaba de la nuca.
–Levántate tu segunda prueba empezará en breves.–le ordenó el Maestro.
–Una cosa...
–¿Qué puedo hacer por ti, joven Dios? –dijo el Maestro volviéndose.
–¿La acupuntura no era china? –dijo Alfredo arrancándose la agujas.
–No estamos en Japón, tampoco en China, estamos en otra dimensión donde las culturas y tradiciones se juntan para formar el espacio perfecto.
–Pues parece una secta; pero vale, ya estoy... ¿cuál es la segunda prueba? –le preguntó Alfredo mientras se levantaba.
–Cada cosa a su debido tiempo, joven. Acompáñeme.
El Maestro salió por la puerta corrediza seguido de Alfredo y Pánter. La luz cegó por completo a Alfredo que se había acostumbrado a la oscuridad de la sala. Salieron a un patio gigantesco en el que estaban estrenando por lo menos doscientos guerreros vestido con la túnica negra. El Maestro los llevó al centro de ese patio, los guerreros se pusieron en círculo dejando un espacio también circular donde se colocó Alfredo.
–Quédate aquí.–le ordenó el Maestro.
Alfredo hizo lo que le decía y se quedó de pie en el centro del círculo. Tras unos minutos cinco personas aparecieron entre la multitud y se colocaron a los lados de Alfredo, iban vestidos también con solo una toalla. En total eran cinco chicos y una sola chica. El Sol estaba en el punto más alto, así que serían las doce de la mañana. Durante una hora entera todos los guerreros, incluyendo a Alfredo y los cinco, estuvieron de pie, firmes, bajo la intensa solajera; pero el Maestro rompió aquella escena abriéndose paso a través de los guerreros trayendo únicamente un jarrón bajo su brazo. El cual dejó en el suelo frente a los seis; era un jarrón en el que estaba grabado un bonito mosaico de flores azules.
Pasaron seis horas pero el Sol no aflojaba, nadie movía ni un dedo. Un chico de los seis se desmayó debido a la insolación.
–¡Quedan tres minutos! –gritó el Maestro.
–¿¡Pero qué tenemos que hacer!? –preguntó otro chico a gritos.
De repente uno de los guerreros perdió su posición y le propinó una patada al chico en la cabeza que le dislocó la mandíbula y le rompió un par de dientes.
–¡Silencio! –le gritó el guerrero.
–Último minuto.
A Alfredo le invadieron los nervios, sentía como el sudor le recorría la espalda y le mojaba la toalla. Estaba demasiado nervioso.
–Treinta segundos.
En un acto de desesperación Alfredo dio un paso al frente. Él pudo ver como la chica también lo hacía al mismo tiempo, ella era una joven de pelo blanco y ojos morados. Alfredo se preparó y lanzó una patada con la pierna derecha, la chica hizo lo mismo pero con la pierna izquierda. Las piernas chocaron entre sí estallando el jarrón en el acto junto con un estrepitoso estruendo. La chica cayó al suelo con un gemido de dolor debido al golpe. Alfredo sin embargo no se quejó, cogió aire y ayudó a la chica a levantarse.
–Enhorabuena los dos habéis superado la prueba. La moraleja dice: si tus problemas no te dejan avanzar, no avances a menos que sea por encima de ellos.–les anuncio el Maestro.
Dicho eso les levantó un brazo en símbolo de victoria y los guerreros empezaron a gritar para celebrarlo; pero esto duró poco, pues el Maestro pidió calma con las manos. Acto seguido sacó un puñal de su túnica blanca y lo dejó caer al suelo. Cuatro hombres corpulentos salieron de entre la multitud. Iban vestidos con armaduras medievales negras y con las dos manos sujetaban una enorme espada. Cada uno se puso detrás de cada perdedor lo cuales se arrodillaron. Levantaron las espadas, que brillaron al paso de los rayos del Sol; los cuatro caballeros bajaron las espadas a la vez clavándolas en la espalda de los perdedores, en vertical, atravesándoles la espina dorsal. Extrajeron las espadas. La sangre se deslizaba sobre el filo del frío acero, encharcando el pavimento en pocos segundos.
–¡¡NOO!! –gritó Alfredo con un tono de frustración sujetando a uno de los perdedores.
–¡Alto! Ellos asumieron que si perdían una prueba morirían, al igual que tú.–le explicó el Maestro.
–Yo no he asumido nada.–repuso Alfredo frunciendo el ceño.
–Me temo que esa decisión tuvo que recaer sobre mis hombres.–intervino Pánter acercándose a la escena.
–Resultas un tanto odioso en ciertas ocasiones, ¿sabes? –le respondió Alfredo serio mirándolo fijamente a los ojos.
–Tienes dos días para entrenar, si quieres superar la tercera y última prueba. Consistirá en una lucha a muerte, entre tú y la otra ganadora.–le anunció el Maestro y tras esto se volvió hacia la chica y se lo explicó.
Tras esta prueba Alfredo se dirigió a un patio interior, donde se respiraba tranquilidad y privacidad, atravesando los largos pasillos de la torre central; estaba rodeado por cerezos de rosas hojas que formaban una muralla natural infranqueable.
–¿Qué hacemos aquí Pánter? –le preguntó Alfredo.–Quiero decir. Yo quería que me entrenaras tú, no que me metieras en una secta.
–Si consigues superar la prueba que se te presentará mañana. Estos hombres te enseñarán. Estos no son solo simples guerreros, ¡estos guerreros son capaces de arrasar planetas, si se requiere su presencia! Te enseñarán a controlar tu energía interior y usarla a tu favor, ¡Estos guerreros te enseñaran a ser uno más! ¡Estos guerreros te enseñaran... a... no... morir...!–le motivó Pánter sacudiéndole por los hombros.–Suceda lo que suceda en esa prueba, recuerda, que todavía tienes una batalla que librar fuera de estos muros, recuerda que todavía has de salvar a tu familia y reconciliarte con tu amada.
–Vanessa no es mi amada.–repuso Alfredo.
–Todos sabemos, que estáis hechos el uno para el otro, vosotros os complementais, nacisteis para estar juntos.
–¡Pero si me saca tres mil años! –repuso Alfredo frunciendo el ceño.
–El amor no entiende de edades. Además solo lleva consciente cientoveinte años, unos pocos años más que tú.
–Pero si que tiene tu edad.
–En realidad ella es más mayor que yo.–le respondió Pánter con una sonrisa burlona resultado de la arrogancia.–Bueno empezemos; las reglas de este monasterio implican, que no te puedo ayudar a entrenar para la tercera prueba, tendrás que luchar con los conocimientos previos a tu entrada en el monasterio.
–¿¡Pero entonces de qué me sirves!?
–Pues para hacerte compañía, está claro. Qué vamos, si quieres me marcho sin demora.
–Quédate; pero estate calladito.
–Me quedaré aquí mirándote fijamente, sin ponerte nervioso.–dijo mientras se sentaba apoyado en uno de los cerezos.
Alfredo empezó a respirar lentamente cogiendo el aire por la nariz y echándolo por la boca; se concentró e hizo aparecer la espada del infinito; tomó como objetivo a uno de los troncos, flexionó las rodillas, se puso en posición de ataque y con un hábil giro de caderas lanzó su primer ataque, el tronco se partió en dos, la copa del árbol se vino abajo consumida por las negras llamas.
–¿Sabes que puedes controlar las llamas? Apágalas.–le sugirió Pánter cruzándose de brazos.
–Pero, ¿cómo? –le preguntó Alfredo mirando el árbol.
–No poseo dicho conocimiento.
–¿¡ENTONCES PARA QUÉ ME DICES NADA!? –le preguntó Alfredo a Pánter junto con un gesto de desaprobación.
Alfredo tiró la espada al suelo y se sentó con las piernas cruzadas mirando al árbol caído. Respiró profundamente y extendió su brazo derecho, con la palma hacia el árbol.
–¿Qué pretendes hacer? –le preguntó Pánter bebiendo champán de una botella.
–¿¡Pero no me has dicho que intente apagar las llamas!?
–Cierto.–respondió Pánter sacando un trozo de pan del traje.
Alfredo se concentró, extendió nuevamente el brazo, y tensó los músculos del mismo; las llamas del árbol se empezaron a zarandear, entonces alcanzaron y prendieron el árbol contiguo, y de ese las llamas se pasaron al otro, y de ese al otro así sucesivamente hasta prender todos los árboles.
–Pues, la has liado buena. –dijo Pánter, apartándose corriendo para que las llamas no le quemaran a él también.
–¡Maldita sea! –masculló Alfredo.–¿Como lo apago? – le preguntó a Pánter mientras intentaba apagar las llamas con los pies.
–No puedo facilitarte esa información.–le respondió Pánter marchándose por el pasillo por el que habían venido.
–Pues se quemará tu bonito templo.
–No te preocupes por eso, él se ocupará de este... "percance".
–Espera, espera. ¿Quién es "él" ?
–Estará al caer. Literalmente...–le dijo Pánter apartándose por completo de todos los cerezos.
En ese momento el Maestro cayó del cielo girando a gran velocidad. Aterrizó fuertemente sobre el suelo rodeado de un remolino de fuego blanco. El Maestro extendió los dos brazos hacia los costados y el fuego blanco que le envolvía se esparció cubriendo todos los árboles y todas las llamas, que se extinguieron por completo, esculpiendo una hermosa columna de humo la cual olía a tierra mojada y madera quemada.
–Se ha adelantado la fecha de la tercera prueba. Será mañana al alba.
–¡Pero si son las diez de la noche casi?
–Lo ha decidido la asamblea. Mas te vale entrenar... tu rival es duro.–se despidió el Maestro caminando con las manos en la espalda hacia la salida.
Los árboles se habían reducido a una montaña de cenizas. Alfredo estaba en el suelo tumbado con la espada al lado. Empezaba a llover, las gotas caían sobre su pecho y empapaban su toalla.
–¿No vas a entrenar? –le preguntó Pánter sentándose a su lado y abriendo un paraguas que había cogido en el pasillo.
–Lo que tenga que pasar pasará.–le contestó Alfredo abriendo la boca para que se le llenara de agua.
–Tu verás. La chica, la que ganó junto a ti. Ella se llama Luna, es una guerrera del agua. Es otro monasterio, en el Himalaya. Es exageradamente fuerte. Más te vale no infravalorarla; los guerreros del agua son famosos por su letalidad en el campo de batalla.
–Ahora si que me he hecho caca en la toalla. ¿Y qué se supone que quieres que haga?
–Confía en que tu espada te guíe por el buen camino. Si mueres, no te preocupes, yo me haré cargo de tu empresa.
–Y dale. ¡Que... no... quiero... esa... empresa...!
–Pues cámbiala de estilo.
Alfredo se quedó pensativo.
–¡Eso es! ¡Eres un genio! –le alagó Alfredo mientras se ponía de pie de un salto.
–Lo sé. Me lo dicen a menudo.–le contestó Pánter sacudiéndose el polvo mientras se levantaba.–¿Por qué soy un genio exactamente?
–Estaba empeñado en forzar la espada para que me hiciese caso; pero y si la espada no quiere que la fuerce y si la espada quiere forzarme a mí.–le dijo Alfredo cogiéndole la mano que le quedaba libre a Pánter.
–¿El que intentas hacer? –le preguntó Pánter preocupado retirando su brazo.
–¿Confías en mí? –le preguntó Alfredo volviendo a coger su brazo y acercándole la espada.
–No.
–¿Cómo que no?
–Te conozco desde hace un día y ya has quemado parte del santuario donde me crié.
–Pues tendrás que confiar en mí.–le dijo Alfredo poniendo la espada sobre la mano.
El fuego negro empezó a emanar de la espada, desde la empuñadura hasta la mano de Pánter; pero a diferencia de las otras veces, las llamas no pasaron de ahí. El fuego, al contacto con la piel de Pánter se extinguió junto con una nube de vapor negro.
–Lo ves, no ha pasado nada.
–Eres odioso e idiota... a partes iguales. ¿Cómo se te ocurre posar sobre mi piel el mayor arma de destrucción que hay en el universo?
–He confiado en que mi espada me guiaría por el buen camino.
–¿He dicho ya, que eres odioso? –le preguntó Pánter con un toque de ironía tirándose al suelo, víctima de la adrenalina que recorría sus venas.
–Es uno de mis encantos naturales... yo solo seguía tus enseñanzas.
ESTÁS LEYENDO
El límite de lo infinito
Science Fiction¿Qué me dirías si yo te digo a tí que cada mundo tiene su dios, digamos algo como un protector? Tras ver cómo su madre era secuestrada y su hermano corrompido por fuerzas malignas; Alfredo, Dios de la Tierra tendrá que unir fuerzas con diferentes...