Diez días más tarde. Cinco de la mañana. Monasterio del viento. Octava dimensión.
–Alfredo.–le dijo Pánter entrando en la habitación.
Alfredo estaba en el suelo meditando. Se levantó.
–¿Qué quieres? –le preguntó lavándose la cara con el agua de un cuenco que había encima de una mesita.
Pánter extendió el brazo y le entregó una toalla.
–Vístete, vamos a la Tierra.–le dijo Pánter entregándole una túnica negra.
–Nunca hemos salido del monasterio y menos hemos vuelto a la Tierra.
–Tengo que ver a mi mujer, ya han pasado casi tres años desde que llegamos, es casi uno en la Tierra, nos hemos pasado de tiempo. En cuanto a tí tienes que visitar a tus amigos. Han tenido algún que otro problema con las autoridades, requieren tu ayuda.
Alfredo se puso la túnica.
–¿Cuándo nos vamos?
–Dentro de tres horas estaremos allí, cuatro a lo sumo.
Pánter salió de la habitación.
–Espera, un segundo.
Él se detuvo y se volvió.
–¿Qué puedo hacer por tí? –le preguntó Pánter.
–¿Luna vendrá? –le preguntó Alfredo acercándose para poder hablar con mayor facilidad.
–Claro, una muerte segura se hayaría en su camino si mi protección se hiciera ver, los guerreros acabarían con ella en menos de una flor marchita. Avísala. Os espero en las puertas.
–De acuerdo, iré a su habitación.–le dijo Alfredo caminando por el patio.
La habitación de Luna estaba en la parte opuesta del patio. Alfredo caminó esquivando a los guerreros que estaba entrenando. Él abrió la puerta de la habitación. Luna estaba lavándose el pelo en un cuenco, éste estaba negro.
–Date prisa, nos vamos –le informó Alfredo con la intención de irse.
Ella se volvió para mirarlo.
–¿Adónde? –le preguntó ella.
–La Tierra.
–Está bien –accedió Luna.
Alfredo se dispuso a irse.
–¿Es que no vas a preguntarme por qué tengo el pelo negro?
–Solo se te pone el pelo blanco y los ojos morados al usar energía, a algunas personas le cambia el color del pelo, la piel... cuando usan la energía de su cuerpo –le respondió el saliendo de la habitación.
Ella solo llevaba una toalla.
–Date prisa, hay que resolver algún que otro asunto y según Pánter no te puedes quedar sola –le dijo Alfredo cerrando la puerta.
La figura de Luna se distinguía en la puerta gracias a la luz proveniente del otro lado. Después de un minuto entró nuevamente en la habitación. Luna se había puesto una túnica negra que le cubría todo el cuerpo, tenía una capucha que le colgaba en la espalda y un pañuelo oscuro enrollado al cuello.
–Vámonos.–le dijo Alfredo.–Panter nos espera en las puertas, prepara tu caballo.
Luna hizo lo que le decía, se dirigió a las cuadras y cogió a su caballo, el cual era blanco con la crin negra. Aunque su cuerpo era robusto y poderoso, era el caballo más manso del monasterio. Luna montó en él. El caballo empezó a caminar lentamente, llegó a la puerta, allí estaban Pánter y Alfredo. Pánter estaba montado en Kaminari, su caballo personal. A Alfredo se le había asignado una yegua completamente negra y con la crin violeta, se llamaba Shasha.
–¿Y tu caballo? –le acusó Alfredo a Luna.
Ella negó con la cabeza.
–Se han llevado a mi antiguo caballo y me han dado este, se llama Cento.
–Tenemos que partir ya, hay dos horas hasta la pared del espejo –les aseguró Pánter.
–¿A cuántos kilómetros está? –le preguntó Luna tapándose la cara con el pañuelo y la capucha.
–Unos cuatrociento cincuenta –le respondió el guarda de la puerta.
Alfredo se puso un pañuelo negro alrededor del mentón y se cubrió con la capucha.
–Vámonos.–les ordenó Pánter.
–Vamos.–le dijo Alfredo a su yegua al igual que le dijo Luna a su caballo.
Las puertas del monasterio se empezaron a abrir; un viento gélido los golpeó de repente. Los caballos empezaron a correr, Alfredo ya no le costaba mantenerse sobre su montura. Los animales se abrían paso entre la densa nieve, dejando un visible rastro que rápidamente se ocultaba por la intensa nevada.
Tras una hora y media en la que ninguno de los tres abrió la boca.
–¿Vamos primero a Nueva York o qué hacemos? –le preguntó Alfredo a Pánter.
–Vosotros idos a España, en cuanto salga del espejo os enviaré la posición de Vanessa y los suyos; nuestros caminos se separan dentro de unos kilómetros. Dirigiros al norte y os encontrareis con una brecha en el aire, tiene un tono rosa, tendréis que atravesarla, aparecereis cerca de su localización.
–¿Y qué pasa contigo? –le preguntó Luna agachándose para que el viento no la tirara.
De repente Pánter se detuvo en seco. Alfredo también se paró cuando se percató de que Pánter ya no se encontraba a su lado. Luna hizo que su caballo derrapara para poder frenar.
–¿Qué ocurre? –le preguntó Alfredo acercándose.
Pánter se frotó la orejas con las manos y sopló dentro de ella para mantener el calor.
–Este caballero ha de dirigirse al oeste, allí se encuentra la brecha de los Estados Unidos.
–¿Por qué no usamos esa brecha al venir? –le preguntó Alfredo frunciendo el ceño en señal de frustración.
–Se trata de una brecha inestable y en ese momento no se encontraba abierta. Aquí se parten nuestros caminos, intentaré llegar a España en tres días, si el destino me lo permite... antes.–dijo Pánter.
Kaminari corrió hacia el oeste, en pocos segundos la niebla lo consumió.
–Vamos.–le ordenó Alfredo a Shasha dándole un pequeño toque en el costado con el talón. Luna lo siguió al instante. Tras unos minutos bajo la intensa nevisca.
–Luna, ¿puedo preguntarte algo? –dijo Alfredo mientras sujetaba la crin.
Alfredo se bajó el pañuelo para poder hablar mejor.
–Claro.–le respondió Luna bajándose el pañuelo y quitándose la capucha con la misma mano.
–¿Cuántos años tienes?
–Dieciséis años en el espejo, que en la Tierra serían unos doscientos cuatro o cinco años.
–No entiendo cómo funciona el tema del tiempo en los espejos.
–Es muy fácil, en el núcleo de los espejos se encuentra una gema de luz, que los mantiene, con vida digamos, esa gema puede alterar el paso del tiempo dentro de sus límites, el tiempo de cada espejo pasa de forma distinta y solo los más altos rangos de los espejos tienen acceso al núcleo. En el caso de este espejo es el Maestro.
Alfredo asintió.
–¿Y por qué te fuiste del monasterio del agua?
–El Maestro de mi monasterio se moría y como dice la tradición, quien quiera tomar ese título, ha de alzarse como vencedor de un torneo entre todos lo guerreros varones.
–Déjame pensar. ¿Te presentastes a ese torneo ocultando tu sexo, lo ganaste y a la hora de imponerte como vencedor, mostraste tu verdadera "naturaleza" y te intentaron matar, así que te vistes obligada a abandonar tu espejo y adentrarte en este? ¿Me equivoco? –preguntó con voz seria.
–No, has dado en el clavo. Ahora me toca a mí. ¿Por qué has venido ha este espejo?
–Me peleé con mi "novia", que particularmente era mi mentora, así que por orgullo más que nada, me fuí a buscar un nuevo mentor, ya no tenía nada que perder y me adentré a lo desconocido, casualmente me percaté de que Pánter, más conocido como Giovanni para el público, era el subdirector de la empresa de mi padre. Bueno y lo demás ya lo sabes.
Alfredo bajó la cabeza intentando recordar los buenos momentos que habían azotado su vida, cuando...
–¡Alfredo mira, la brecha! –le dijo Luna apuntando al frente.
Una grieta surcaba el aire, como si frente a ellos hubiera una pared invisible, pero real. La grieta tendría unos veinte metros de altura y de ella se escapaban unos pocos rayos de luz rosa. Los caballos se aproximaron a ella a gran velocidad, Shasha se fue deteniendo lentamente hasta quedar parada justo delante de la grieta, Cento la imitó; entonces se empezó a revolucionar, algo raro en él y de repente rugió pisando fuertemente el suelo, haciendo un boquete en la blanca nieve. La grieta respondió a ese sonido abriéndose.
–¿Preparado? –le preguntó Luna.
–Siempre.
Los caballos atravesaron la grieta. La luz era muy intensa y ambos jinetes respondieron de igual manera ante el espontáneo estímulo, tapándose los ojos con los brazos.
–Deberíamos ir a pie, los caballos tienen que descansar un poco, están agotados –le sugirió Luna.
–Vale.–le respondió Alfredo agarrando a Shasha por la crin.–Pánter me ha enviado la ubicación de Vanessa, está a dos kilómetros al sur de nuestra posición.–dijo Alfredo sacando el móvil.
Alfredo empezó a andar en dirección sur, Luna lo siguió sin pensarlo. Atravesaron innumerables árboles sorteándolos a medida que corrían ladera abajo. La luz que conseguía imponerse sobre las verdes hoja se reflejaba en el suelo realizando un hermoso mosaico natural.
Al fin llegaron a su destino, era un pueblo muy pequeño, estaba en un valle, a la sombra de dos grandes montañas que le aportaban una cálida penumbra durante la mayoría del día.
–¿Qué buscamos exactamente? –le preguntó Luna adentrándose en el pequeño pueblo.
Luna comenzó a dar vueltas sobre sí misma maravillada por el paisaje.
–No estoy seguro –le respondió Alfredo– ¿Qué hora es?
–El viento frío viene desde el este.–dijo Luna chupándose el dedo y elevándolo, así que el Sol debe de estar en aquella dirección.–le dijo señalando el oeste el cual coincidía con una montaña que tapaba la estrella.– Y a juzgar por la posición del Sol serán las nueve y media o diez.
–Buen trabajo; Vanessa y Ángela han de estar en el colegio, al igual que Márgara. Separémosnos, tú buscarás la casa de las chicas, yo iré a buscar el colegio y las avisaré de nuestra estancia.
Luna se empezó a reír a carcajadas.
–¿Qué es tan gracioso?
–Nada, nada, solo que estás empezando a hablar como Pánter.–le respondió ella sin poder contener la risa.
–Ohh, madre mía qué adulta eres.
–Pues anda que tú: new New Pánter.–le respondió Luna agachándose porque le dolía la tripa de tanto reírse.
–Bueno, te veo luego, "joven".–se despidió Alfredo imitando a Pánter.
–Adiós, adiós.–le dijo meneando la mano de lado a lado.
Alfredo empezó a caminar por las calles con el pavimento de piedra. Las herraduras de Shasha hacían retumbar todo el pueblo con un chasquido rítmico. Tras atravesar un par de estrechas calles llegó a la plaza del pueblo, en la que una alta iglesia se alzaba rodeada del comercio local. Alfredo pasó por delante de una cafetería donde se encontraban reunidas muchas de las personas del pueblo, serían unos cincuenta individuos en total. Siguió caminando, pasó por el lado de la fuente que se hallaba en el centro de la plaza, se detuvo un instante en la misma para que Shasha bebiera. Pasados unos momentos, Alfredo salió de aquella plaza para adentrarse en una llanura de verdes pastos, donde se había construido una cancha de fútbol, a lo lejos de aquella majestuosa extensión, Alfredo pudo divisar la escuela; sin previo aviso se montó en Shasha y fue al galope hasta llegar al edificio, no era muy grande, pero era simétrico, tenía la fachada roja con algún que otro toque blanco y ventanales a los lados de la puerta central. Él saltó de la yegua antes de llegar.
–Quédate aquí.–le ordenó Alfredo a Shasha dejándola al lado de la puerta.
Empujó la puerta, pero esta estaba cerrada; se asomó por una de las ventanillas de la puerta; al otro lado de la misma había una marabunta de niños. Se puso el pañuelo y la capucha.
–Buscaré otra entrada antes de romper nada–se dijo Alfredo para sus adentros.
–¡Eh tú! ¿Qué haces ahí? –le dijo un señor, aparentemente sería el conserje pues iba vestido como tal.–Esto es un colegio, ¡LARGO! –le ordenó empuñando un rastrillo.
–Esto es un malentendido, verá...
–Ni verá ni leñes.–le repuso el hombre agarrándole del brazo para que le acompañara fuera del recinto.
–Mire señor... Marcus.–le dijo Alfredo leyendo la identificación que tenía colgada del pecho.–Solo quería ver una cosa, ya me voy.
–Claro que se va, tranquilo yo le acompaño.–le dijo el conserje Marcus tirándole del brazo.
–Perdóneme por esto.–se disculpó Alfredo justo antes de derribarlo con un ágil barrido.
Alfredo aprovechó esto y se fue corriendo, silbó con dos dedos y Shasha apareció a su lado. Alfredo pegó una patada a la pared que lo impulsó y se subió de pie encima del animal, volvió a saltar, lo justo para quedar colgado del alféizar de una ventana del segundo piso; se preparó y subió a pulso, la ventana estaba abierta así que pudo entrar en una clase, en la cual había un profesor de espaldas escribiendo algo en una pequeña pizarra, Alfredo intentó no llamar su atención, pero la veintena de alumnos que le miraban fijamente no ayudaban al propósito.
–Shhh.–les mandó callar Alfredo con el dedo frente a la boca.
Alfredo empezó caminar a hurtadilla por lo ancho de la clase. De repente el profesor se giró, Alfredo hizo como que no lo había visto y siguió caminando hasta salir de la clase cerrando la puerta al hacerlo, la abrió de nuevo por un segundo y asomó la cabeza.
–Lo siento.–se disculpó Alfredo susurrando y volvió a cerrar la puerta. La cara de asombro del profesor lo decía todo.
Alfredo suspiró una vez estaba en el pasillo. La calma no duró mucho, el sonido de unos tacones se aproximaba. Alfredo corrió a la ventana del pasillo, la abrió y saltó quedando colgado de su alféizar. Una mujer con el pelo largo, negro y con gafas, pasó de largo sosteniendo unos papeles. Alfredo resopló y se aupó para entrar nuevamente cuando el peligro había pasado, corrió por el largo pasillo y se detuvo al toparse con el primer aula; aparentemente todas las clases estaban situadas en el mismo lado del pasillo, mientras que al lado contrario se imponía una hilera de ventanas que dejaban ver una piscina interior. Alfredo se asomó por la ventanilla de la puerta de la clase, divisó a Ángela entre los alumnos de la misma. Se rascó la cabeza intentando idear algún plan o algo; al cabo de unos segundos siguió corriendo, abrió una puerta doble y se encontró de golpe con las escaleras lo que hizo que cayera rodando hasta el rellano. Se incorporó rápido lo justo para meterse en un cuarto de la limpieza, antes de que el conserje pudiera verle. Tras unos segundos de intensa tensión abrió la puerta asegurándose de que no había nadie y prosiguió su camino. Giró a la de izquierda y se pegó de bruces contra una puerta en la que ponía vestuarios. Se tocó la nariz en señal de molestia y abrió la puerta despacio; pero debido a la humedad provocada por las duchas esta empezó a chirriar. Alfredo salió corriendo al oír pasos y se metió en un canasto de ropa sucia, alzó la mirada pudiendo ver a dos chicas en toalla dirigiéndose a las duchas.
–¡Venga ya, enserio! ¿No había otro sitio que el vestuario de chicas? Tienes un don Alfredo.–se dijo a sí mismo.
De repente le apareció una bombilla sobre la cabeza (metafóricamente hablando).
Alfredo se empezó a desvestir, tras unos minutos salió del canasto vestido de arriba abajo con toalla usadas las cuales le cubrían el rostro, él empezó a andar de forma afeminada para no levantar sospechas, al final de los vestuarios Alfredo consiguió divisar la puerta que daba a la piscina. ¿Que cómo lo sé? Porque ponía "piscina". Abrió la puerta y entró en el recinto de la piscina y fué avanzando hasta la misma ocultándose tras las columnas que la delimitaban; se asomó cuando ya estaba lo suficientemente cerca como para ver a los bañistas, debía de ser una clase pequeña pues solo había unas quince personas de las cuales una era Vanessa.
–Vale, tengo una idea.–se dijo Alfredo para sus adentros.
Salió corriendo hasta el vestuario de las chicas y se volvió a meter en el canasto.
Pasada una media hora.
Alfredo comenzó a escuchar a las chicas entrar nuevamente en el vestuario. Cuando el ruido cesó Alfredo salió del canasto y se asomó a las duchas.
–Esperaré un poco más.–se dijo para sus adentros volviendo a meterse en el cesto.
Cien mil años más tarde, es decir, quince minutos dentro de ese cesto lleno de ropa usada por chicas recién salidas de la piscina, aunque si lo miras así, no suena tan mal.
Alfredo salió del cesto al percatarse de que las duchas estaban vacías, se vistió con su túnica y se dirigió a las taquillas del vestuario, a la izquierda nada más entrar por la puerta. Siguió esquivando a las chicas, escondiéndose tras las filas de taquillas y demás objetos de la habitación, la luz era muy tenue; llegado el punto Alfredo se asomó por un pasillo de taquillas a tiempo de ver a Vanessa, todavía en bikini, sentada en un banquillo secándose el pelo con una toalla. Alfredo se acercó por detrás cuidadosamente y se sentó a sus espaldas, en el mismo banco.
–Alícia, te he dicho que ahora no puedo hablar.
–Bueno, entonces... me voy –dijo Alfredo levantándose.
Vanessa se giró. Y al ver al encapuchado, le lanzó un puñetazo. Alfredo dio un paso a la derecha. La chica se subió al banco y le incrustó la rodilla en el abdomen. Se agachó para esquivar a la marciana, esquivó un par de puñetazos y la agarró de las muñecas.
–¿Es así cómo me recibes... después de tanto tiempo? –preguntó Alfredo.
Vanessa abrió los ojos como platos y le quitó lentamente el pañuelo y la capucha. Dio unos cuantos pasos hacia atrás llevándose las manos a la cara junto con lágrimas de alegría.
–¿No me vas a decir nada? –preguntó Alfredo sonriente.
–Yo...
–¿Sabes qué? A la mierda las palabras...
Se lanzó a sus brazos estrellándola contra las taquillas pegando sus labios con los de ella. Vanessa le mordió el labio inferior.
–¡Ah! –gruñó Alfredo tocándose el labio con el dedo índice mientras era abrazado.
–Te he echado de menos.–le confesó Vanessa volviéndole a besar.
–Ni la mitad de lo que lo he hecho yo.–le respondió besándola y mordiéndola el labio inferior.
–Alfredo...
–Lo siento, fui un estúpido, no debí dejaros sol...
No pudo acabar la frase pues Vanessa le interrumpió besándolo de nuevo.
–Calla; te quiero.–le dijo abrazándolo con todas sus fuerzas.
–Yo más –le respondió Alfredo besándola en la frente y devolviéndole el abrazo.–Me tengo que ir. Te espero a la salida. Por cierto, ¿a qué hora sales exactamente? –le preguntó Alfredo sonriente.
–A las cuatro; pero puedo escaparme.–le propuso vistiéndose con el uniforme deportivo, que consistía en una camisa blanca de manga corta, con un pantalón negro, también corto y con unas zapatillas blancas de sport.
–No, no quiero que pierdas más clase por mi culpa. Solo estaré aquí unos días y volveré al Monasterio.
–Quédate para siempre...–le suplicó Vanessa cogiéndole la mano.–Yo te entrenaré.
–No puedo, ya tengo a Pánter, pero vendré más a menudo...
–¿Cómo? ¿Pánter? ¿Pánter está aquí? –le preguntó a Alfredo mirándolo fijamente con expresión de alegría.
–Está en Nueva York, vendrá en unos días, tenía que volver con su mujer para que no sospechara nada sobre... bueno ya sabes, sobre lo que es.
–Tengo que pedirle perdón, le hice una herida en el pecho cuando solo me intentaba proteger.
De repente entró la mujer de antes, la que tenía los papeles.
–Corre métete en mi taquilla.–le indicó Vanessa abriéndola para que Alfredo pudiese entrar, este hizo lo que le decía.
–¿Vanessa, no habrá visto a un muchacho con el pelo negro y los ojos verdes, vestido con una túnica negra, como la de un monje? –le preguntó la mujer.–Según el conserje se ha colado en el centro y es peligroso.
–Creo que le vi en la cafetería.
–Vale muchas gracias, por cierto.–le dijo la mujer.
Vanessa se estaba poniendo más nerviosa, a medida que la mujer se le acercaba a la cara.
–Tiene la camiseta al revés.
–¡Oh, qué despiste! –le respondió Vanessa poniéndosela bien.–Gracias si le vuelvo a ver, se lo haré saber.
–Así me gusta, una chica ejemplar.–le dijo la mujer mientras caminaba de vuelta a la salida.
–Alfredo ya puedes salir.–le indicó Vanessa abriendo la puerta.
–Creo que esto es tuyo.–le dijo Alfredo quitándose un sujetador de la cabeza y dándoselo a Vanessa.
De repente una chica bajita y rechoncha, de ojos marrones y pelirroja, entró en el pasillo a tiempo de ver la cara de Alfredo, iba vestida con un bikini demasiado ajustado que le resaltaba los michelines.
–Vanessa Ruiz, ¿cómo te atreves a dejar entrar a un chico en el vestuario de las chicas? Es un espacio reservado para el sexo femenino. Voy a avisar a la directora.
–Tan dulce como siempre, Alicia, corre, se acaba de ir, igual la pillas y le dices: "señorita, Vanessa su alumna más ejemplar ha traído a un chico al vestuario de las chicas y no solo eso, sino que lo ha escondido en su cara, pero como usted no lo ha visto porque siempre está pensando en el orden..." y bla bla bla. Creeme no te conviene.
–Ésta te la guardo –le repuso volviéndose con la cabeza bien alta.
–Y como viene, se va.–dijo Alfredo.
–¿Te has traído ropa? Digo a parte de la túnica de monje amante de las serpientes.–le preguntó Vanessa atándose las zapatillas.
–No.
–En casa está toda tu ropa. La guardamos por si acaso; de momento tendrás que usar la ropa de objetos perdidos, no te pueden ver así por el pueblo. Quédate aquí, ahora te la traigo. Dame cinco minutos.–le dijo Vanessa dándole un beso en la mejilla.
–Gracias.
Alfredo se tumbó en el banquillo esperando a que Vanessa viniera con la ropa.
–Debería de esconderme.–se dijo para sus adentros.–No, no pasará nada; pero ¿y si pasa? Bua prefiero que me pillen a moverme de aquí.
–Se ha metido en un buen lío chiquillo.–le dijo la directora.
–¿La he cagado? –le preguntó Alfredo, aunque la respuesta era obvia.
–¿Usted qué cree? –le preguntó la directora levantándole del brazo.–Venga a mi despacho, tendremos una charla.
La directora llevó a Alfredo a su despacho cogido del brazo; una vez allí, cerró la puerta al entrar y activó el micrófono.
–Vanessa Ruiz preséntese en el despacho de la directo, a ser posible traiga un uniforme masculino de objetos perdidos. Gracias.
La directora colgó el micrófono.
–Vale, no se quién es usted.–comenzó a decir la directora sentándose en su silla y examinando unos papeles que se encontraban en el escritorio.–Pero me importa realmente poco. Este pueblo ha permanecido plácido durante décadas, no querremos foráneos que estropeen esa paz. Su caballo ha sido requisado temporalmente por el ayuntamiento, hasta que no sepamos su identidad y sus intenciones no se le devolverá, así que yo empezaría a hablar, de lo contrario avisaré a las autoridades.
–Verá yo soy...
En ese momento irrumpió Vanessa en la sala abriendo la puerta.
–¡Anda! Primo Derek cuánto tiempo.–dijo Vanessa dándole un abrazo y un beso en cada mejilla. Ella dejó sobre el escritorio la ropa que le había encargado la directora.
–¡Vanessa! Que ganas tenía de verte.– le dijo Alfredo siguiéndole la corriente.–Que mayor estás.
–Ay Derek tu siempre con tus bromas, ya sabes que tenemos la misma edad.–le dijo golpeándole en la espalda con una sonrisa forzada.
–¿Es tu primo, Vanessa? –le preguntó la directora colocándose las gafas.
–Claro, señorita, lo que pasa es que ha vivido en un pueblo lejos de la civilización y por eso es tan... rudimentario.
–¿Cómo se llama ese pueblo, don Derek? –le preguntó la directora cogiendo la ropa.
–Se llama...–Alfredo empezó a examinar toda la habitación en busca de algún nombre ingenioso.–Ven...–dijo Alfredo mirando la ventana.–Ho...–luego mirando a unas hojas.–Lam.– finalizó mirando una lámpara.–Se llama Venholam.
–¿Es un pueblo español?
–Eh... no es de... Nepal.–le respondió Alfredo.
–Sí.–intervino Vanessa poniéndole la mano en el hombro a Alfredo.–Sus padres sufrieron un accidente y los servicios sociales nos lo han dejado a nuestro cargo.
La directora se puso en pie.
–Muy bien, puesto que esto ha sido un enorme malentendido, puede irse. Disculpen la molestias. Espero verle pronto por aquí, Derek.
–Claro, claro, y yo y yo.–dijo Alfredo sarcásticamente.
–Avisaré al comisario para que le traiga su preciado caballo.–dijo la directora descolgando el teléfono que había encima de una mesita al lado de una enorme estantería con libros antiguos.
–Buena idea –declaró Vanessa abriendo la puerta del despacho– le indicaré dónde están los vestuarios, para que se ponga el uniforme. ¿Después se podrá ir?
–Claro. Gracias por aclarar todo Vanessa.–le agradeció la directora un instante antes de que comenzara a hablar por teléfono.
–No hay de qué.–le respondió Vanessa saliendo del despacho, cogiendo la ropa junto con Alfredo, el cual cerró la puerta al salir.
Una vez estaban fuera. Alfredo la cogió por los brazos y le dio un beso en los labios.
–Gracias.–le agradeció Alfredo quitándole la ropa de las manos.
–No ha sido nada; pero esto aún no ha acabado, hemos ganado algo de tiempo, pero ahora tendremos que averiguar como salir de este malentendido, por llamarlo de algún modo. Vamos te guiaré a los vestuarios.
–De acuerdo.–dijo Alfredo siguiéndola.
–Si consigues plaza en el colegio irías a mi misma clase, como en los viejos tiempos.
–De eso solo hace un año.
Vanessa suspiró.
–Oye Alfredo.–dijo Vanessa deteniéndose.
–Dime.–contestó Alfredo.
–Faltan veinte días para navidad; ¿crees que podrías quedarte aquí hasta entonces?
–No lo sé, tengo que volver al monasterio. Pero nadie ha dicho cuándo.–le contestó Alfredo esbozando una gran sonrisa.
Vanessa se lanzó a abrazarlo.–Que alegría que hayas vuelto... Derek.–le confesó Vanessa riéndose.
–Mira que había nombres.–le dijo Alfredo caminando– ¿Por qué Derek? –le preguntó con una indudable intriga.
–¿Por qué no? Es un nombre bonito, además es el nombre de mi escritor favorito.
–¿Ahora qué? ¿Me tendré que pasar por tu primo nepalí?
–Supongo. Mira, estos son los vestuarios de chicos.–le dijo Vanessa mostrándole la puerta de los mismos.
–Hay un pequeño problema.
–No existen los problemas solamente las soluciones difíciles.
–¿Qué pasa si nos ven mientras nos besamos? Si resulta que somos primos, eso de los besos y caricias es un poco excesivo, ¿no crees?
–Vale en eso no había pensado, pues al final sí que existen los problemas.
–¿Y qué hacemos? –le preguntó Alfredo.
–No lo sé. será nuestro pequeño secreto.
De repente el entrenador irrumpió la bonita y típica escena romántica de culebrón, era un hombre robusto de un metro noventa, calvo, vestido con una camiseta roja y unos pantalones blancos. Cogió el silbato que tenía colgado en el cuello y sopló con todas sus fuerzas en el oído de Alfredo.
–Tira para dentro maldita sabandija. Que seas el nuevo no te da derecho a saltarte las reglas.–le gritó a Alfredo elevándole por la oreja.–Tú también Vanessa entra en el vestuario de la chicas y prepárate para el arte de las espadas.
El entrenador empujó a Alfredo para que entrara en el vestuario. Nada más entrar Alfredo se topó con una decena de alumnos vestidos con trajes de esgrima.
–¿Qué pasa bastardillo? –comenzó a hablar uno de los chicos.–Tú debes de ser el nuevo, el intruso; ¡mirad qué pintas!
–Tú debes de ser el de los problemas de autocontrol.
–¿Quién te ha dado derecho a hablar bastardillo? –le preguntó el hostil compañero empujándolo. Pero no consiguió moverle.
–Es gratificante saber que nunca me equivoco.
–Vamos muchachos quiero veros en el patio en cinco minutos.–les ordenó el entrenador asomándose por la puerta.
Todos se dirigieron al patio, menos Alfredo y otro chico, que se quedaron vistiéndose para la ocasión.
–No te preocupes, es así con todo el mundo. Se llama Daniel y se cree el rey de la escuela, después es el típico cateto en lo que a estudiar se refiere. Por cierto me llamo Alberto.–dijo estirando el brazo para darle un apretón de manos a Alfredo.–¿Tú cómo te llamas? –le preguntó. Alberto era el típico fideo empollón que nunca decía que no y era bueno con todos. Alfredo no conseguía verle el rostro debido a la protección de esgrima.
–Me llamo Derek, soy el primo de Vanessa y Ángela.
–¡Ay! Ángela, que chica tan dulce, siempre con su perfume de rosas y sus ojos verdes y su pelo rubio –dijo Alberto junto con innumerables suspiros.
–¿Tu amor platónico eh? –dijo Alfredo conteniendo la risa mientras pensaba en la parte oculta de esa descripción.
–Bueno... vamos que si no llegamos a el calentamiento nos mandará correr.–le dijo el chico corriendo para poder llegar a tiempo.
Alfredo se vistió y lo siguió hasta el patio delantero por donde se había colado con anterioridad. Todos los alumnos y alumnas de la clase de Vanessa se encontraban en el patio formando una cadena humana, uno al lado del otro. Todos estaban vestidos con las protecciones necesarias para los combates.
–Bien, vamos a calentar, bueno mejor dicho vais a calentar. A correr teneis que dar tres vuelta a todo el patio.–dijo el entrenador sentándose en una silla de vigilancia, como la de los socorristas.
Alfredo empezó a correr encabezando la vuelta. Vanessa empezó a correr a sprint para alcanzarlo. En pocos segundos se puso junto a Alfredo.
–Hola.–le saludó Vanessa con la mano.
–¿Cómo sabías que era yo y no otro? –le pregunto Alfredo acelerando para dejarla atrás pues quería ser el primero.
–Porque acabas de sacarle media vuelta a todos, en menos de diez segundos. Y para tu información, si tu intención es quedar primero, te aviso de que nunca podrás superar a la luz.
–Eso ya lo veremos.–le aseguró Alfredo acelerando.
Vanessa no tardó en alcanzarlo, empezaron a competir y a luchar por la victoria, que dicho así suena muy épico, pero que solo era el calentamiento.
Al cabo de un minuto ya habían completado las tres vueltas, al final Vanessa ganó por poco.
–¡¡MADRE MÍA, NO HABÍA VISTO CORRER A NADIE ASÍ EN AÑOS!! –les felicitó el entrenador.–Si os esforzais así durante todo el año sacareis matrícula de honor en mi asignatura.
–Gracias.–dijeron ambos al unísono quitándose el casco.
Tras diez minutos, los demás alumno ya habían completado el recorrido. Rodearon al entrenador para escucharlo mejor.
–¿Alguno de vosotros ha tenido alguna experiencia previa con una espada, del tipo que sea?
–Yo.–dijo Daniel quitándose el casco, era el típico chico cuadrado de pelo rubio cuya medicina consistía en subir fotos a las redes sociales y sin la cual no podría vivir.
–Sorpréndenos.
–Llevo compitiendo en esgrima desde los seis años. Tengo una racha de veinte combates invictos.
–Bien pues serás el maestro del dojo. Cada uno de vosotros y vosotras se enfrentará a Daniel, para ver si es fuerte o simplemente engreído. Primero escogeré yo y después escogerá Daniel. El primer afortunado será una chica, todas las mujeres tienen derecho a votar a su primera "luchadora" que levanten la mano las que quieran que Alba se enfrente la primera.–Alba era la típica líder de un grupo de pijas formado por cuatro integrantes.
–Pero profe, podría perder una uña, yo paso.–dijo Alba, la cual era alta delgada, el cincuenta por ciento de su peso provenía del maquillaje, lo demás serían los huesos; tenía el pelo negro y los ojos marrones, su nariz era pequeña y su piel era más blanca que el azúcar debido a los cosméticos.
–Sí, es verdad, nosotras pasamos también, vamos esto es SÚPER aburrido. Ya no se lleva el rollo ese de las espada.–dijo Carmen, una de las amiguitas del grupo de Alba.
–Señoritas no se si son conscientes de que, ¡¡SI NO LUCHAN NO APROBARÁN LA ASIGNATURA!! Y nos veremos a final de año.
–Mejor al final que ahora, ¿sabes?
–Puesto que no escogéis, elegiré yo.–dijo el entrenador girando sobre sí para encontrar al contrincante idóneo.–Vanessa, por favor, ¿podrías luchar? Ya que eres la única dispuesta a colaborar.
–De acuerdo.–dijo Vanessa entrando al círculo, al lado de del entrenador.
–Colocaos.–les ordenó el entrenador.
Los luchadores hicieron lo que se les decía, se pusieron uno frente al otro, ambos empuñaba una espada.
–A pelear.
Daniel lanzó una estocada que impactó directamente en el pecho de Vanessa la cual permaneció inmóvil.
–Uno cero para Daniel.–dijo el entrenador desde su "trono".–Luchad.
Daniel volvió a lanzar otra estocada que impactó nuevamente en el cuerpo de Vanessa, pero esta vez en el vientre.
–Dos cero para Daniel; Vanessa este deporte consiste en no dejar que tu oponente te alcance con su espada.
–Ya lo sé, pero es que si lucho desde el principio, ¿donde está la emoción?
–Déjate de tonterías y ataca.–le ordenó Daniel tocándole el hombro con la punta de la espada.
Vanessa apartó la espada con la mano.
–De acuerdo, tú lo has querido.
–Preparados... luchad.
Daniel lanzó una tercera estocada, pero a diferencia de la otras veces, la espada no alcanzó su objetivo. Vanessa esquivó el ataque saltando con una voltereta por encima de Daniel cayendo elegantemente a las espaldas de su oponente y asestándole un golpe en la misma sin mirar.
–Dos uno para Daniel... Preparados, luchad.
Esta vez Vanessa atacó primero con una estocada que se dirigía a la pierna derecha de su oponente; pero este la esquivó echándose hacia un lado. Vanessa lanzó un golpe ascendente el cual hizo que la espada de su contrincante saliera volando al intentar pararlo, luego Vanessa solo tuvo que tocarle delicadamente en el pecho con su espada.
–Dos dos, empate... Preparados, luchad.
–No te dejaré ganar.–le aseguró Daniel arrebatándole un florete al alumno más cercano. Lanzóuna estocada la cual Vanessa paró con su espada.
–Eso no depende de tí. De hecho este combate yo ya lo he ganado.–le corrigió Vanessa deslizándose entre las piernas de su oponente y asestándole un golpe en los mismísimos que lo dejó de rodillas.
–Punto válido dos tres para Vanessa, Vanessa gana el combate.
Vanessa se levantó y tiró el casco al suelo, en ese momento Daniel se levantó y la tiró del pelo. Vanessa se contuvo las ganas de pulverizarlo.
–Alto ahí quiero la revancha.–le dijo apretando con fuerza lo que hizo que Vanessa.
Alfredo que lo estaba espectando todo, salió en su ayuda y le pegó un empellón a Daniel que lo lanzó al suelo y le hizo dar un par de volteretas por el césped
–¿Pero qué te ocurre? ¿Qué maneras son esas de tratar a un compañero? Eres un perdedor de mierda.–le dijo Alfredo poniéndole la mano en el hombro a Vanessa.
–Después hablaremos tú y yo Daniel.–le dijo el entrenador ayudándole a levantarse.–Escoge tu próximo contrincante, un solo percance más y te expulso, ¿me oyes?
–De acuerdo. Elijo al nuevo.
Alfredo fue sin rechistar. Vanessa se le acercó por detrás.
–Alfredo, contrólate, no queremos que sepan quienes somos a menos que sea una situación de vida o muerte.–le dijo Vanessa al oído.
–Lo intentaré.–le dijo Alfredo colocándose el casco. Miró a los alumnos y uno de ellos le pasó su espada. La agarró con las dos manos y comenzó a lanza golpes al aire.
–¡Demasiado ligera!
Alfredo se preparó y fijó su mirada en la espada de su oponente.
–¿Es tu novia o qué? Sí que has corrido rápido a su auxilio –preguntó Mr. Narcisista.
–Primo y a diferencia de ella, yo no me contengo.–le aseguró Alfredo preparado para atacar.
–¿Listos? –preguntó el entrenador subiéndose a la silla.
–Sí.–respondió Daniel.
–Siempre.–le respondió Alfredo.
–A luchar.–les ordenó el entrenador bajando el brazo como si fuera una bandera.
Daniel atacó primero con un golpe descendente, que Alfredo paró poniendo la espada en horizontal; aprovechando el hueco que había dejado con ese ataque, Alfredo le pegó un empellón que lo derribó e hizo que la espada de su rival se perdiera entre la hierba más lejana tras esto le pegó con la espada en la cabeza.
–Cero uno para el novato. Preparados...
Daniel le arrancó la espada de las manos de uno de sus compañeros.
–Luchad.
Daniel lanzó una estocada que impactó en la protección de la espada de Alfredo, retiró su espada y lanzó un nuevo ataque descendente del cual Alfredo se zafó con una voltereta lateral hacia atrás sin manos y lo atacó con una hábil estocada en el pecho.
–Cero dos para el foráneo. Preparados, luchad.
Alfredo atacó primero esta vez con una velocidad nunca vista en él. Le asestó un fortísimo golpe en el pecho que le rajó el peto.
–Cero tres, el nuevo gana.
–¡Vamos Derek! –gritó Vanessa saltando de alegría.
Daniel estaba más enfadado que nunca.
–¡Eh tú! –gritó Daniel para llamar la atención de Alfredo el cual se volvió hacia él.
Daniel le propinó un puñetazo en la mandíbula que hizo que se rompiera los nudillos. El entrenador corrió y placó contra el chico tirándolo al suelo.
–Ya te he avisado, vete al despacho de la señorita Esmeralda, la directora.
Vanessa se percató de que los guante de Alfredo empezaban a volverse negros; ella corrió y agarró a Alfredo del brazo, lo llevó lejos de la clase, se escondieron tras unos enormes pinos cerca del campo de fútbol.
–Tienes que controlarte.–le dijo Vanessa agarrándole por los hombros.
–No puedo. Pánter dice que tengo demasiado poder. No puedo controlarlo. ¡¡¡AAGGGGH!!! Como quema –masculló Alfredo cayendo de rodillas por el dolor mirándose las manos.
Vanessa se puso de rodillas y le besó en los labios. A diferencia de cuando lo besó en la antigua casa, esta vez no paró.
–¡¡MIERDA!! –gruñó Vanessa mientras veía como los guantes se desintegraba–. Pase lo que pase no dispares un rayo de antimateria, al contacto con el aire provocarías una explosión que destruiría el pueblo –se concentró apretando los puños y los hizo tornarse amarillos, juntó sus manos con las de Alfredo; empezó a sentir como le ardían. De repente se empezaron a repeler como imanes, cada vez era más difícil contener la energía. Alfredo y Vanessa salieron despedidos cuando un rayo de energía oscura con algunos toques de luz emergió de sus manos impactando contra una hilera de pinos, derribándolos en el acto. Vanessa rodó por el suelo para que no le cayera uno de los árboles encima. Alfredo se estrelló contra uno de los pinos agrietándolo.
–¿Estás bien? –le preguntó Vanessa a Alfredo levantándese del suelo.
–Creo que sí.–le respondió miemtras salía del boquete del árbol. Alfredo saltó y cayó con los pies en el suelo.–Vale igual no estoy tan bien.–le dijo Alfredo desplomándose en el suelo tras notar un intenso dolor en el costado.
Vanessa corrio en su ayuda.
–¡Eh, eh! ¿Qué te pasa? –le preguntó Vanessa tirándose al suelo y pegando su oreja al pecho de Alfredo. Notó su corazón latiemdo demasiado despacio.–¡Mierda! ¡Quédate aquí! Aunque no creo que te muevas mucho.
Vanessa corrió hasta el campo de fútbol, sacó un silbato para perros de su bolsillo, se lo puso en la boca y sopló con fuerzas. Una vez hecho eso se lo guardó en el bolsillo y corrió de vuelta a los pinos.
–¡Alfredo! –le dijo Vanessa golpeándole repetidamente en la cara para que se mantuviera despierto.–Ya viene la ayuda, estará aquí unos minutos, resiste.
De repente su corazón se detuvo. Vanessa empezó a realizarle las maniobras de reanimación cardiopulmonar.
–¡Vamos! ¡¡NO TE PERMITO QUE MUERAS!! –le dijo Vanessa tras realizarle varias veces el boca a boca.
En un acto desesperado Vanessa juntó sus puños y le propinó un golpe con los mismos en el pecho, lo que hizo que Alfredo tragara una inmensa bocanada de aire a la vez que se hundía el suelo. Las lágrimas de Vanessa le empapaban la camiseta.
–¡Gracias a Dios! –dijo Vanessa besándole.
Pero pese a que su corazón volvía a latir Alfredo seguí inconsciente tumbado sobre las ramas y astillas.
Vanessa se asomó por uno de los árboles que todavía seguía en pie. Toda la clase iba corriendo a husmear. Vanessa cogió a Alfredo, se lo cargó en el hombro y empezó a correr hacia el interior del bosque, lo dejó sentado contra un árbol lejano.
–Aguanta.–le dijo Vanessa materializando una flecha, la cogió con la mano derecha y se rajó el brazo izquierdo rompiendo la manga del traje. La sangre empezó a correr por su antebrazo, estiró el brazo y la dejó caer sobre la camiseta de Alfredo.–Con esto debería bastar.–dijo Vanessa corriendo hacia la multitud, agachada y tocándose el brazo.
–¡¡Vanessa!! –le dijo el entrenador cogiéndola en brazos.–Aguanta, te llevaremos a la enfermería.
El entrenador empezó a correr hacia el colegio, seguido de toda la clase. El plan de Vanessa había funcionado, había conseguido desviar la atención del bosque.
Al cabo de unos minutos Chack llegó a la cancha de fútbol; empezó a olisquear el suelo, lo cual lo llevó a la posición de Alfredo.
–Menos mal que Vanessa ha dejado su sangre, tu olor es muy débil.–le dijo Chack transformándose y subiendo a Alfredo en su lomo cogiéndolo con la boca por el peto.–Agárrate fuerte, bueno, olvídalo.–dijo Chack corriendo hacia el pueblo siendo ocultado por la frondosa arbolada.
Poco después en el colegio. Vanessa estaba en la enfermería sentada en la camilla; la enfermera Diana una mujer joven de veintipocos con el pelo castaño y vestida con la típica bata de doctora, estaba atendiendo el pequeño percance.
–Quítate la camiseta por favor.
–De acuerdo.–le respondió Vanessa quitándose el traje de esgrima y posteriormente la camiseta.
–¿Y todas estas cicatrices? –preguntó la enfermera mirando la decena que tenía en la espalda.
–Un pasado difícil.
–¡Esta cicatriz es de metralla!
–Es difícil de explicar.
–Vo... vo... voy a auscultarte.–le indicó la enfermera sacando el estetoscopio aún asombrada–. Inclínate un poco hacia delante. Es necesario para ver si no tienes perforados los pulmones a causa de lo ocurrido. Aguanta un poco más.
–Vale.
–Vamos con la herida.–le dijo la enfermera sacando alcohol y gasas.– ¿Cómo dices que pasó? –le preguntó la enfermera limpiándole la herida.
–Corrí al bosque y derrepente unos tres o cuatro árboles se derrumbaron...
–¿Por qué te fuistes corriendo al bosque, cariño? –le volvió a preguntar la enfermera sacando un hilo y una aguja.–No me digas que tienes miedo de una pequeña aguja.–le dijo la enfermera al ver que Vanessa se metía parte de los dedos en la boca, como si se estuviera mordiendo las uñas.
–No, tranquila. Me fui corriendo al bosque al ver que Alfr... Derek salía corriendo hacia allí, fui a ver si estaba bien.
–Esto tal vez te duela un poco.–le avisó la enfermera poniendo la aguja sobre uno de los bordes de la herida.
–Vale.–le respondió tragando saliva.
La aguja se hundió en el brazo, Vanessa hizo una minúscula mueca de dolor con la boca.
–No te muevas por favor.
–Lo siento.–dijo Vanessa sonriente.–Es que la aguja está muy fría.–siguió finalmente riéndose por la vergüenza de la respuesta.
Tras unos minutos la enfermera había acabado de coser la herida.
–Voy a vendarte el brazo para que no se te infecte ni se te quiten los puntos.–le dijo la enfermera vendándoselo.–Con esto debería bastar.–dijo al finalizar.–Procura no mojártelo cuando te duches. Ya te puedes vestir.
Vanessa hizo lo que le decía y se puso la camiseta del uniforme del colegio con cuidado de que no le tocara la herida.
–Gracias.–dijo Vanessa abriendo la puerta.
–Por cierto, toma se te cayó uno de tus pendientes. ¿Qué son rubíes? –le preguntó la enfermera entregándoselo.
–Por decirlo así. Gracias otra vez.
–Te puedes ir a casa, descansa, hasta mañana. A una no se le ponen veinte puntos todos los días.
–De acuerdo hasta luego.–se despidió Vanessa cerrando la puerta de la enfermería.
Una vez en el pasillo...
Vanessa se puso el pendiente y se metió los dedos nuevamente en la boca, y después se metió la mano en el bolsillo. Empezó a correr hacia su clase, subió la escaleras de dos en dos, no había nadie en los pasillos pues todos debían de estar en clase; abrió la puerta de su clase de golpe y cogió su mochila. Abrió la ventana de la clase y se asomó, miró a ambos lados para cerciorarse de que no la observaba nadie, una vez comprobado se subió al alféizar y saltó , cayendo sobre el césped mojado a causa del riego. Empezó a correr de vuelta a casa; atravesó la cancha, después la llanura y más tarde llegó a el pueblo. Subió por la pendiente de una de las montañas por un pequeño sendero de tierra, el cual estaba rodeado de grandes árboles. Llegó a una casa con aspecto rural; abrió su mochila y sacó unas llaves, abrió la puerta de madera. Dentro todo era completamente distinto a lo esperado, nada más entrar se encontraba un enorme salón de estilo abierto que comunicaba con la cocina, la cual era moderna y futurista con una enorme isla en el centro. Tiró la mochila encima del sillón y se fue directa a la sala de estar, que estaba al entrar a la derecha, esta consistía en dos sillones, uno en frente del otro, calentados por una chimenea en medio de dos estanterías, entre ellos había una mesita y encima de esta un hermoso jarrón con flores blancas. Vanessa acercó la mano al fuego, este se tornó azul por un instante; la estantería de la derecha se hundió en la pared y del suelo surgió una plataforma levadiza circular. Vanessa se subió encima de la plataforma, esta comenzó a descender con un suave movimiento. Llegó a una gigantesca sala llena de artilugios tecnológicos e iluminada por intensas luces emergentes del techo, atravesó corriendo aquella sala y se metió por una puerta corrediza de metal, llegó a un pasillo cuyas paredes estaba repletas de puertas de cristal, entró en una de las primeras puertas de la pared de la derecha. Allí se encontraba Alfredo, sentado en una camilla metálica, Chack estaba en el suelo boca arriba esperando a que alguien le rascara la barriga.
–¿Qué te ha pasado? –le preguntó Alfredo tocándose la cabeza.
–Te impregné con mi sangre para que Chack te pudiera localizar, gracias a este corte alejé la atención del bosque y encima como me dieron puntos me pude marchar a casa. Un plan perfecto. ¿Qué tal estás? –le preguntó Vanessa cogiéndole la mano.
–Mal, se me ha parado el corazón, ¿cómo quieres que esté? De todas formas no acabo de comprender una cosa.
–¿El qué? –le preguntó sentándose en la camilla junto a Alfredo.
–¿Cómo te ha podido coser si supuestamente solo nos dañan los objetos de energía?
–Así es, lo que hice es meterme los dedos en la boca, la enfermera pensó que me mordía las uñas, pero en realidad me coloqué un piercing de kuarlum en la lengua.–le dijo Vanessa sacándose el piercing del bolsillo.– Otra de las, entre comillas, "cualidades" del kuarlum es absorber la energía de su poseedor, al estar en contacto con mi lengua me absorbió parte de mi energía y fui humana por unos momentos. Yo que tú haría lo mismo y llevaría algún objeto de kuarlum.
–Hay un pequeño problema.
–¿Qué ocurre?
–El kuarlum no me afecta. Lo comprobamos en el Monasterio, no me afecta... ¡¡¡OSTRAS!!! Ahora que me acuerdo. ¿Dónde está Luna? –dijo Alfredo incorporándose.
–¿Quién, la chica? –preguntó Chack levantándose.–La chica del pelo blanco llamó a la puerta, dijo que venía de tu parte. Está en la planta de arriba, en las habitaciones.
–Vale, gracias.
Vanessa se empezó a quitar las vendas. La herida había desaparecido. Agarró su piercing y se lo clavó a Alfredo en el cuello. Pero el piercing se partió en dos.
El perro se acercó para mirar.
–Fascinante... morena recolecta un poco de su sangre si eres tan amable –le pidió Chack.
–Claro.–le dijo Vanessa clavándole la punta de la flecha, que acababa de materializar, a Alfredo en el antebrazo. Recogió la sangre con una lámina de cristal.
Vanessa puso la lámina en el microscopio.
–Hay lo tienes. Vamos a ver a tu nueva amiga.–le dijo Vanessa a Alfredo cogiéndole de la mano.
Vanessa se puso en la plataforma, junto con Alfredo. Subieron a la planta principal y después a las habitaciones. Vanessa miró en la habitación de su hermana, esta era unas cuantas veces más grandes que la que tenía antes. Era una habitación enorme, en su centro se encontraba una cama de matrimonio con la colcha rosa. Las paredes estaban llenas de fotos de cantantes y de coches; pero Luna no estaba allí. Entró en la habitación de su madre la cual parecía del siglo XV, Luna tampoco se encontraba en esa habitación.
–¡Vanessa! –gritó Alfredo desde otra habitación.
Alfredo salió al pasillo para encontrarse con Vanessa.
–Antes de nada prométeme que no te vas a enfadar.–le dijo Alfredo poniéndole las manos en los hombros.
–No prometo nada.–le contestó Vanessa apartándole con el brazo y abriendo la puerta de su habitación.
Todo el suelo estaba lleno de prendas de vestir, vestidos, botas, ropa interior, etc... Luna estaba dormida en la cama de Vanessa. Todos los armarios estaban abiertos. Los posters de Marte que una vez estuvieron colgados ahora estaban rotos y tirados por el suelo.
–Despídete de tu amiga porque me la voy a cargar.–dijo Vanessa mientras sus puños se iluminaba.
–Tú tira para atrás.–la detuvo Alfredo cogíendola por los hombros y empujándola fuera de la habitación.
–Me la cargo.–dijo Vanessa llena de rabia.
–Relájate solo ha descolocado un poco tu habitación, tampoco es para ponerse así mujer.–la intentó calmar Alfredo cogiéndole las manos.
–¿Tienes idea de lo que costaba alguno de esos vestidos? Me ha roto todos los pósters de Marte... de Marte, Alfredo.
–Siempre puedes comprar más.
–No es por cuestión de dinero, ni de que pueda comprar otros. Esos pósters han crecido conmigo, son parte de mí.
–Mira el lado bueno.
–¿¡Y cuál se supone que es ese lado bueno!?
–No te ha roto el póster antiguo que tienes en el techo.
–Ese póster.–dijo Vanessa quitando cuidadosamente el celo que lo mantenía contra el techo.–Me lo regaló mi madre al cumplir los cinco años.
–¿Quiéres decir que este poster estuvo en Marte?
–Este poster, se creó en Marte. No sabría que hacer si se perdiera, junto con el anillo de mi padre es lo más preciado que tengo.
–Nunca me has hablado de tus padres.–le dijo Alfredo mientras le acompañaba a las escaleras.
–Nunca he tenido tiempo para hablar de nada contigo.–le respondió bajando las escaleras.
–Pues ahora tenemos tiempo. ¿Te apetecería hablar sobre tu pasado con tu "novio"? –le preguntó Alfredo sentándose en el sillón del salón y dando golpecitos en el mismo para que Vanessa se sentara.
–Sería un placer. ¿Hacemos una cosa...?
–¿El qué?
–Secreto por secreto. Yo te cuento un secreto a cambio de que tú me cuentes uno a mí.
–Buena idea. Pero antes una taza de té, para darle emoción.
–De acuerdo.
–Voy a ello.–le dijo Alfredo yendo a la cocina.
Al cabo de unos minutos Alfredo volvió lo más rápido que pudo sin derramar el té.
–Toma.–le dijo Alfredo ofreciéndole la taza.
Vanessa la cogió agradeciéndoselo con un ligero movimiento de cabeza.
–Empiezo yo. Mi verdadero nombre es Alium Kupsovlena.
–Dentro de poco cumpliré los veintiuno.
–Nací el veintitrés de Febrero del mil ciento siete antes de cristo. En Salis, la capital de Marte.
–Yo el veintiuno de Enero de dos mil dos, en Madrid.
–Mis padres se llamaban Denso y Áminias.
–Los mios son Márgara y Javier.
–Soy la princesa de Marte.
–Yo... ¿¡Que!? –dijo Alfredo escupiendo el té encima de Vanessa.–Lo siento.–se disculpó intentando limpiarle el líquido de la cara.
–En Marte a diferencia de la Tierra solo pueden reinar las mujeres, se consideraba a la mujer como el único ser capaz de pensar, era la guerrera perfecta, hermosa por fuera y fría por dentro.
–¡Toma igualdad! –dijo sarcásticamente.
–¿No pasaba lo mismo en la Tierra?
–También es verdad.
–Ahora ya no importa; no existe ningún reino que yo pueda reinar.
–Lo siento, no quería llegar a este punto.
–No importa, eso es algo que sucedió lejos de tu tiempo.
–Si quieres lo podemos dejar por ahora.
–No. No te preocupes.
De repente Chack apareció por la puerta corriendo.
–¿Qué ocurre Chack? –le preguntó Alfredo levantándose de golpe por el sobresalto.
–He descubierto la causa de qué te vuelves inestable.
–Mira que bien.–dijo Vanessa intentando contener las lágrimas.
–¿Nos lo puedes enseñar? –dijo Alfredo acariciando a Chack.
–Tendreis que venir abajo.–dijo Chack saliendo por la puerta para dirigirse posteriormente a la sala de estar.
Alfredo y Vanessa entraron también. Vanessa acercó la mano al fuego y el elevador surgió del parqué.
–Sinceramente: me gusta más esta entrada.–dijo Alfredo posicionándose en la plataforma junto con sus compañeros.
–Solo se puede abrir si se aplica energía.–le contestó Chack mientras el ascensor descendía.
–Entonces ni tu madre ni tu hermana pueden bajar a la "technoroom".
–Ni se te ocurra llamar a la sala de control, la technoroom.–le advirtió Chack enseñándole los dientes.
–Lo siento; no hace falta ponerse así.–se disculpó Alfredo dando un paso hacia atrás para que Chack no pudiese engancharlo con sus molares.
–Respondiendo a tu pregunta.–les interrumpió Vanessa.–Sí que pueden entrar, gracias a que tienen una pulsera especial. La pulsera contiene un minúsculo fragmento de mi gema, por lo que en teoría poseen energía.
–Tiene sentido.–dijo Alfredo acariciándose la barbilla.
–¿Intentas parecer estúpido? –le preguntó Chack mientras atravesaban la sala principal.
–No sé qué estándares de estupidez tienes tú en tu diminuto cerebro, no puedo responder a esa pregunta.
Una vez en la sala médica.
–Mirad.–dijo Chack mirando por un microscopio que había en el suelo.–El único eslabón que une el primer suceso con este, el sucedido en Madrid con este, es... la Luna.
–¿La luna? –preguntó Alfredo confundido sentándose en la camilla, esperando a que una explicación apareciera del silencio.
Vanessa se agachó y miró por el microscopio.
–Sí, la Luna. Cuando te descontrolaste en casa de Vanessa la Luna se encontraba en su fase completa, es decir había luna llena. Al parecer tu energía se altera cuando tu cuerpo capta la luz del Sol distorsionada por la blanca Luna.
–Pero hoy no hay Luna llena.–le corrigió Alfredo.
–Veo que tienes más parte de simio que yo de perro... Pero cuando te metiste en el espejo sí, puede que conserves parte de esa energía.
–¿Y qué pasa con el kuarlum? –le preguntó Vanessa incorporándose.
–¡Eh! Tranqui, que no es ni la hora de comer. Me voy a dormir, luego lo miraré.
–¿Entonces qué hago cuando haya luna llena?
–Siempre podemos encadenarte a un poste para que no mates a nadie.–le dijo Vanessa mezclando unas sustancias con un par de tubos de ensayos.
–Qué forma de comedia más genuina –le respondió Alfredo cruzándose de brazos.
–No, lo dice en serio.–le contestó Chack.–Pasado mañana habrá luna llena y a menos que se nos ocurra algo, lo mejor será que te quedes aquí, a salvo. Bueno, para que los demás estemos a salvo de ti.
–Pero pasado mañana es la fiesta deportiva del pueblo.–le avisó Vanessa frunciendo el ceño.
–¿Qué es esa fiesta? –le preguntó Alfredo cruzado de brazos.
Vanessa se humedeció los labios con la lengua.
–El veinte de diciembre de cada año los habitantes de este pueblo celebran el día de su fundación con una serie de juegos, tales como fútbol, baloncesto, artes marciales entre muchos otros. Los ganadores de cada deporte se les invita a una cena en la que asistirán el comisario y el alcalde.
–Mejor, así a nadie se le ocurrira pasarse por aquí.–le contestó Chack.
–No, todos los residentes han de ir, es como la norma.–le corrigió Vanessa.–Yo tengo que ir y no podré cuidar de él.
–Tú no eres su madre Vanessa. Yo cuidaré de él.
–No puedes. Yo soy la única que lo puede controlar.
–Eso entre comillas, la última vez que lo controlaste, acabasteis con la vida de una decena de árboles.
–¿Y yo no puedo decirdir? –preguntó Alfredo.
Vanessa y Chack lo miraron.
–¡No! –le contestaron al unísono.
–Vale...
–¿Y qué quieres hacer sino? –le preguntó Chack a Vanessa.
–Al parecer la luz lo debilita, mi luz lo debilita. Si le ponemos un brazalete con mi gema anulará sus poderes.
–Eso podría funcionar, pero es solo una hipotesis. No podemos decir que te has puesto mala o que te duele el brazo por el corte.
–El brazo ya se me ha curado y el médico del pueblo es muy tozudo vendría a mi casa y si me saca sangre averiguaría que no soy humana.
–Si vais no podéis apuntaros a ningún deporte. Si Alfredo se altera el brazalete podría ceder y su poder sería liberado de golpe.
–En eso estoy de acuerdo. Ponte a fabricar el brazalete.
–Ahora lo que haré es dormir, ya veré qué hago después.
–¿Cómo consigues manejar artilugios y crear cosas con esas patitas? –le preguntó Alfredo confuso.
–Práctica y tener un hocico infalible.
Alfredo se dispuso a irse cuando se paró y miró alrededor.
–Por cierto, no he visto a Remiux por aquí –dijo.
–Está en la cueva de la montaña. Cerca de aquí, se va todas la mañanas a meditar o rezar, no sé más –le contestó Vanessa.
–Interesante y bueno, tengo que haceros una pregunta importante. ¿Por qué tengo que llamarme Derek y vosotros no cambiáis de identidad?
–Ellas son buscadas por la interpol, y ellos son demasiado reservados como para ponerlo en todos los noticieros. Así que nadie de todo el pueblo es consciente de lo que ocurre. En cuanto a ti, eres el legítimo heredero de una empresa millonaria. Todo el mundo te conocerá si vas por ahí revelando tu verdadera identidad.
–No me gusta ese nombre. Me quiero llamar Tolomeo.
–¿Y Tolocago no te suena bien?, ¡maldito enfermo mental! –le preguntó Chack–. ¿Va enserio?
–¿Qué? ¡Pues claro que no! Pero Derek, ni siquiera es un nombre español.–dijo Alfredo sonriente.
–¿Por qué sonríes? –le preguntó Vanessa.
–Porque estoy de coña, me da bastante igual como me llame; pero me gusta ver como os lo tomáis a pecho.
–Eres idiota, por si no lo sabías.–le insultó Chack saliendo de la sala.
–Y tú un perro.
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El límite de lo infinito
Science Fiction¿Qué me dirías si yo te digo a tí que cada mundo tiene su dios, digamos algo como un protector? Tras ver cómo su madre era secuestrada y su hermano corrompido por fuerzas malignas; Alfredo, Dios de la Tierra tendrá que unir fuerzas con diferentes...