Capítulo 4: El nacimiento de un Dios

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Habían pasado casi nueve meses desde la anunciación, y el momento estaba a punto de llegar.
  –¡Cariño, que se me sale, ven, ayúdame!–gritó Márgara desde la cocina.
  –El baño está libre, y ya eres mayorcita para ir sola.–dijo Javier sentado en el sofá.
  –¡El bebé idiota!
  –¡Recorcholis, es verdad! ¿Y las llaves del coche?... Ah, aquí están. –dijo mientras las cogía y corría hacia el coche.–¡Vamos, sube!
  –No me metas prisa que me duele.
  Llegaron al hospital con un coche antiguo. Era el típico en el que se ponían las maletas en el techo. Aparcaron en doble fila y salieron tan rápido como pudieron.
  Dentro del hospital...
  –¡Que me escuche todo Dios! ¡Estamos embarazados, que venga un maldito médico!–dijo gritando en medio del vestíbulo principal.
  –Yo estoy embarazada, tú no idiota.–dijo Márgara a duras penas.
  De repente el suelo empezó a temblar como si un coloso estuviera saltando por allí cerca.
  –¡Yo soy médico!–dijo una doctora que venía casi sin aliento.–¡Yo soy médico!–Repitió nuevamente.
  –¿Y qué tal otro médico?
  –Javi, ¿te quieres callar?
  –Pero si la embarazada parece ella.
  Era una señora ya cercana a la tercera edad, con dos coletas sujetas por unas finas gomas rosas. A través de la bata se le notaban unos cuantos michelines que la faja no podía disimular.
  –Pasad por aquí.–dijo la doctora fatigada por la carrera de tres metros que había realizado.
  Entraron en un quirófano en el que había únicamente una camilla con sabanas verde claro en el centro de la sala.
  Márgara se vistió con un camisón del hospital.
  –Vamos a comenzar.–Propuso la doctora con gran entusiasmo.
  –¿Qué pero ya tan rápido?–Preguntó Márgara casi sin aliento.
  –Sí, ya has dilatado los suficiente y tengo muchos más pacientes a parte de ti, guapa –dijo observándola ahí abajo.

  Tras unas largas y duras horas.
  –¡Ya están fuera!–Proclamó la doctora.
  –¡Al fin!– gritó Márgara aliviada por el cese de esfuerzo.–¿Cariño lo has grabado?
  –Sí.–Respondió Javier desde una esquina del quirófano, estaba sentado jugando al móvil.
  –¿Y la cámara?–Preguntó Márgara irritada.
  –Ahí está.–dijo Javier señalando a la cámara la cual estaba sujeta con un trípode grabando fijamente la escena.
  –¿Y qué hace ahí?–Preguntó nuevamente, esta vez más calmada.
  –A ver, dime... ¿Qué hace una cámara?
  –Grabar, supongo.
  –Entonces, ¿qué problema hay?
  –Siento cortaros la conversación , pero...¿Qué nombre les pondréis?–Interrumpió la doctora.
  –Espera. ¿Cómo que... "les"?–Añadió Márgara.
  –Sí, son dos angelitos.
  –¿Pero si solo debía de ser uno?–dijo Javier.
  –Pues no, al parecer son dos.
  –Bueno, no pasa nada. Al de los ojos verdes y pelo negro le llamaremos Alfredo, como lo hemos hablado. Y al otro... ¿Cariño, alguna sugerencia?
  –¡Dexter! Como la marca de cortacésped.
  –Me gusta, pues se queda. Se llamarán Alfredo y Dex.
  –Los ojos tan puros como la esmeralda.–dijo la doctora mirando a Alfredo.–Sin embargo, el otro los tiene negros, como la noche.
  ¿Os acordáis de que os dije que en la historia habría un chico? Pues hay lo tenéis, Alfredo.

El límite de lo infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora