Unas horas más tarde. Por la mañana, serían las siete, Márgara se encontraba en el despacho de la directora, realizando el papeleo necesario para la incorporación de Alfredo al instituto. Estaba sentada en la silla, de enfrente del escritorio de la directora.
–Espero que Derek sea un brillante estudiante.–le dijo la directora recogiendo esos papeles para ver si todo estaba en orden.
–Yo también lo espero.–dijo Márgara con una risa forzada que se asemejaba a la de un científico loco.
–¿Cómo se llama? El nombre completo y los apellidos, por favor.–le indicó la directora a punto de escribir la respuesta.
–Derek, Derek Schewaroskian. Es de Nepal. Sus padres murieron en una ventisca.
–Lo siento mucho.–se apenó la directora frunciendo el ceño y escribiendo la respuesta en un hoja.–¿Cómo es que los servicios sociales os lo han entregado a vosotros? ¿Acaso no tiene más familiares?
–Me temo que no. Somos lo único que tiene.
–Bueno, pues ya hemos terminado, si tiene el uniforme podría empezar hoy. Si usted se lo permite.
–¿No tiene que rellenar el informe médico?
–A sí, tiene razón. ¿Alergia a algún medicamento?
–A nada, que yo sepa.
–¿Enfermedades? –le preguntó nuevamente la directora escribiendo la respuesta anterior en un ordenador, encima de su escritorio.
–Se altera con facilidad. Cuando Vanessa vea que se va a descontrolar se lo llevará lejos de la gente.
–De acuerdo. ¿Practica algún deporte?
–Creo que le enseñaron esgrima o algún deporte parecido.
–Vale. ¿Ambiciones o algún temor?
–No, creo que no.
–Entonces ahora sí que hemos terminado.–dijo soltando el ratón.
Márgara se levantó y se estiró el pantalón. La directora la imitó.
–Prepárese, dentro de un hora tiene que impartir clase.–le indicó la directora abriéndole la puerta.
–De acuerdo llamaré a Derek para que asista a clases.
Mientras tanto en la casa...
Alfredo estaba en una habitación grande con una cama de matrimonio en el centro de la misma. Estaba sentado encima de la cama meditando junto con dos velas. La calma se podía palpar. El cántico rítmico de los pájaros se colaba sobre la fría roca que delimitaba la casa. Vanessa estaba en el suelo de la habitación arropada con una manta. De repente movió una de sus manos y las llamas de las velas se extinguieron.
Vanessa se incorporó.
–Gracias.–le dijo Alfredo a Vanessa irónicamente.
–Huele demasiado fuerte.
–Yo no huelo nada –repuso él.
–Eso es porque tú no has agudizado tus sentidos. Yo veo, oigo, huelo y siento cosas que la mayoría de las especies ni conocen.
–Poniendo el ejemplo de la vela no suena para nada épico, ni especial, pero si tú lo dices...
–¡Tengo un dolor de cabeza! –se quejó.
–¿Y a qué se debe? –le preguntó levantándose.
–A que mañana no solo hay luna llena, Marte está más cerca de la Tierra debido a su órbita.
–Pues estamos para el arrastre. Algunos nos confundirían con unos jubilados sino fuera por nuestro aspecto. ¿Por qué no has dormido en tu cama?
–Porque tu amiga la guerrera está durmiendo en ella.
–Haberte dormido conmigo.
–No quería despertarte.
–Si tú lo dices.
–Voy a despertar a Ángela.–le indicó Vanessa levantándose con dificultad y poniéndose el uniforme que había preparado la noche anterior, consistía en una camisa blanca de manga larga y una falda negra. Se colocó la venda en el brazo, aunque no la necesitaba.
Vanessa se dirigió a la habitación contigua y abrió la puerta de roble. Cogió uno de los cojines del suelo y se lo estampó a su hermana en la cara. Ángela se sobresaltó y le pegó una patada en el hombro a Vanessa.
–Levanta. Tienes que ir a tu super mega y para nada aburrida clase de economía, ¿o era latín?
–Odio mi clase de lengua.
–Y yo la de matemáticas. Ponte algo de ropa, a menos que quieras que Alfredo pase accidentalmente a esta habitación y te vea con tus bragas de conejito.
–Alfredo se fue, supéralo.–dijo Ángela poniéndose boca abajo asfixiándose con la almohada.–La vida es una mierda.
–Te ha dejado tu nuevo novio, ¿a que sí?
–Sí, dice que soy demasiado agresiva.–dijo mientras pegaba un chillido sofocado por la tela.
Vanessa se acercó y le acarició los pies con la punta de sus dedos. Ángela reaccionó apartándolos rápidamente.
–¡Para, me haces cosquillas! –le avisó Ángela.–Dame mi ropa, está por el suelo.
Vanessa hizo lo que le pedía.
–Si te levantas ahora tendrás tiempo de desayunar.–le indicó Vanessa saliendo por la puerta.
En ese momento Alfredo se dispuso a pasar a la habitación de Ángela. Vanessa fue a la puerta tan rápido que dejó una estela tras de sí.
–¡Alto! –gritó Vanessa agarrándole por el antebrazo.
–¿¡Qué!? Qué susto.
–Es que, está...
–Duerme desnuda.
–Semidesnuda, pero sí. Toma.–dijo Vanessa yendo al baño.
–Voy a desayunar.
Alfredo se fue arrastrando los pies por el frío parqué.
Vanessa volvió al rato donde su hermana, la cual seguía tirada boca abajo sobre la cama.
–Vístete –le ordenó.
–Voy, ¿sabes que eres muy agresiva? –dijo ella desganada incorporándose y quedando sentada en la cama.
–¿Qué me dices de Alberto, el de mi clase? Es un buen chico, ¿no te gusta?
–¡Pues claro que no! –le respondió Ángela poniéndose la camisa del uniforme.–No es mi tipo, además es un año mayor que yo.
–Yo tres mil más que Alfredo.
Ángela se levantó para ponerse la falda.
–Bueno, pero eso no tiene nada que ver, tú eres una Diosa y él un Dios; yo soy una adolescente que apenas sabe lavarse el pelo, y Alberto bueno, no sabría cómo definirlo.
–Amable, honrado y cortés.
–Yo no busco eso. Lo único que busco es encontrar a un chico, estar con él y desinhibirme de mi mundo.
–O sea que quieres acostarte con un tío bueno.
–Sí, exacto, qué esperabas, yo no soy como vosotros, yo no soy inmortal, ni tengo poderes ni esas mierdas. Yo me moriré por la edad, si no me mata algún psicópata antes. Soy una adolescente, ya he pasado mi infancia, sólo quiero hacer lo que la gente normal hace. ¿Qué culpa tengo yo de que me adoptara una señora cuando yo tenía cinco años? ¿Entiendes? Cinco años, casi ni me habían salido los dientes cuando ya sostenía un revólver en mis manos.
–Eso no tiene nada que ver. Tienes dieciseis años.
Ángela se puso las medias, para después ponerse los zapatos.
–Cumplo los años en Enero, el dos para ser exactos, aunque dudo que eso te importe doña perfecta.
–Yo no soy la mala aquí, yo no tengo que ser tu madre, ya eres mayorcita para saber lo que sí y lo que no puedes hacer.
–No, mi madre me abandonó en medio de una casa cualquiera.
Vanessa le puso la mano en el hombro a su hermana.
–Yo no tengo la culpa, ¿te has levantado con el pie izquierdo o qué?
Ángela le agarró su mano.
–Lo siento, hoy no he dormido bien.
Vanessa la miró con una sonrisa.
–Sí, suele pasar.–le dijo Vanessa metiéndose las manos en los bolsillo de la falda.
–¿A veces no sientes que la gente te mira raro? –le preguntó Ángela abriendo la puerta de su habitación.
–A veces pienso que no me miran a la cara cuando les hablo.
–Vamos a desayunar.
–Ya era hora.
Las dos bajaron las anchas escaleras, sus pasos resonaban en la casa. Llegaron a la cocina donde Alfredo estaba haciendo tortitas, o al menos lo intentaba.
Alfredo se dio la vuelta con una sartén en la mano
–Os he hecho tortitas, o al menos lo he intentado –les dijo.
Ángela fue corriendo y le abrazó.
–¿Desde cuándo tienes barba? –le preguntó la macarrilla.
–La gente crece.
–¿Desde cuándo las tortitas son en forma de de huella? –le preguntó Ángela sentándose en una de las banquetas de la isla.
–¿Desde cuándo es más importante la forma que el sabor? –le contestó Alfredo frunciendo el ceño.
Vanessa se le acercó y le puso la mano en la espalda.
–Te reto a dar una vuelta entera a tu... "tortita".–le dijo Vanessa.
–¿A mí? ¿Un reto? ¡Por favor...! He madurado, yo ya no hago esas cosas... Lo acepto.
Alfredo agarró la sartén fuertemente con la mano derecha, la bajó y acto seguido la elevó, la "tortita" salió despedida, dando una vuelta justo antes de quedar aplastada contra el techo.
Alfredo miró al techo el cual había quedado manchado por el aceite.
–Siempre podemos comer cereales.–dijo dejando la sartén encima de la vitrocerámica.
Vanessa se agachó y cogió una caja de cereales de debajo del fregadero y la puso encima de la isla. Ángela abrió la nevera y sacó una botella de leche, miró a Vanessa y se la lanzó. Ella sin mirar la cogió al vuelo y la puso al lado de los cereales.
–Alfredo, ¿puedes sacar tres cuencos del armario? –le preguntó Vanessa a Alfredo.
–¿Dónde están?
–Encima de tu cabeza en el armario, junto a los vasos.
Alfredo presionó la puerta del blanco armario, que se abrió hacia arriba; extendió el brazo y cogió los cuencos. Los puso en la isla.
Vanessa los cogió y vertió la leche y los cereales en ellos.
–A desayunar.–anuncio Vanessa sentándose en uno de los taburetes.
Ángela cogió tres cucharas de uno de los cajones y le lanzó una a cada uno. Los tres empezaron a comer a la vez.
–¿Dónde han metido a Shasha? –preguntó Alfredo metiéndose la cuchara en la boca.
–¿A quién? –le preguntó Ángela.
–Mi caballo, bueno, mi yegua.
–Estará en las establos del pueblo.–le respondió Vanessa levantándose.
–¿Dónde está eso?
–A las afueras, cerca del arroyo.
–Me voy a por ella.–dijo Alfredo dirigiéndose a la puerta de la entrada, con un propósito en mente.
–Sería una tontería, allí la cuidaran no podemos guardarla aquí.
–El problema radica en es una yegua feudal. Necesita beber agua de los cristales de hielo. Necesitan tomar cien mil Julios de energía todos los días.
–La buscaremos en la hora libre, ¿te parece bien? –le preguntó Vanessa siguiéndole.– ¿Qué hay de Luna? Todavía está tirada en mi cama.
–No lo sé tendrá sueño, no soy experto en teorías del sueño.
Los dos empezaron a caminar por el sendero. En pocos segundos Ángela los alcanzó. Caminaron unos minutos bajo la sombra de los altos pinos. Llegaron al pueblo atravesaron un par de calles y más tarde la plaza del pueblo.
Alfredo alzó la mirada para ver el reloj de la iglesia.
–¡Mierda! –masculló.– Faltan quince minutos para la primera clase. Estamos a media hora del colegio.
–Si vamos andando.–dijo Vanessa.– Pero si vamos corriendo serán diez.
–¿Y a qué esperamos? ¡Vamos! –dijo Alfredo empezando a correr seguido de Vanessa. Miró hacia atrás pasados unos metros.–¡Ángela! Vamos.
–Seguid sin mí, soy demasiado vaga para correr cuatro kilómetros por la mañana.
Ellos asintieron con la cabeza y salieron corriendo.
En un minuto estaban en la llanura.
–¿Por qué no corremos más, a supervelocidad? –dijo Alfredo saltando un tronco.
–¿Y qué le dirías a alguien si te viera corriendo a más de cien kilómetros por hora?
–Que hago pilates.
–Quisiera verlo.
Atravesaron el campo de fútbol y llegaron al colegio. Todavía faltaban cincos minutos para que empezaran las clases. Los alumnos empezaban a entrar por la puerta principal. Vanessa y Alfredo también entraron. El hall principal era muy amplio, en el suelo estaba grabado el logo del instituto y frente a la puerta una enorme escalera que se partía en dos para llegar finalmente al piso superior. A los lados de la puerta de la entrada se encontraban dos pasillos los cuales albergaban cientos de taquillas.
Vanessa se dirigió por el pasillo de la derecha y abrió una de las taquillas. Alfredo se apoyó en la taquilla contigua.
De repente el grupillo de pijas se abrieron paso sobre la multitud de alumnos, se acercaron a Alfredo. Alba empujó a Vanessa para que se quitara.
–Hola, Derek.–le dijo aquella chica tocando el pecho de Alfredo con su índice derecho.–Ya debes de conocerme, pero a mis amigas lo dudo.
–No, no te conozco; pero es un placer.
Alba chasqueó los dientes.
–Que gracioso eres, Derek. Yo soy Alba. La del pelo rubio es Carmen.–Carmen era alta y esbelta, no parecía muy lista la verdad.–Esta es Mary.–dijo haciendo un gesto con la mano para señalarla. Mary era morena, bajita y rechoncha, ella no lo sabía, pero los tacones no la hacían aparentar ser más alta, sino que conseguía asimilar ser un enano en un mirador.–Y esta es Sandra.–dijo con un movimiento de cabeza; Sandra era como otra pija engreída cualquiera, no tenía nada a resaltar, era de estatura media pelirroja y pálida como la nieve, y aunque pertenecía al grupito de las divas, no parecía hacerlas mucho caso, era como si sacasen a pasear a un perro, ella las seguía y nunca decía una palabra a menos que la invitaran a entrar en la conversación.–¿Qué tal si nos vamos todos a dar una vuelta?
Alfredo se dio la vuelta para mirar a Vanessa.
–Se que sería genial estar un rato con alguien tan asombroso... como lo soy yo, pero estaba manteniendo un conversación con esta señora.
Vanessa le dio un codazo.
–Señorita, con esta SEÑORITA –rectificó.
Vanessa sonrió a Alba como gesto de victoria.
–¿Con esa pelma? Supongo que la tontería la tiene toda tu familia Vanessa.
–Sin embargo a tí te viene de herencia.–le interrumpió Alfredo mientras cogía el libro de mates de la taquilla de Vanessa.
Alba abrió la boca asombrada poniendo la mano en su pecho.
–¿Cómo te atreves? –le preguntó Alba poniendo los brazos en jarra.
–¿A cerrarte la boca? Aprendí de mi familia.
Alba exhaló fuertemente y giró rápido sobre sí misma pegándole un coletazo a Alfredo con su pelo. Ella empezó a andar hacia las escaleras, sus súbditas la siguieron.
Alfredo miró a Vanessa a los ojos y le entregó el libro. Ella le sonrió, se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla.
–Vamos a clase.–dijo Alfredo empezando a caminar con las manos en los bolsillos.
Subieron al primer piso por las escaleras del hall y luego al segundo. Se dirigieron a la clase de matemáticas. Alfredo abrió la puerta haciendo un ademán con la mano para cederle el paso a "su prima". La clase estaba llena de muchachos y muchachas. Alfredo y Vanessa se pusieron al final del todo, delante de ellos estaba Alberto con otra chica, al parecer la regla era que debía de haber un chico y una chica juntos, y no dos alumnos del mismo sexo, ¿que por qué? Pues si te soy sincero, yo tampoco he entendido nunca a los profesores.
–Hola.–le saludó Alfredo a Alberto tocándole la espalda. Este se giró.
–¡Hey! ¿Qué hay? –dijo, justo antes de quedarse en blanco al ver a Vanessa tan cerca.
–¿Hola? –le preguntó Vanessa.–¿Te pasa algo?
–Hol... hol... hola.–dijo Alberto tartamudeando mientras se balanceaba en la silla. Este fue a poner el brazo en la mesa de Alfredo para no caerse, pero estaba demasiado lejos y terminó estrellándose contra el suelo.
Alfredo y Vanessa se inclinaron hacia delante para ver si le había pasado algo.
–¿Estás bien? –preguntó la chica de al lado de Alberto.
Alberto se incorporó rápidamente.
–Sí, no te preocupes, Shara.
Shara era alta y delgada, tenía el pelo castaño y muy liso, sus ojos eran de un color miel, cercano al amarillo. Era la mejor amiga de Alberto, se conocían desde la infancia. Alberto salió con ella durante un tiempo, pero la diferencia entre sus gusto hizo que esa relación se tornara imposible.
–¿Cuánto va? –le preguntó Shara.
Alberto se sentó y sacó el móvil de su bolsillo y miró la hora.
–Cuatro.–le respondió Alberto.
Shara se levantó y gritó.
–¡¡Uno!!
–¿Qué quieren decir esos números? –preguntó Alfredo intrigado.
–Si el profesor se retrasa cinco minutos, nos quita los deberes de toda la semana.–le respondió Vanessa.
–¡Interesante! ¿Cómo se llama el profesor? –preguntó nuevamente.
–Carlos, es el profesor de gimnasia.
La clase entera se levantó y empezaron a contar regresivamente.
–Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno... ¡¡VIVA!!
Tras unos segundos el profesor entró en clase. El Carlos era alto, fornido y calvo. Llevaba puesto un chándal y con la mano derecha sostenía los libros que posteriormente dejó sobre su mesa.
–Siento el retraso.–se disculpó Carlos.
–Nosotros no.–le respondió Daniel riéndose con sus amigos.
–Siéntate Daniel. Veo que tenemos una cara nueva. ¿Tú no eres el que ayer le pateó el trasero a Daniel?
Alfredo se levantó.
–Sí, me llamo Derek. Soy el primo de Vanessa.
–¡Claro! De ahí vuestro parecido. No, es coña, no os parecéis en nada; pero había que parecer cortés. ¡Sacad los cuadernos! Empecemos con algo sencillo. ¿Quién me dice la raíz cuadrada de cuarenta y nueve mil millones trescientos treinta y siete mil doscientos veinte? Quien use calculadora le mando correr hasta que sus piernas sean potitos de bebé. Daniel, ya que vas de listillo. ¡¡VAMOS, A LA PIZARRA!! –le gritó Carlos junto con millones de partículas de saliva que salían de su boca.
Daniel se levantó y se dirigió a la pizarra.
–Treinta y dos.–dijo convencido sin realizar ninguna operación.
–Ya tienes deberes para casa Daniel. De la página cuarenta... ¡¡TODO!! Y bien, ¿alguien más quiere probar suerte? Quien la acierte se librará de los deberes de matemáticas durante un mes, tenéis un minuto. Tic, tac, tic, tac...
–¡Lo tengo! –gritaron Alfredo y Alberto al unísono.
–Vale esto ha sido muy...¡¡ÉPICO!! –gritó Carlos.–Escribid la respuesta en una papel y me lo entregáis a ver quien la ha acertado.
Alberto escribió la respuesta primero y se la entregó. Alfredo le pidió un lápiz y una hoja a Vanessa, la cual se la dio gratamente. Tras esto el profesor examinó los dos papeles.
–¡¡¡CORRECTAS!!! –gritó mientras se levantaba de la silla, tan fuerte que la volcó. Miró a la silla y después a la clase.–Las dos son correctas. Doscientos veintiún mil trescientos sesenta coma dos. ¡Aprended de estos chicos, ellos son nuestro futuro!
Los dos se miraron y chocaron los cinco.
–¿Cómo lo has sabido tan rápido? –le preguntó Alberto cuando la clase estaba un poco más calmada.
–Mi padre era físico, pero se metió a la industria automovilística influenciado por mi abuelo. Él me lo enseñó todo acerca de la física y las matemáticas.
–¿Por qué lo dices en pasado?
–Murió hace unos meses. Y mi madre simplemente se fue. Por eso vivo con mis primas.
–Lo siento. Te entiendo, a mi me pasó algo por el estilo. Mi padre murió de cáncer y mi madre se volvió alcohólica, desde entonces vivo con Shara, es como si fuese mi hermana.
–Tuvo que ser duro.
–Bastante.
Al finalizar esa clase, empezaron la de lengua, no pasó nada sobrenatural, solo fue una clase más. La impartía Verónica, una mujer joven que recién se había sacado la carrera.
Llegó el primer recreo. Alfredo, Vanessa y Ángela se sentaron en unas mesas al lado de la cafetería, estaban al aire libre, muy a la derecha de la entrada principal. Desde allí se podía ver la cancha de fútbol.
El móvil de Alfredo empezó a vibrar. Alfredo lo cogió y se lo pegó al oido.
–¿Si? –preguntó.
–Derek, soy Alberto ven a los baños de la planta baja.
–¿Cómo has conseguido mi número?
–No preguntes...
El teléfono se colgó.
–¿Dónde están los baños de la planta baja?
–Donde mi taquilla recto y a la izquierda los verás.–le respondió Vanessa sacando su móvil.
–Vale, gracias.
–¿Quién era?
–Alberto, me ha dicho que vaya al baño.
Alfredo se dirigió dirigió a los baños, abrió la puerta y vio a Alberto sentado en uno de los bancos, donde los chicos se ponían las botas para jugar al fútbol.
–Hola.–le saludó Alfredo.
–¿Me haces un pequeño favor? –le preguntó Alberto sonrojado.
–Claro.
–¿Podrías decirle a tu prima Ángela, si está libre esta tarde?
–¿Quiéres que le pida una cita para tí?
–Si no es mucho pedir.
–Yo te la consigo, pero te aviso de que es un tanto agresiva.–le respondió Alfredo sentándose junto a él.
–Oh.–suspiró.
Alfredo que se percató de esto, pensó rápido para idear una solución que se ajustara al problema.
–Pero te caerá genial –dijo rápidamente mientras se imaginaba a Ángela pegándole una paliza a Alberto.
–¿Pero y si dice que no? Además soy mayor, la gente lo verá mal.
–El amor no entiende de edades, mi novia es una abuela comparada conmigo.
–¿Cuántos tiene?
–... ¿tres mil? Dirá que sí, no podrá resistirse a esa muralla de... –Alfredo no sabía qué decir– amor y sabiduría...
–Mírame soy bajo, delgado y un empollón en toda regla. Ella es alta, guapa y adelantada a su clase. Su media es de nueve coma siete. En lo único que no ha sacado un diez es en música. Está en el periódico de la escuela como la chica más lista.
–Y tú como el más listo. Tienes que probar suerte.
–No, déjalo, ha sido una estupidez creer que yo tenía alguna posibilidad.
–Entonces no se lo pediré...
Alfredo se levantó. Se giró hacia Alberto y...
–No se lo pediré, porque lo harás tú.
Alfredo le cogió por la cintura y se lo cargó al hombro.
–¡¡NOOO!! Suéltame.
–No te resistas, soy un Dios no puedes contra mí.
Alfredo salió del baño y se dirigió a la mesa donde estaba charlando Ángela y Vanessa.
–Hola de nuevo.–saludó Ángela.–¿A quién llevas ahí?
–A tu pretendiente y próximo amor.–dijo Alfredo dejándole en el suelo.
Alberto se giró sonrojado para mirarlas a la cara.
–¿Alberto? –se preguntó a sí misma en voz alta.
–Ho... ho.. ho..
Estaba tan nervioso que no le salían las palabras.
–Quiere decir hola.–intervino Alfredo.
–Pues... hola a ti también.–le saludó Ángela.
–Verás, este galán y apuesto hombrecito de aquí, me ha llamado al móvil para que fuera al baño, para decirme que te diga, que si te gustaría tener una cita con él. Y no puedes decir que no. Menudo lío, en mi cabeza sonaba mejor.
–Hola.–dijo finalmente Alberto al ver que Ángela lo miraba sonrojada.
–No, si quiere una cita conmigo, tendrá que pedírmela él, no tú.–dijo mirando a Alberto.–Y bien, ¿me vas a pedir salir o no puedes?
Alberto miró a Alfredo, pues no sabía muy bien qué decir. Entonces Alfredo le agarró de los labios y empezó a hacer como si hablara Alberto.
–¿Quieres salir conmigo, una cita conmigo Ángela? Serás mi musa, mi reina, seré tu siervo, tu...
–¿Puedes parar por favor? –le pidió Alberto apartándole la mano.–Á.. Ánge... Án... Ángela, ¿qui.. qui.. quieres una ci... cita conmigo?
–No.–le respondió Ángela con una risilla.–Es broma... sí, me encantaría.
Alberto se quedó boquiabierto por la respuesta inesperada.
–¿Mañana en la hoguera de la noche?
–Va... Va... Vale. ¿A las nue... nueve?
–Está bien; y deja de tartamudear lo peor ya lo has dicho.
–De... de acu... acuerdo.
Ángela se empezó a reír debido a su inexplicable tartamudeo.
La campana del colegio empezó a sonar, era la hora de volver a clase. Alberto salió corriendo para no hacer la escena más difícil de lo que ya era en un principio.
Vanessa se puso en el medio y pasó sus brazos por detrás de sus cabezas, uno por detrás de Alfredo y otro por detrás de Ángela.
–Si no fueras mi primo ahora mismo te besaría.–le dijo Vanessa a Alfredo con una gran sonrisa.
–No ha sido para tanto.–dijo sonrojado frotándose la cabeza.
Giró la cabeza y miró a su hermana.
–¿Cómo has cambiado de opinión tan de repente? ¿No decías que solo querías deshinibirte?
–Lo que me dijistes me hizo pensar, además que más da que sea una año mayor o menor. Lo importante no es la edad o el físico, sino el interior. Alberto parece ser buena persona y eso me gusta. Además, si le llego a decir que no, le partiría el corazón.
–¡Esa es mi hermana! –proclamó Vanessa muy contenta.
–Bueno, os veo luego, ¿sigue en pie lo del caballo de Alfredo? –preguntó Ángela adelantándose.
–No te preocupes por eso. Yo te avisaré.–le respondió Vanessa alzando un poco la voz.
Ángela se zambulló en la multitud de estudiantes.
–¿Qué toca ahora? –preguntó Alfredo entusiasmado.
–Arte.–dijo Vanessa con un acento francés.
Como para la clase de arte no hacía falta libro, subieron directamente a la clase de artes, pero a diferencia de la de mates esta se encontraba en el primer piso. Alfredo abrió la puerta e hizo un ademán para cederle el paso a Vanessa. Era una clase amplia, había un montón de caballetes y lienzos colocados de tal forma que formaban un círculo. Los alumnos empezaba a llegar. Alfredo y Vanessa se pusieron en caballetes contiguos; Alberto llegó unos segundos después y se puso al lado de su nuevo amigo.
Alberto acercó su boca al oído de Alfredo.
–Te debo una.–le dijo sonriente.–Muchas gracias, tío.
–Yo no he hecho nada, tú le has pedido salir, no yo.
–No podría haberlo hecho sin tu ayuda, eres un buen amigo, Derek, mejor que la mayoría de aquí presentes.
–Lo sé, soy fantástico.
Alfredo sonrió y se giró para hablar con Vanessa.
–¿Qué es lo que diremos al llegar allí? "Dadme a mi yegua, malditos rufianes".
–No había pensado en eso. Creo que han de pasar cuarenta y ocho horas antes de que puedan soltarla.
–¿Con lo que ha corrido? No aguantara más que un par de horas como mucho.
Alberto se metió en la conversación.
–No he podido evitar oír vuestra conversación. Yo os puedo ayudar...
–¿Cómo? –le preguntó Vanessa.
–Mi padre es el comisario, bueno el padre de Shara. La guarda de los establos es amiga de mi padre. Además me debe un par de favores por arreglarle los ordenadores.
–¿Y cómo volverás a tiempo a las clases? –le preguntó Alfredo.–Mi caballo solo puede llevar a tres persona, y sabiendo que también viene Ángela.
–No te preocupes. Yo tengo mi propio caballo. Permíteme devolverte el favor.
–Por mi vale.–dijo Vanessa.
–De acuerdo.–respondió Alfredo sonriente.
–¡¡Bien!! –proclamó Alberto ilusionado.
De repente la directora entró en la clase. Todos se prepararon y cogieron sus pinceles.
–Derek.–le saludo la directora con un movimiento de cabeza.–Teneis la hora libre, dibujad lo que se os antoje.
A diferencia que en matemáticas, Alfredo era un pésimo dibujante, apenas sabía dibujar un muñeco de palitos.
Alfredo cogió el pincel y empezó a dibujar con los ojos cerrados. Tras unos minutos, sobre el lienzo había una hermosa y sutil, basura... simplemente había hecho unos cuantos trazos de arriba a abajo con azul y rojo.
–¡Listo! Yo le llamo: "La Depresión del Mar" –dijo con acento francés.
Miró a Vanessa para ver que tal le iba a ella. Ella estaba haciendo un paisaje idílico de unas montañas con cerezos en flor. Alfredo miró su cuadro, después el de Vanessa y más tarde el de Alberto, el cual estaba dibujando una manzana atravesada por un hacha. Volvió a mirar el suyo, después el de Vanessa y más tarde el de Alberto, así tres o cuatro veces; entonces cogió un pincel más fino, salpicó su lienzo con pintura y firmó en la parte inferior.
–Pues ya estaría. Tampoco está tan mal.–dijo dando un paso hacia atrás para contemplar su "obra".
Tras media hora la gente ya empezaba a terminar. Alberto miró el "cuadro" de Alfredo, después le miró a él.
–Todo un Picasso.
–Y que lo digas. Representa la fuerza de las olas, rompiendo sobre una pequeña casita de maderas a orillas del mar.–le respondió Alfredo con una voz grave para darle más epicidad al asunto, aunque viendo semejante montón de basura...–¿Qué hay después de esta clase?
–Cultura clásica.
–¿Qué soléis hacer en cultura clásica?
–Hablar sobre los Dioses de la antigüedad y poco más.
De repente Vanessa se echó a un lado empujando a Alfredo sin querer. Este se dio la vuelta con curiosidad. Alba, la pija, le había tirado un bote de pintura sobre la cabeza empapándola, el pelo y la ropa había quedado impregnados de un color rojizo. Vanessa miró a Alfredo. Sus ojos estaban brillando con un color amarillento.
–La mato.–le confesó Vanessa.–Me la voy a cargar.
–Tranquilízate.–le dijo Alfredo cogiéndole las manos, tras esto miró a la directora la cual venía a ver qué había ocurrido.–Señorita. ¿Puedo acompañarla a los vestuarios para que se lave el pelo?
–Claro.–dijo la directora examinando a Vanessa.–En cuanto a tí Alba quedas automáticamente castigada. No vendrás al baile de navidad y toda la semana que viene te quedarás limpiando los pasillo con Marcus. ¡Pide perdón a tu compañera!
–Ni de coña.–dijo mascando un chicle.
La directora se aguantó las ganas de gritar.
–Al despacho de la directora, a no, que soy yo. ¡Quedas expulsada todo el día de hoy y mañana! No quiero verte por aquí hasta el lunes.
Alfredo y Vanessa salieron del aula, bajaron las escaleras y se dirigieron a los vestuarios de chicas. Alfredo se quedó fuera y Vanessa entró dentro; pero pasado unos segundos asomó su cabeza por la puerta.
–Entra.–le pidió Vanessa.
–Pero es el de chicas y ¡sorpresa! Yo soy un chico.
–Ya has estado aquí antes. ¿Qué lo hace diferente esta vez? –le preguntó echándose el pelo para atrás para que la pintura no se le metiera dentro de los ojos.
–El hecho de que tú vayas a estar desnuda y duchándote.
–Pues... quédate fuera de las duchas.
–¿Y si me pillan?
–Hoy no hay gimnasia, nadie se pasará por aquí.
–Me has convencido.–dijo Alfredo abriendo la puerta y pasando con cuidado de no tocar a Vanessa.
Alfredo se quedó sentado fuera de las duchas en uno de los banquillos que las chicas usaban para vestirse. Vanessa dejó su ropa en el canasto de la ropa sucia, el cual estaba vacío. Alfredo empezó a escuchar el agua caer. De repente la puerta de los vestuarios se abrió y Alberto se asomó.
–¿Derek? ¿Vanessa?
–Sí, estoy aquí.
–Que la profesora de cultura clásica se encuentra mal y no ha venido, tenemos la hora libre. Si queréis podemos ir a por tu caballo. ¿Y Vanessa? ¿Dónde está?
–Duchándose. ¿Podrías hacerme un favor?
–¿De que se trata?
–En la taquilla de Vanessa, me ha parecido ver ropa de recambio. ¿Podrías ir a por ella por favor? Es la taquilla doce.
–Claro, ¿Cuál es la combinación?
–Un segundo.
Alfredo se levantó y se dirigió a las duchas, abrió un poco la puerta.
–Vanessa, la combinación de tu taquilla, ¿cuál es?
Vanessa asomó la cabeza para ver a Alfredo. Cada ducha estaba separada por una pared de cemento para mayor intimidad
–Noventa y uno, treinta, sesenta y cuatro.
–Vale, gracias.
Alfredo salió de las duchas y se dirigió a la puerta, donde estaba Alberto esperando.
–La combinación es: noventa y uno, treinta, sesenta y cuatro.
–Vale, voy.–dijo saliendo al pasillo.
Alfredo se volvió a sentar en el banquillo, esperando a que Vanessa terminara de ducharse. Al cabo de unos minutos el agua se detuvo. Vanessa abrió la puerta de las duchas y sacó un brazo para coger una de las toallas que estaban colgadas en la pared. Tras eso salió.
–Ya he terminado.–proclamó colocándose la toalla y sentándose junto a Alfredo.
–¿Qué ha sido eso de clase?
–¿El qué?
–Tus ojos, estaban brillando como bombillas.
–Yo también me puedo descontrolar, y ahora más que nunca con lo de Marte. No he podido controlar mi energía, y por poco me transformo en medio de todos, si no fuera por ti, podría haber matado a esa chica. Gracias.
–A ti, por todo lo que haces por mí, además tú ya me has salvado de esa situación en dos ocasiones.
–Esto se está volviendo muy romántico.–dijo Vanessa con una sonrisa.
–¿Y qué tal ahora? –dijo Alfredo besándola en los labios.
–Ahora, dejas de ser mi primo para ser mi novio.–le dijo mientras le devolvía el beso.
Alfredo se levantó y la cogió por las axilas, cogiéndola en brazos y besándola repetidas veces. Vanessa se bajó, se abalanzó sobre Alfredo y lo tiró al suelo, acto seguido se sentó en su abdomen y lo besó cogiéndole de las muñecas. Él se giró, quedando encima de Vanessa. La besó en el cuello y luego en la boca; durante unos segundos parecía que ese momento duraría toda la vida, hasta que Alberto abrió la puerta del vestuario, a tiempo de ver como los dos "primos" se besaban tirados en el suelo.
Alberto anonadado no sabía qué decir. Los segundos se hacían minutos y los minutos horas, el tiempo se detuvo durante un instante.
–Vaaale. Esto es muy raro.–dijo Alberto dejando la ropa en el suelo.
–No es lo que parece.–dijo Vanessa en su defensa.
–En verdad, sí es lo que parece.–dijo Alfredo levantándose.–Pero tiene una explicación.
–¿En Nepal os besuqueáis como muestra de cariño entre familiares?
–¿Qué? ¡No!
–Entonces tenéis mucho que explicar.
Vanessa se levantó.
–No somos primos.–dijo Vanessa.
–Eso se ve.
–No somos ni primos, ni parientes.–dijo Alfredo.–Somos novios. Pero detrás de nosotros hay una bonita historia a lo Romeo y Julieta.
Vanessa le dio un golpecito en el brazo para que no se fuera de la lengua.
–Tranquila.–le propuso Alfredo a Vanessa, tras esto se volvió hacia Alberto.– Yo no me llamo Derek, soy Alfredo Kain.
–¿De qué me suena tanto ese nombre? –se preguntó Alberto.
–¿Sabes cual es la empresa L.R. Industries?
–Sí. Su fundador murió hace unos meses.
–No murió, lo asesinaron.
–Ya, lo vi en las noticias. ¿Qué ocurre con eso?
–Soy su hijo.
Alberto se quedó en blanco al oír tales palabras provenientes de la boca de su amigo.
–Tú eres... tú eres Alfredo Kain el hijo perdido. Ya me parecía que tu cara me era muy familiar. Te están buscando por todo el planeta.
–¿Por qué te crees que vine aquí? No me buscan para que herede la empresa de mi padre. Me quieren encarcelar, al igual que a Vanessa y a Ángela.
–¿Por qué os busca, qué habéis hecho?
–¿Se lo cuento? –le preguntó Alfredo a Vanessa.
–Si no se lo cuentas, lo podría deducir si investiga un poco.
–De acuerdo. ¿Te acuerdas que en las noticias salía que los que atentaron contra el centro comercial usaban tecnología láser avanzada y armaduras de última generación?
–Sí.
–Pues es mentira. El que atacó el centro comercial no usaba ningún tipo de tecnología. Era alienígena. Al igual que Vanessa.
–Vale, creo que el viaje desde Nepal te ha afectado el cerebro.
–No miente –le dijo Vanessa.
–Espera, espera. Entonces, ¿no eres de la Tierra? –le preguntó a Vanessa sentándose en el banquillo.
–Marte.
–¿Y, y tú Alfredo también eres de allí?
–No, yo soy de aquí. El caso es que nos busca la interpol, porque quieren averiguar todo sobre nuestros poderes.
–Espera, espera, que vais muy rápido. ¿Qué poderes?
–Vanessa. Transfórmate.
Vanessa le miró desconcertada, pero hizo lo que le pedía. Se concentró y el traje empezó a materializarse, desde los pies hasta el cuello.
Alberto se mareó un poco y casi se cae si no fuera por la rápida intervención de Alfredo, el cual lo sujetó antes de que llegara al suelo.
–¿Estás bien? –le preguntó a su amigo, mientras lo sentaba de nuevo
–Sí, sí. Es que esto va muy rápido.
–Los pendientes que llevo son armas.– intervino Vanessa sentándose junto a Alberto.–Al igual que la pulsera de Alfredo, podemos hacer que un arco en mi caso y una espada en el suyo aparezcan si lo deseamos. Alfredo, por favor.
Alfredo dio un paso hacia atrás e hizo que la espada le surgiera de la muñeca. Alberto no se contuvo las ganas y vomitó a Vanessa en el pecho.
–¿Estás de coña? ¡¡Que me acabo de duchar!!
–Lo siento, me encuentro mal. ¿Podrías quitarte el traje?
Vanessa se concentró y el traje se desvaneció, quedándose nuevamente con la toalla.
–¿Y tú podrías guardar la espada por favor?
–Claro.–le respondió Alfredo guardándola.
–Mucho mejor. ¿Qué hay de Ángela también es un alien?
–¿Ella? –preguntó Vanessa.–Que va, ella es más humana que tú...
–Alberto.–le interrumpió Alfredo.–Necesitamos que no se lo cuentes a nadie. Si se lo dices a alguien tendremos que marcharnos del pueblo, vendrá la interpol y registrará todas las casa con tal de encontrarnos. No se lo cuentes a nadie, por favor.
–De acuerdo. Habéis confiado en mí, no os defraudaré; pero una cosa más. ¿Hay más como vosotros?
–Mira Alberto. Yo soy la protectora de Marte. Soy su Diosa. Alfredo es el Dios de la Tierra. El número de Dioses se estima en cientos de miles de millones. Cada uno con diferentes habilidades. Así que sí hay más como nosotros.
–¿Quién más sabe vuestro secreto?
–Tú, Ángela, Márgara la profesora, y, un perro gigante y un gato gigante. Y toda la interpol, claro.
–Gracias.
–¿Por qué? –le preguntó Alfredo.
–Por confiar en mí. Tenéis que guardar mejor vuestro secreto no podéis besaros en cualquier lugar. Vamos a por tu caballo.
Vanessa cogió la ropa, se metió en las duchas se duchó y se vistió, al cabo de unos segundos estaba fueran con los otros dos. Alfredo sacó su móvil y llamó a Ángela.
En la clase de Ángela... su teléfono empezó a vibrar. Ángela lo miró y al ver que era Alfredo dijo:
–Señorita, ¿podría ir a la enfermería?
Al tratarse de su madre esta le dijo que sí.
Ángela se levantó y salió por la puerta, bajó las escaleras de dos en dos y se dirigió al patio delantero, allí la esperaban los tres. Ángela se acercó y miró a Alfredo y después a Vanessa.
–¿Qué hace aquí? –preguntó confundida.
–El nuevo integrante del equipo.–dijo Alfredo sonriente.
–¿Se lo habéis contado? –preguntó Ángela mirando fijamente los ojos de Alberto.
–Hola.–le saludó él.
–Tuvimos que hacerlo.–dijo Vanessa encogiéndose de hombros.
–¿Por qué motivo exactamente?
–Les pille besándose en los vestuarios de chicas.–dijo Alberto sonrojado al recordar la escena.
–Vale, eso es un buena excusa. ¿Nos vamos?
–Sí.–dijo Alfredo empezando a correr seguido de los tres.–Tenemos dos horas para llegar allí, coger a Shasha llevarla a casa, volver a tiempo para comer.
Siguieron corriendo hasta llegar al pueblo, allí se detuvieron porque el padre de Alberto, el comisario le saludo.
–Hola Alberto. ¿Quiénes son tus amigos? –le preguntó el comisario. Era un hombre alto y pálido iba vestido con una camisa marrón con la placa de policía en el pecho, su pelo era anaranjado, parecía irlandés.
–A Vanessa y a Ángela ya las conoces, este es Derek su primo, es nuevo en el pueblo, vive con ellas.
–Muy buenos días, Derek, soy el comisario Mchoney el padre de Alberto y de Shara. Si no te veo en comisaría nos llevaremos bien.
–Encantado.–dijo Alfredo estrechándole la mano.
–Papa, tenemos prisa. Después te veo en casa.
Siguieron corriendo hasta llegar a un camino de tierra. El cual les condujo a los establos era una granja inmensa.
–Los caballos requisados se encuentran en el granero.–le indicó Alberto.
Entraron en la cinca y se dirigieron a la una casa situada cerca del granero rojo. Allí una mujer les atendió.
–Alberto.–dijo alegremente. Era una mujer mayor cercana a la tercera edad. Iba vestida con unos vaqueros rajados y una camisa de tirantes. Tenía el pelo negro con algún que otro mechón grisáceo.–¿En qué puedo ayudarte?
–Suelta al caballo que te ha llegado más recientemente, por favor.
–¿A la yegua de la crin violeta?
Alberto miró a Alfredo, este asintió con la cabeza.
–Sí, esa.
–No puedo, ya conoces las normas, no puedo liberarlo hasta pasadas las primeras cuarenta y ocho hora.
–Venga, Charlotte, ni siquiera por un amigo. Además me debes varios favores.
Charlotte lo miró y después a sus amigos.
–Vere que puedo hacer.–dijo entrando en la casa.–Entrad.
Ellos hicieron lo que les decía y entraron a la casa. Era una casa de estilo rústico, con algún que otro trofeo de caza en las paredes y vigas de madera en el techo. Charlotte se puso a escribir algo en un antiguo ordenador que se encontraba sobre una mesa.
–¿Qué tal vuestra madre, chicas? –preguntó Charlotte para romper el silencio.
–Como siempre.–le respondió Ángela.
–En el colegio.–continuó Vanessa.
–Vale, acompañadme lo dejaré libre.–dijo mientras salía de la casa y se dirigía al granero seguida de los cuatro adolescentes.–¿De quién es la yegua? –preguntó nuevamente abriendo la puerta que la retenía.
–Mía.–dijo Alfredo montándose sobre el animal. Le ofreció la mano a Vanessa, que la cogió para subirse en la parte trasera.
–¿Podrías sacarme a Feno? –le preguntó Alberto a Charlotte, la cual fue a buscar a su caballo.
–Gracias.–se lo agradeció Alfredo.
–No hay de qué...
Al cabo de unos momentos Charlotte volvió sujetando las riendas de un caballo blanco con la crin negra.
–Aquí lo tienes.–dijo Charlotte entregándole las riendas.
–Gracias.–dijo Alberto subiéndose en él, tras esto le ofreció la manos a Ángela para ayudarla a subir. Esta la agarró y se aupó para subir.
A diferencia que Feno, Shasha no tenía silla, ni riendas, ni nada que facilitara su control. Para manejar correctamente a un caballo feudal era necesario que el jinete hiciera un vínculo con el animal, este vínculo se basa en el jinete ha de pasar tres días y tres noches encima del animal, sin poder beber ni comer.
–¿Qué raza es? –le preguntó Charlotte a Alfredo.–Nunca había visto ninguno como este.
–Soy Derek, es un caballo feudal, una raza casi extinta. Quedarán menos de mil ejemplares.
–¿Tiene fuerza para tirar del arado?
–Tiene fuerza para tirar de veinte tractores sin ruedas.
–La ilusión de los niños siempre me agradará Derek, tienes mucha imaginación.
–¿Qué he dicho? –le preguntó Alfredo a Vanessa susurrando.
–Nada, nada.–dijo riéndose.
El caballo de Alfredo empezó a caminar lentamente. Feno le siguió al instante.
–Gracias.–le dijo Alberto a Charlotte, la cual se despidió con la mano.
Salieron al camino de tierra y pronto llegaron a al pueblo. Los chasquidos de las herraduras hacían retumbar el frío pavimento. Shasha empezó correr un poco Feno la seguía muy de cerca. Subieron la colina hasta la casa de Vanessa, allí se bajaron de los caballos. Alfredo y Vanessa saltaron antes de que el caballo frenase del todo. Alberto bajó cuidadosamente del caballo, Ángela simplemente pegó un salto cayendo delicadamente en el suelo.
–¿Los llevó al refugio del patio trasero? –preguntó Ángela.
–Sí.–respondió Vanessa.
Ángela acarició el cuello de Shasha y después agarró su crin empezó a caminar rodeando la casa.
–Te acompaño.–dijo Alberto cogiendo a Feno por las riendas.
Empezaron a andar alrededor de la casa. Llegaron al patio trasero y Ángela empezó a entablar una conversación para romper el hielo que los separaba.
–Yo pensaba que no ibas a poder decírmelo.
–¿El qué?
–Qué no pensaba que serías capaz de pedirme una cita.
–No sé, fue gracias a tu primo, es decir Alfredo, el me convenció para que te lo pidiese. Yo soy muy echado para atrás en esas cosas.
–¿Por qué te quedaste bloqueado antes?
–No sé hablar con una chica, siempre me han rechazado así que era lo más probable que pasara. Además, tú eres guapa y lista...
–Al igual que tú. Tengo que advertirte que puedo llegar a ser muy agresiva que es el motivo principal por el que me dejan.
Alberto empezó a reírse.
–¿Qué ocurre? –le preguntó Ángela sonrojada.
–Que con todos los adjetivos que podría usar contigo... pero agresiva no es uno de ellos.
Ella le sonrió.
Llegaron a una caseta de madera enorme donde metieron y amarraron los caballos. Ángela cerró la puerta al salir.
–Repite conmigo.–le indicó Ángela.
–Vale.
–¿Quieres... salir... conmigo... Ángela?
–¿Quieres... salir... conmigo... Ángela? –repitió Alberto sin saber muy bien por qué.
–Claro.–le respondió Ángela besándole en la mejilla.
Él se quedó perplejo. Pero esa emoción se reforzó cuando Ángela le agarró de la mano.
Se dirigieron al porche delantero. Alfredo y Vanessa les estaban esperando. Alfredo se fijó en que iban cogidos de la mano.
–¡Pero bueno! ¿Qué ha pasado ahí atrás? –dijo acompañado de una gran sonrisa.
–Nos estamos conociendo.–le respondió Ángel esbozando una gran sonrisa.
–Evidentemente.–respondió Vanessa apoyándose sobre el hombro de Alfredo.–Faltan cuarenta minutos para que empiecen las clases de la tarde; si corremos llegaremos a tiempo para comer.
–La comida de la cafetería es un porquería, es todo precocinado.–protestó Ángela.
–Siempre te puedes comer un bocata.–le sugirió Alberto.
–También es verdad.
–Vámonos pues.–dijo Alfredo empezando a trotar.
Sus amigos lo siguieron. En unos quince minutos ya estaban en el colegio. Alberto entró primero a la cafetería, seguido de Vanessa, Alfredo y por último Ángela. Se metieron en la cola para escoger la comida. Los gastos de la comida iban incluidos en el pago del colegio. Primero cogieron las bandejas, tras avanzar un poco en la fila, la cocinera, la cual era la típica cocinera robusta y con una verruga en la barbilla, les sirvió un pegote de un mejunje que pretendía ser puré. A Alfredo le entraron arcadas al olerlo.
–¿De qué es? –le preguntó Alfredo a la cocinera.
–De raíces.–le contestó la cocinera con una voz ronca.
Al momento en el que la cocinera iba a poner ese mejunje sobre la bandeja de Ángela, esta le detuvo el cazo con una cuchara.
–No quiero contraer ninguna enfermedad, gracias.–le aseguró Ángela observando ese potingue.–¿Hay bocatas?
–No, no me quedan. No me llegan más hasta el martes.
–Dame las sobras de ayer.–le pidió Ángela cruzándose de brazos.
La cocinera asintió con la cabeza y se fue al interior de la cocina, por una puerta tras la barra.
La cafetería era inmensa estaba llena de mesas y estudiantes en ellas. En una de las paredes había una enorme televisión donde se proyectaban conferencias en los días de lluvia.
La cocinera volvió con una enorme olla en los brazos. Metió un cazo y sacó un montón de albóndigas, unas veinte, de dos en dos iba echándolas progresivamente en la bandeja. Ángela asintió con la cabeza para darle las gracias y siguió andando para coger un vaso de agua, y más tarde el postre, el cual era un tetrabrick de zumo de naranja. Se dirigió a la mesa en la que estaban todos sus compañeros sentados, ella se sentó frente a Alberto, a su lado estaba Vanessa, y frente a esta Alfredo.
–¿Quién es el valiente que va a meterse una cucharada entera en la boca? –preguntó Alfredo cogiendo una cucharada del puré.
–Yo.–dijo Ángela metiéndose una albóndiga en la boca.
–¿¡EEEEH!? –gritaron los tres a la vez.
–Eso no vale.–se quejó Alfredo sin apartar la vista de las albóndigas.
–No es una competición, simplemente he sido más lista.
Ángela cogió una albóndiga y se la puso al lado del puré a Alberto. Este la miró.
–Gracias.–le agradeció.
–¿Y a tu Dios, no le vas a dar nada? –preguntó Alfredo.
–¿Por qué debería de hacerlo?
–Te he conseguido un "amigo".–se justificó haciendo comillas con los dedos.
Ángela asintió con la cabeza y dejó la bandeja en el medio de la mesa.
–Comed las que queráis.–dijo Ángela cogiendo una albóndiga con un tenedor.
–¿¡ENSERIO!? –gritó Alfredo eufórico.
–Claro. Si me comiera todo esto, no podría caber en esta falda.
Alfredo miró su bandeja, el puré la llenaba casi por completo. Cogió una servilleta y metió todo el puré en su interior, tras esto la cerró formando un saquito.
–¿A cuánta distancia está Daniel? –preguntó Alfredo cogiendo el saquito.
–Tres mesas hacia atrás.– le respondió Alberto girándose para poder verle mejor.–Está de espaldas. Está agarrando del pelo a un chico de primero.
–Dime cuantos metros.
–No sé unos diez metros, incluso doce.
–Vale...
Alfredo bajó su mano para coger impulso y lanzó el "saquito tóxico" a ciegas. El puré se esparció en el aire manchando a Daniel y a sus compañeros.
Daniel se dio la vuelta empapado de puré. La ira se plasmaba en sus ojos. Alberto se giró para que no sospechara.
–¿¡Pero qué haces!? –le preguntó Alberto sin hacer ningún movimiento brusco.
–Mi venganza por haberme pegado un puñetazo. Da gracias que no le pegue yo a él. Aunque no hace falta que des gracias, porque voy a tener que pegarle un poco.
El matón se acercó a la mesa y se apoyó sobre la misma con las manos extendidas sobre el frío metal.
–¿¡QUIÉN... HA... SIDO... EL... GRACIOSO!? –dijo mientras inspiraba el aire fuertemente. Tenía el ceño fruncido, y los dientes le chirriaban con su propio roce.
–La cocinera.–contestó Alfredo levantándose, Daniel era bastante más alto que Alfredo, mediría cerca de los dos metros.–No cocina muy bien que se diga, pero tampoco es como para ponerse así.
–¡¡Dereeek!! No sabes con quien estás jugando, podría arrancarte la cabeza aquí y ahora.
–Pues si arrancas cabezas igual que luchas en esgrima, no es una amenaza... amenazante.
–Te vas a enterar, mocoso.
Alfredo miró a Vanessa y le guiñó un ojo.
–¡¡Cuidado, Daniel!! –gritó Alfredo llevándose la mano derecha a la frente, como si se fuera a desmayar.
En ese momento Vanessa le hizo un barrido con la pierna mientras estaba sentada. Daniel cayó, golpeándose la barbilla con la mesa y posteriormente la cabeza contra el suelo. Daniel se apoyó sobre una de sus rodillas para incorporándose, escupió un poco de sangre y se levantó finalmente. Miró a Vanessa con una mirada iracunda. Le lanzó un puñetazo; Vanessa lo esquivó con facilidad. Tras esto impulsándose en el banco de la mesa, saltó hacia atrás para levantarse y quedar de pie. Daniel le lanzó una patada a la rodilla; Vanessa no se molestó en pararla. El tobillo de Daniel se dobló de tal forma, que por un momento, parecía estar roto. Ella le dio un empellón, que lo lanzó volando por los aires. De la recepción se encargó Alfredo, recibió a Daniel, pegándole con el antebrazo en el pecho, lo cual lo dejó sin aire y tendido en el suelo. Alfredo se agachó hasta quedar de cuclillas para decirle unas palabras en privado.
–Mira Daniel. Nunca podrás ganarnos, por el simple hecho de que tenemos una relación entre nosotros, llámalo "familia", llámalo amistad. El caso es que: si haces daño a mi familia, yo te lo haré a ti, y creeme que puedo ser muy doloroso. No te acerques a nosotros y nosotros no te dejaremos en evidencia. ¿Queda claro?
Daniel se secó la sangre del labio inferior con la manga y le propinó un puñetazo con la otra mano en la mandíbula. Los nudillos se le amontonaron al impactar con su objetivo. Alfredo no se movió ni un centímetro. Retiró su mano de inmediato, para comprobar si estaba rota.
–¿Qué... qué eres? –preguntó asustado
–Lo que sé. Es que no somos amigos. Te lo repetiré una vez más, por si no te ha quedado claro, no te acerques a nosotros.
Alfredo se apartó, Daniel se levantó y se marchó cojeando hacia sus amigos. Los cuales le sostuvieron justo antes de que se desplomara por el dolor.
Alfredo se volvió a sentar en el banco de la mesa, se sacudió las manos y cogió un tenedor para pinchar una de las albóndigas.
–Un problema menos.–dijo sonriente.
–¿Cómo sabes que no se lo dirá a un profesor? –le preguntó Alberto.
–Es demasiado orgulloso como para recurrir a los profesores. Nunca he tolerado a los matones, mi hermano desató sus poderes gracias a uno.
–Espera, ¿tienes hermano?
–Sí, Dex. Le implantaron un parásito nervioso, lo llevaron a hacer cosas... malas. Casi nos mata, a los tres.
–¿Dónde está ahora?
–Vladium, es el séptimo planeta del sistema Guiniam.
–No preguntaré más. Bueno una cosa sí... ¿por qué no habéis ido a por él?
–Demasiado arriesgado.–intervino Vanessa sentándose.–Tenemos que averiguar quién le controla para liberarle de su poder. Para librarnos de ese parásito debemos matar o forzar al que se lo implantó a que lo deje libre de su control.
–¿Qué ocurre si le quitas el parásito sin más?
–Que el anfitrión muere pues su cerebro se derrite. Además aunque supiéramos quién le controla, Vladium es territorio de"Akaciados".
–Es la primera vez que oigo eso.–les interrumpió Alfredo.
–A eso voy. Ahora mismo estamos en una intra–guerra, el periodo de alta tensión anterior a una guerra universal. Hay seis grandes bandos de momento. Los Makers controlados por Raika, busca la universalización de su poder. Es de los bandos más poderosos, pues puede controlar a todos los Guerreros Celestiales o Dioses si la información que nos ha dado Chack es correcta. En el segundo frente tenemos a los Jinetes de la Noche, buscan dar equilibrio al universo, aunque tienen la división de cazarrecompensas que se mueven por méritos propios, está formado por más de un millar de Guerreros, sin contar a los Kondorax, su líder se la conoce como "la Amazona" es la Diosa de los elementos. En el tercer bando tenemos a los Akaciados, son saqueadores sin honor, ni reglas; buscan presas más grandes a las que poder robar y extorsionar, lo forman una serie de alianzas entre planetas y Renegados...
–¿Renegados? –preguntó Alberto.
–Los que matan a su guardián –le explicó Ángela.
–Los Akaciados –continuó Vanessa– son sumamente peligrosos porque la mayoría de sus integrantes no sienten dolor debido a su especie. Su líder... Ashnir una de los hijos de los Ancianos hijos. Después, está la Resistencia, se encargan de luchar contra los Akaciados y contra el poder de Raika, su líder es "Titán", no se sabe mucho de él, aparte de que su poder es equiparable a mil Guerreros de rango "Z" juntos. En esta parte de la batalla nos encontramos nosotros, Los Guerreros Celestiales, los que verdaderamente luchan para defender a los débiles, nos llamamos los Herederos; no tenemos líder, pero sí un consejo y un tribunal universal...
–El último bando es del que nunca hablamos –continuó Ángela comiendo una albóndiga–, ni la alianza de los cinco restantes bandos podría con él. Lo llamamos "Ad Supplicium", del Latín, pena de muerte, Los Supplicium se encuentran en la dimensión oscura, compuesta casi en su totalidad de materia oscura. Han intervenido un par de veces en diferentes conflictos; pero pese a que son inactivos, cuando deciden atacar la sangre corre. En uno de sus conflictos destruyeron el quince por ciento del universo con un solo ataque, el de su líder. No sabemos quién o qué es. Cuando Éthala murió se originó la Bastarda, una de los movimientos decisivos fue el de Raika empezó a destruir los agujeros oscuros, no negros, oscuros, conectan esta dimensión con la oscura; cuando Raika los intentó destruir surgió el líder de los Ad Supplicium y destruyó casi una quinta parte del universo, solo con mover un dedo a modo de aviso. Los Supplicium solo admiten a Guerreros más poderosos de clase "Z". Haceros a la idea del poder de los hijos de los Ancianos porque ese líder puede igualar su poder. Y nosotros debemos de ir a por uno de esos hijos, a por Líwol.
–¿Cuándo buscaremos el libro? –preguntó Alfredo.–Chack dijo algo de un libro cuando estábamos en el ala médica, no le presté mucha atención.
–Necesitamos el Libro del Destino –le contestó Vanessa–, si lo conseguimos habremos ganado la guerra. Con él, no solo se puede revivir a los muertos, si se borra el nombre de algún ser vivo de sus páginas, morirá. Si borramos el nombre de Raika, morirá y su mandato terminará. Para ir hacia Foron necesitamos una nave intellestelar, y no disponemos de una. Le he pedido a un "amigo" de México que diseñe los planos de un Collosus, un coloso del espacio capaz de hacer saltos de más de doscientos millones de años luz de distancia.–Vanessa se detuvo y bebió agua.
–¿Para cuándo lo tendrá hecho? –le preguntó Ángela.
Vanessa soltó el vaso de plástico.
–Para dentro de siete meses...
–¿¡Siete meses!? –se sorprendió Alfredo.– No podemos esperar tanto, mi hermano y mi madre están ahí fuera y siete meses es demasiado.
–No te preocupes, tu madre estará en una celda de Penitencia. La tendrán los cazarrecompensas.–le explicó Ángela.
–No lo creo.–le contestó Vanessa sacando su móvil– Mira –le indicó enseñándole una foto del cartel de se busca de Yenzo. Es un fugitivo. Es un cazarrecompensas, pero trabaja solo. Le habrá hecho algún trabajo a alguien mayor. No podemos saber dónde está tu madre. Pero de lo que estoy segura, es de que estará en una cápsula en la que el tiempo no corra. La longevidad humana es muy corta, si la han raptado, es porque te quieren a ti, Alfredo, tu madre no sobrevivirá si sale de esa cápsula. Según la teoría de la relatividad de Estein, la gravedad modela el tiempo. Si está en un planeta con distinta gravedad que este, el tiempo será muy diferente al de la Tierra. Tal vez un año en la Tierra equivalen a treinta en otro. Para eso sirven las cápsulas, para que el tiempo en ellas se detenga y los seres vivos de menor longevidad puedan conservarse en ellas.
De repente la campana del colegio empezó a sonar con un chirrido agudo.
–Hora de volver a clase.–anunció Alberto con mucho entusiasmo.
–¡Sí! ¡Super...! –dijo Alfredo levántando el puño sin mucho ánimo.– ¿Qué era, Geología o Música?
–Geología, concretamente astronomía.–le respondió Vanessa mientras los cuatro caminaban hacia las escaleras.– ¿Por qué parte del temario íbamos, Alberto?
Alberto abrió la puerta de la cafetería para salir al pasillo.
–¿Eeeh...? ¿Marte? No lo sé. Nunca me atrajo el espacio.
Empezaron a subir las escaleras principales, al llegar al primer piso, Ángela se tuvo que desviar.
–Bueno, pues aquí, nuestros caminos se separan, me toca clase arte.–dijo Ángela.–Os veo en casa, me quedaré estudiando en la biblioteca.
Alberto se la quedó mirando.
–Pues entonces yo te veré mañana.–consiguió decir finalmente.
–Supongo que así es.–respondió Ángela dándole un beso en la mejilla.
Vanessa los separó.
–Eso no es del todo cierto.–les dijo, después miró a Alberto.–Si quieres te puedes pasar por casa después de las clases, así te la enseñaremos. ¿Qué te parece? –le preguntó poniéndole el brazo en el hombro.
–Vale... entonces, Ángela, te veo luego. Vamos a llegar tarde.
–Es verdad.–respondió Alfredo.
–Hasta luego.–se despidió Ángela desviándose.
Alfredo, Alberto y Vanessa subieron la escalera y se dirigieron a una clase, contigua a la de matemáticas.
La clase estaba vacía.
–¡Ostras, es verdad! –masculló Alberto.
–¿Qué ocurre? –preguntó Alfredo.
–Vanessa, ¿no te acuerdas? La clase de hoy la íbamos a hacer por la tarde. Tenemos que estar a las siete de la tarde en el patio delantero, íbamos a ver las estrellas.
–Es verdad. Y como a las cuatro hay tutoría opcional, nos podemos ir a casa.
Alfredo miró a sus compañeros.
–Me encanta este colegio.–dijo Alfredo meneando la cabeza.
Salieron del colegio y atravesaron el campo de fútbol. Llegaron a la plaza del pueblo. El comisario estaba montado en su caballo. Él se acercó a nuestros protagonistas...
–Buenas tardes, Alberto. ¿Por qué no estáis en el instituto?
–Tenemos que volver a las siete, para ver las estrellas.
–Eso está bien. ¿Quieres que te lleve a casa?
–Eh...
Alfredo los interrumpió poniendo la mano en el hombro de su amigo.
–Iba a venir a casa para ayudarme a estudiar.
El comisario se rió con una carcajada, la cual se asemejaba a la de Santa Claus.
–Está bien, que alegría, al fin haces amigos nuevos...
–No le espere despierto señor comisario.–le indicó Vanessa.–Mañana es sábado y llegaremos tarde de la clase de astronomía, si usted le da permiso, podría quedarse a cenar.
El comisario miró a su hijo y sonriente dijo:
–Claro, toda compañía es buena.
–Por cierto, papá.–le dijo Alberto.–¿Hay alguna novedad en la comisaría?
–No, nada nuevo; únicamente hemos atrapado a un chica de pelo blanco que intentaba cazar a un ciervo con una especie de lanza azul.
Alfredo se puso pálido. El comisario se percató de esto.
–¿Te ocurre algo Derek? Te has puesto pálido de repente. ¿Acaso conoces a la chica? –preguntó el irlandés.
–No, simplemente he olvidado hacer algo.–dijo excusándose.
–Bueno, si necesitáis algo ya sabéis donde encontrarme.–dijo el comisario con una pequeña risotada.
–Pues te veo luego.–le dijo Alberto.
–Hasta luego, no estudies demasiado.–dijo acariciando el caballo para que empezara a caminar.
Los tres empezaron a caminar a la vez. Al cabo de un cuarto de hora llegaron a su destino, la casa de Vanessa.
Alfredo subió corriendo las escaleras y se dirigió a la habitación de su Vanessa. Efectivamente Luna no estaba allí. Bajó las escaleras de dos en dos y llegó al salón, donde Vanessa estaba enseñándole la casa a Alberto.
–Vale Vanessa...–le dijo Alfredo.–La chica de tu cuarto, Luna. No está, creo que es la chica de la que hablaba el comisario. Tenemos que rescatarla de la comisaría antes de que mate a alguien.
–Podría salir ella sola, es una guerrera...
–Exacto, una guerrera, lo que significa que no dudará en empezar una pelea a la primera de cambio.
–Está bien, pero no sabemos en que celda la retienen. Tenemos que acceder a las cámaras y a la base de datos de la comisaría.
–¿Y cómo lo vamos a hacer?
–No me arriesgaré a que me descubran.
–Yo lo haré.–dijo Alberto.–Si me dais un ordenador puedo colarme en la base de datos de la comisaría y hackear la cámaras.
–¿Te sirve un ordenador de tecnología alienígena? –le preguntó Vanessa entrando en la sala de estar.
–Yo creo que debería valer.–dijo siguiéndola.
Vanessa acercó la mano a la chimenea, la estantería se desplazó hacia dentro y el ascensor apareció. Alberto se quedó boquiabierto.
–Vale, esto mola bastante.
Subieron a la plataforma, esta empezó a bajar al momento; llegaron a la sala. Los ordenadores estaban apagados al igual que las luces. Nada más poner un pie en el suelo las luces del techo se encendieron con una intensa luz. Vanessa caminó hacia una enorme pantalla en el centro de la sala, bajo esta se encontraba un pequeño teclado.
–Y pensar que todo esto ha estado bajo mis pies todo el tiempo.–dijo Alberto sentándose en una silla, frente a la pantalla.–Vale, necesito que metáis este pendrive en algún ordenador de la comisaría.–dijo entregándole el pendrive a Alfredo.
–¿Llevas esto en el bolsillo todo el día? –le preguntó Alfredo confundido.
–Sí. Siempre viene bien...
–¿Cómo vamos a colocarlo en un ordenador? –preguntó Vanessa.
Alberto la miró con una sonrisa de oreja a oreja.
–Este es el plan.–dijo Alberto poniendo los planos de la comisaría en la pantalla del ordenador.–Alfredo... ¿queda claro?
–Si.–dijo Alfredo.–Es un buen plan.
–De acuerdo.–contestó Vanessa.
Alberto los miró.
–Pues si os parece bien, nos vamos ya. Tenemos que estar de vuelta para la clase de astronomía.
–Toma esto.–le dijo Vanessa a Alberto entregándole un pinganillo que previamente había cogido de un cajón. Alberto lo cogió; tras esto Vanessa se giró y le entregó otro a Alfredo, el cual lo cogió asintiendo con la cabeza.
–Vámonos pues.–contestó Alfredo.
Vanessa y Alfredo se montaron en la plataforma y subieron a la sala de estar. Alfredo salió al patio trasero, abrió el refugio, desató a Shasha y se subió en su fuerte espalda; Vanessa subió tras él. Alfredo le dió un golpecito en el lomo para que el caballo de más de dos metros empezara a andar. Shasha empezó a galopar esquivando los árboles del camino de tierra.
En pocos segundo se encontraban en el camino de tierra. Alfredo giró la cabeza y divisó un pequeño camino asfaltado, tiró de la crin para redirigir a su caballo. Las herraduras metálicas hacía retumbar el grueso cemento. Empezaba a hacer frío y la fina capa de tela que cubría sus brazos no era suficiente para detener al gélido viento. Vanessa le dió un golpecito a Alfredo en la espalda al divisar la comisaría. Ella saltó del caballo, aterrizó en unos setos, ocultos por la intensa arbolada. Alfredo llegó a la entrada de la comisaría y bajó del caballo. Abrió la pesada puerta de cristal y se dirigió al mostrador tal y como le había explicado Alberto. Alfredo se apoyó en él con los dos antebrazos.
–Buenas tardes.–dijo Alfredo con una trabajada sonrisa.
–Buenas tardes, señor, ¿en qué puedo ayudarle? –dijo la agente sin levantar la vista del monitor del ordenador.
–Me llamo, Derek.
Laura levantó la cabeza.
–¡Anda, tú debes de ser el nuevo, el primo de Ángela y de Vanessa! –dijo dándole un beso en cada mejilla.–Yo soy Laura, me verás mucho por aquí, puesto que trabajo... aquí.–terminada la frase se rió con una risa que llena de ronquidos. Laura era bajita y delgada, llevaba gafas y brackets, tenía el pelo negro y corto, e iba vestida con el uniforme de policía y a pesar de tener veintipocos, aparentaba ser una adolescente.
–Me preguntaba si tendrías un mapa del pueblo, para poder orientarme con un poco más de exactitud.
–No sé si me queda alguno.–le respondió.
De repente el pinganillo empezó a vibrar, Alfredo lo activó disimuladamente cuando se rascaba la oreja. Alberto le empezó a hablar.
–Dile: supongo que deberá quedar alguno en el almacén.
–De acuerdo.–dijo susurrando.–Dice Alberto que...
Laura lo miró extrañada.
–Supongo que deberá quedar alguno en el almacén.–dijo aguantándose las ganas de reírse.
–Puede ser, voy a mirar. No te muevas.–dijo Laura abandonando su puesto.
El pinganillo se activó de nuevo.
–Ahora. ¡Ponlo en la parte trasera del ordenador! –le explicó Alberto.
Alfredo se apoyó en el mostrador con una mano y saltó al otro lado del mueble, se agachó para girar el ordenador y metió el pendrive en una de las ranuras.
–Estoy dentro.–dijo Alberto. En la casa de Vanessa, en la pantalla de Alberto se estaba descargando todos los datos de la comisaría de forma cifrada. Alberto empezó a teclear como si su vida dependiera de ello, en pocos segundos había conseguido superar los cortafuegos de seguridad.–Vale, ya lo puedes quitar.
Alfredo lo cogió, lo sacó de la ranura y se lo metió en el bolsillo; los pasos de Laura empezaron a sonar. Alfredo se dió cuenta de que no le daría tiempo a colocar el ordenador en su sitio de nuevo, apartó la silla de Laura con un pequeño empujón y le pegó una patada a la caja del ordenador y saltó por encima del mostrador justo antes de que Laura volviera. Ella se percató de que la silla había sido volcada, pero no dijo nada.
–Pues resulta que sí me quedaba uno. Toma.–dijo entregándole el mapa.
–Muchas gracias.–dijo Alfredo girándose.
Se pegó de bruces con el pecho del comisario. Este le miró confundido.
–¡Derek! ¿No estabas estudiando con mi hijo? –le preguntó el comisario.
–Sí... pero le pregunté a su hijo por el sitio donde podía conseguir un mapa del pueblo y aquí estoy.–le contestó Alfredo.
–Si es por eso no hay problema, veo que has conseguido lo que te proponías.–dijo con una intensa carcajada.
–Bueno, me voy.–dijo Alfredo caminando hacia la puerta.
Mientras tanto Vanessa estaba en el tejado esperando a la señal. Había subido escalando por una pequeña grieta en la fachada del edificio. Su pinganillo se activó.
–Vanessa ahora.–le dijo Alberto.
–¿La señal no era "vamos Vanessa"?
–"Vamos Vanessa".–dijo poniendo una voz afeminada.
Vanessa materializó su traje, abrió el tragaluz y entró. Cayó elegantemente sobre los azulejos del suelo. Era un pasillo largo el cual albergaba unas cuantas oficinas.
–Yo no hablo así.–repuso Vanessa.
–¿Quieres que lo discutamos ahora?
–Ya hablaremos tú y yo a solas.
Vanessa se dirigió al final del pasillo, este se dividía en dos, un pasillo a la derecha y otro a la izquierda.
–Ve a la derecha. Te toparás con una puerta de cristal. Tienen un código de seguridad, es tres, uno, cuatro, siete.
Vanessa seguía las instrucciones a medida que Alberto le indicaba.
–Tendrías que ver una puerta a la derecha, una puerta metálica.–le indicó Alberto.
–Hay un problema; hay dos guardias en la puerta.–le dijo Vanessa asomándose a la esquina.
–Los veo.–dijo Alberto al girar una de las cámaras del pasillo.–Vale, quédate donde estás. Uno de los guardias irá a tu posición. Cuando salga del campo visual del segundo agente le noqueas.
Vanessa miró a la cámara y asintió con la cabeza. El guardia abandonó su puesto y se dirigió a la posición de Vanessa. Cuando el agente giró la esquina Vanessa lo derribó con un sutil golpe en la nuca, el guardia pegó un grito demasiado afeminado, lo que hizo que el guardia de la puerta se alertara.
–El segundo guardia va hacia tí.–le indicó Alberto.
Vanessa cogió la porra del agente que estaba tendido en el suelo y la lanzó al otro lado del pasillo. El policía desvió su atención y Vanessa aprovechó esa distracción para agarrarle del cuello por la espalda con sus brazos. Cuando notó que el hombre casi no respiraba lo soltó, el guardia cayó al suelo inconsciente.
–Te abriré la puerta. Detrás están las celdas. Según esta información, se encuentra en la tercera celda empezando por la izquierda.
Vanessa giró la esquina corriendo, un guardia armado con un fusil se la quedó mirando. Ella se tapó la cara con el traje antes de que el agente pudiera reconocerla. El guardia le apuntó con el fusil.
–¿Arriba las manos? –le preguntó Vanessa levantándolas.
–Exacto, ¿cómo has entrado aquí?
–Por la puerta. ¿Me dejará pasar o tendremos que pelear?
El agente quitó el seguro del fusil y le apuntó a la cara.
–Supongo que eso es un no.
El hombre lanzó un culatazo, Vanessa lo paro con el antebrazo y contraatacó propinándole un puñetazo en el abdomen, lo que hizo que el agente saliera volando y se estrellara contra la pared, sus huesos crujieron con el golpe.
–Creeme que lo siento.–se disculpó Vanessa quitándole las llaves de su cinturón. Se dirigió a la celda y la abrió.–Luna...
–¿Quién eres? –preguntó Luna.
–Soy Vanessa, la amiga de Alfredo.
–Sácame de aquí. Antes de que me enfade.
Vanessa abrió la puerta de la celda y la dejó salir.
–Vamos.–le ordenó Vanessa.
Salieron por la puerta metálica y recorrieron los pasos de vuelta. Al llegar al tragaluz.
–Ayúdame a subir.–le dijo Luna elevando un pie.–No tengo fuerzas para saltar.
Vanessa frunció el ceño y la observó con una mirada iracunda; entrelazó sus dedos para que Luna se apoyara en ellos y la aupó. Luna consiguió alcanzar el borde del tragaluz y se elevó a pulso. Vanessa extendió el brazo para que Luna la ayudara a subir, pero ella no lo hizo. Vanessa resopló y saltó para salir del edificio.
–Gracias.–le dijo Vanessa, tras esto saltó del tejado aterrizando sobre el frío césped.
Luna saltó después. Vanessa empezó a correr hacia el bosque seguida de Luna. Al cabo de unos segundos Alfredo las interceptó con el caballo y ellas se montaron cuando el caballo todavía estaba corriendo.
–Hola de nuevo.–las saludó Alfredo.
–Hola.–le saludó Luna sonriente.–Ya tardabais.
–Mejor tarde que nunca.–le contestó Vanessa.–Seguramente tú ni te habrías molestado en aparecer.
–Tienes razón. Me importas demasiado poco como para acudir en tu ayuda.
–Dicen que la primera impresión es la más fuerte.–le aseguró Vanessa.–Créeme, tú y yo nos llevaremos mal, te lo aseguro.
–Caerte bien o mal, no es mi prioridad ni mucho menos.
–Eres odiosa. Te recuerdo que he sido yo la que se ha jugado la piel para sacarte del calabozo.
–Sé sincera, lo has hecho por ti, sino me hubieses ayudado, podría haber muerto gente, y eso no hubiera ayudado a tu propósito de mantenerte oculta a los ojos de las personas. Así que no te hagas la heroína cuando únicamente eres una hipócrita.
–Si fueses consciente del riesgo que corremos no te comportarías así. Lo que has hecho es venir a mi casa y poner todo patas arriba, no tenemos que llevarnos bien; pero si quieres convivir con nosotros deberás ceñirte a nuestras normas, y la primera y importante es: eres humana no puedes mostrar tus poderes a las personas normales.
–¿Y si no quiero acatar tus estúpidas normas?
–No es una opción, es una obligación.–intervino Alfredo deteniendo el caballo, miró hacia atrás para hablar con Luna.–Mira, si no quieres acatar órdenes te puedes ir. Nadie te obliga; pero si yo fuese tú, me callaría, porque si no te quedas con nosotros tendrás que volver al Monasterio, donde sin la protección de Pánter no durarías ni una noche.
Luna agachó la cabeza en señal de sumisión y se calló. Al cabo de unos segundos después llegaron a la casa. Las chicas se bajaron del caballo y entraron en la casa, Alfredo metió a Shasha en el patio trasero. Vanessa bajó a la sala de control seguida de su "inseparable amiga Luna".
Alberto estaba dando vueltas sobre sí en una silla.
–Pues ha salido de perlas.–dijo Alberto sonriente.
Luna se le acercó. Alberto se levantó.
–Soy Alberto, encantado.–le saludó Alberto ofreciéndole la mano.
–Luna.–dijo ella estrechándosela.
–Necesitas algo de ropa. ¿No crees? –le preguntó Vanessa.
Luna la miró de reojo.
–Claro.–respondió.–¿Me la prestas o te la tendré que quitar?
–Hay una cosa que se llama comprar. No hace falta robar. Además te saco casi una cabeza, mi ropa no te valdría. Te dejaré algo de mi hermana, esperemos que no le importe.
–"Te lo agradezco". Ahora dámela...
Vanessa la miró con una expresión poco amigable.
–Ven arriba a ver que quieres.
Los tres se montaron en la plataforma y subieron a la sala de estar.
Vanessa miró a Alberto y le dió unos golpecitos en la espalda.
–Buen trabajo.–le alagó Vanessa.–Espera aquí, ahora bajamos. Si llama Alfredo ábrele
–Vale.
Vanessa y Luna se fueron a cambiar y al poco tiempo volvió Luna.
–¿Tú también eres una de ellos? –le preguntó Alberto.
–¿De ellos?
–Bueno sí, ya sabes una de ellos, una Diosa.
–Suna guerrera del agua. Soy de un Monasterio de la octava dimensión. Puedo controlar el agua, puedo ver lo que ve el agua.
–Que envidia...
En ese momento la puerta principal empezó a ser aporreada rápidamente. Alberto se levantó para identificar al golpeador de puertas profesional, abrió la puerta y Alfredo entró de golpe tirando al suelo a Alberto y cerrando la puerta tras de si apoyándose contra ella.
–Lo siento.–se disculpó Alfredo mirando a Alberto.
La puerta empezó a ser golpeada nuevamente por el otro lado.
–¿Qué ocurre? –le preguntó Alberto.
–Acaricié a un pequeño lobezno que se acercó a la casa, y al parecer a su madre no le hizo mucha gracia.–le contestó con un tono cansado mientras intentaba sostener la puerta.
–Alfredo.–dijo Luna asomándose a la por la ventana del salón.–Creo que no es su madre, sino su padre.
–Mierda. ¿Dónde está Vanessa?
–Cambiándose de ropa.–le contestó Alberto.–Aguanta la puerta, ahora bajará, digo yo...
Tras treinta minutos, TREINTA MINUTOS, ¡¡¡TREINTA MINUTOS...!!! Vale ya paro... Vanessa bajó iba vestida con unos shorts y una chaqueta vaquera.
–¿Que ocurre aquí? –preguntó Vanessa.
–Parece que al padre de un pequeño lobezno no le gusta que acaricien a su bebé.– contestó Alfredo presionando la puerta.
–¿En serio has de tardar media hora en cambiarte de ropa? –le preguntó Luna molesta.
–No, he tardado media hora en colocar lo que tú desordenaste.–contestó Vanessa con un tono despectivo.
Las bisagras de la puerta estaban empezando a ceder. Vanessa caminó hacia Luna y se asomó por la ventana.
–Es el alfa. Es el alfa de una manada que se asienta cerca de aquí.–respondió Vanessa.–Déjale pasar...
–¿¡Pero qué!? ¿¡Estás loca!? –le preguntó Luna mientras se preparaba para luchar.
–Un poco sí. Pero no mucho. Alfredo abre la puerta.–le ordenó Vanessa materializando su arco y tensando la cuerda, cargada con una flecha de luz.
Alfredo asintió con la cabeza giró la llave, agarró el pomo y abrió la puerta. El lobo saltó sobre Alberto derribándolo en el acto; el animal abrió la boca, preparándose para morderle en el cuello. Vanessa le apuntó a la cabeza. En ese momento Ángela entró en la casa y estampó su rodilla contra el costado del lobo, este se giró enseñando los dientes; el animal se lanzó al ataque, pero Ángela fue más rápida y lo recibió con una patada en el hocico la cual lo derribó al instante. El animal babeaba sangre, pero no se detuvo y se volvió a lanzar, esta vez consiguió derribarla. Ángela puso los pies en el abdomen del animal, encogió sus piernas y las estiró bruscamente. El lobo salió disparado contra la pared, algunos de los cuadros de la misma se cayeron. Al final el feroz canino se retiró cabizbajo. Ángela ayudó a Alberto a levantarse cogiéndole del brazo.
–¿Ibas a matarle? –le preguntó Ángela a su hermana con un tono elevado de voz.
Vanessa frunció el ceño.
–¿Qué? ¡Claro que no! Esta flecha solo aturde.–le respondió Vanessa.
–Ah... ¿cómo habéis llegado tan rápido del colegio? –preguntó Ángela.
–La señorita Nuria dará la clase por la noche. Cuando salgan las estrellas.
–¿Os puedo acompañar?
–No, lo siento, Márgara llegará tarde, te toca hacer la cena...
–¿Estás de coña?
–No, hace dos días me tocó a mí, hoy te toca a tí.
–¿Y qué se supone que quieres que haga si se puede saber? –le preguntó Ángela cruzándose de brazos.
–Tú eres la experta en cocina no yo, haz lo que quieras...
–Que conste que tengo testigos, has dicho lo que quiera. Y eso quiere decir lo que quiera, ¿no?
–No me refería... vale lo que quieras.–dijo finalmente con una marcada sonrisa.
–Adiós pues...–dijo empujándolos fuera de la casa.
–Pues nos hemos quedado solas.–comentó Luna.
–Eso parece, ¿sabes cocinar? –le preguntó Ángela.
–No...
–Pues entonces, ¿qué haces ahí parada? Vamos a la cocina, yo te enseñaré. Soy una maestra de las artes culinarias.
–No me des órdenes.
Alberto, Vanessa y Alfredo caminaron hacia la parte trasera de la casa y montaron los caballos, Vanessa se montó junto a Alfredo en Shasha y Alberto montó solo. Eran las siete menos diez, no se podían permitir perder más tiempo, así que empezaron a cabalgar; llegaron al pueblo, la plaza principal era preciosa vista por la noche, las luces de las farolas se reflejaba sobre las cristalinas aguas de la fuente. Cuando sobrepasaron los límites del pueblo la oscuridad les engulló. De repente Shasha empezó a relinchar y saltar a causa de la intensa penumbra. Alberto se detuvo al ver que sus amigos no le seguían y volvió sobre sus pasos.
–¿Qué ocurre? Vamos a llegar tarde.–repuso Alberto acercándose a sus amigos.
–Está demasiado oscuro, los caballos feudales son prácticamente inútiles en la oscuridad.–le contestó Alfredo.
Vanessa extendió el brazo lanzando una bola de luz al cielo. Esta empezó a moverse en dirección norte, donde estaba el colegio. La bola empezó a descender, a tal punto que tocaba el verde pasto dejándolo irradiado por su dulce luz. Los dos caballos empezaron a seguir aquella bella esfera lumínica.
–Vaaaya –dijo Alfredo asombrado.
Vanessa movía periódicamente el dedo en círculos para que la esfera no se desvaneciera en la noche. Al cabo de segundos el colegio apareció en el horizonte, era visible a causa de las luces de la roja fachada. Ellos bajaron de los caballos al llegar al colegio. Toda la clase se encontraba reunida allí, hacía frío así que todos llevaban chaquetas y abrigos. Sobre el campo de fútbol se habían desplegado un trío de pares de telescopios. La señorita Nuria saludó a los recién llegados.
–Señores, ¿serían tan amables de de amarrar sus caballos en el poste de la entrada?
–Por supuesto.–respondió Alberto caminando hacia la puerta principal.
–Alberto, hay un problema.–le dijo Alfredo.–Yo no uso riendas. ¿Cómo se supone que voy a atarla al poste?
–Toma.–le ofreció Alberto acercándole sus riendas.–Podemos atarlos a los dos.
–Gracias...–se lo agradeció Alfredo.
Volvieron con la profesora, esta vez sin los caballos. Los alumnos la rodearon. La profesora cogió unos papeles del suelo y empezó a hablar.
Alberto se frotó los brazos por el frío, pues ni él ni Alfredo llevaban nada más que el uniforme.
–¿Ya estáis todos? –preguntó la profesora.
–Sí.–contestaron todos los alumnos al unísono.
–Vale...–prosiguió la profesora.–Puesto que solo tenemos seis telescopios tendréis que formar cinco grupos de tres.
–Pero profe, sobraría uno.–repuso Alfredo.
–Tú debes de ser Derek. El último será para mí. Ya podéis formarlos.
Los alumnos empezaron a moverse buscando a los idóneos compañeros. Nuestros protagonistas lo tuvieron bastante fácil. A cada uno de los grupos se le asignó un telescopio.
–Vale. No toquéis los telescopios, voy a pasarme por cada uno de ellos para alinearlos.–dijo la profesora alineando su telescopio primero.
La profesora hizo lo que previamente había anunciado. Una vez hecho esto miró a Alba.
–¿Puedes apagar las luces del colegio por favor? –le preguntó la profesora amablemente.
Alba asintió con la cabeza con una expresión de desaprobación y se dirigió al colegio para hacer lo que le había mandado su profesora. Todo era silencio, el armónico canto de los grillos se hacía notar sobre la melodía producida por la fría brisa invernal a su paso entre los matojos. Vaya, qué poético. Todo era calma hasta que el grito de Alba rompió esa calma como si de papel se tratara.
–¿Qué ha sido eso? –preguntó la profesora atemorizada.
Los alumnos empezaron a correr hacia el colegio. De repente todas y cada una de las ventanas del colegio estallaron. Vanessa cubrió con su cuerpo a Alberto y a la profesora de la lluvia de cristales. Alfredo hizo lo mismo, pero con Daniel y Shara.
–Gracias.–le dijo Daniel.
–Todavía no me lo agradezcas...–le respondió Alfredo
Sin previo aviso Alba salió disparada por una de las ventanas del segundo piso. Alfredo sin pensarlo dos veces corrió y la cogió antes de que tocara el suelo. La dejó sobre la hierba, estaba inconsciente. Sus amigas corrieron en su auxilio y apartaron a Alfredo con desprecio. El suelo empezó a vibrar. Vanessa miró hacia arribar, a tiempo para esquivar con un ligero movimiento de pies una flecha negra que se dirigía hacia ella. La flecha quedó incrustada en el suelo. Vanessa alzó la mirada nuevamente. Una figura saltó desde la misma ventana por la que había salido Alba. Aterrizó sobre los cristales clavando una rodilla en el suelo. La figura vestida de negro, poseía una capa color celeste y una especie de falda azul, con una de sus manos sostenía un arco negro. Se levantó para ver a los alumno. No llevaba máscara, estaba dejando al descubierto su cara. Era una chica joven, de la edad de Alfredo, tenía el pelo rubio y corto a la altura de los hombros; tenía la piel plateada y sus ojo derecho poseía cuatro pupilas rojas, mientras que el izquierdo solo tenía una blanca.
–Busco a Alium y a su discípulo.–dijo la extraña tensando su arco.
Vanessa se acercó a la profesora.
–Lleve a los alumnos al pueblo. La clase tendrá que esperar.
La profesora asintió con la cabeza.
–Chicos volved a casa.–dijo la señorita Nuria.–La clase ha terminado, corred.–la profesora empezó a correr tras sus alumnos sin percatarse de que Vanessa y Alfredo todavía seguían allí.
–Creo que me buscas a mí.–dijo Vanessa materializando su arco y su traje.
–¿Quién eres? –le preguntó Alfredo.
La extraña se acercó a Alfredo y le olisqueó el pelo.
–Tu energía es intensa, debes de ser Alfredo. Soy Vetta Fiarolla Diosa de Foron, en Andrómeda. Me envía Líwol, quiere que os lleve ante su presencia si Alium me derrota en combate.
–¿Cuál es tu rango? –le preguntó Vanessa.
– "Z" ¿el tuyo?
– "U".–le respondió Vanessa.
–¿Y tú novato? –le preguntó Fiarolla.
–Creo que no te conviene luchar contra mí –le aconsejó Alfredo materializando su arma.
–¿Zetszun? –preguntó retrocediendo.
Alfredo la clavó en el suelo.
–¿Y tu traje? –preguntó Fiarolla.
Alfredo se quitó la camiseta y arrancó la espada del suelo.
–No lo necesito para acabar contigo...
Fiarolla comenzó a flotar a la vez que se acercaba al joven Dios.
–¿Me subestimas?
Vetta se movió sutilmente hacia un lado esquivando un rayo que pulverizó medio colegio e hizo un boquete en la montaña que había kilómetros detrás. Los árboles más cercanos del bosque fueron arrancados por el aire y un gigantesco estruendo se escuchó a kilómetros.
Vanessa se quedó boquiabierta.
–La energía que acabas de liberar es superior a la de la mayoría de Z's, pero yo no soy una Z como la mayoría –dijo apuntando a Alfredo con el arco.
Alfredo salió despedido cientos de metros al ser impactado por la flecha.
–Tu discípulo ha muerto –le informó Fiarolla a Vanessa quien se giró para ver la columna de humo que se había generado por el impacto.
De pronto Fiarolla impactó contra la fachada al ser alcanzada por su misma flecha.
–¿Me subestimas? –preguntó Alfredo desde la otra punta del campo de fútbol saliendo del humo.
–No lucharé contigo, joven Dios.
De pronto un portal se generó ante las Diosas y Alfredo salió de él.
–¿Tienes miedo? –preguntó mientras su cuerpo su llenaba de tatuajes negros por los cuales se apreciaban las estrellas.
–Eres la primera piel de espacio que veo, terrano –le indicó Fiarolla aterrizando en el suelo–. Podría acabar contigo antes de que pudieras darte cuenta, pero has demostrado tu fortaleza y puede que Líwol quiera algo de ti.
–Entonces yo pelearé contigo –le dijo Vanessa acercándose.
Vanessa generó una flecha y la cargó en el arco. En un abrir y cerrar de ojos Fiarolla lanzó una flecha que impactó en el arco de Vanessa. Ella saltó hacia atrás y lanzó una de sus flechas, esta impactó de lleno en el pecho de su contrincante, Fiarolla ni se inmutó. Cargó una de sus negras flechas en su arco y disparó, Vanessa la esquivó por poco. Fiarolla desmaterializó su arco y se lanzó hacia Vanessa, con las manos envueltas por un humo verde. Vanessa se echó hacia atrás esquivando un puñetazo que impactó en el suelo desintegrándolo. Vanessa aprovechó ese momento para asestarle una patada en la mandíbula que la tiró al suelo; su pierna estaba envuelta en partículas de luz. Fiarolla empezó a cargar sus brazos con ese humo verde, y de rodillas lanzó un rayo de energía a Vanessa, ella puso los brazos en "x"; a su alrededor se generó un campo de fuerza amarillo que abolló el suelo nada más crearlo y desvió el rayo. Alfredo se tiró al suelo para que no lo alcanzara, el rayo impactó contra la fachada del colegio haciendo un boquete al lado de la puerta principal.
–Hora de pasar a la ofensiva.–se dijo Vanessa a sí misma.
Vanessa cargó sus puños con luz y se lanzó contra Fiarolla. Vanessa logró impactar a su oponente en el abdomen con su puño derecho y en la cabeza con el izquierdo. Fiarolla la agarró del cuello y la lanzó contra la fachada del colegio. Vanessa apoyó los pies en la pared antes de llegar y se impulsó. Consiguió tumbar a Fiarolla con un puñetazo en el aire que le asestó en la nariz. Fiarolla quedó tirada en el suelo.
–¡¡Bien!! –proclamó Vanessa llena de emoción, ella miró a Fiarolla y le ofreció la mano para levantarse.
Fiarolla cogió su mano y se incorporó.
–Me has ganado, enhorabuena.
–No me encuentro muy bien...–dijo Vanessa tambaleándose.
Sus ojos empezaron a emitir un fuerte luz, Alfredo se tapó los ojos debido a la intensidad lumínica. El traje de Vanessa se fragmentó y estalló poco después, su ropa se evaporó, y ella se elevó flotante sobre el suelo, su piel empezó a brillar, de repente saltó una chispa y su cuerpo entero empezó a arder en un fuego amarillo, y sin previo aviso abrió los brazos generando una onda expansiva que arrancó de cuajo las porterías y mandó a volar a los seis telescopios, los cuales se hicieron pedazos al aterrizar, de su pecho empezó a generarse su traje; pero, a diferencia de antes, el traje tenía un tono gris claro con una textura mate y la mariposa de su pecho se tornó violeta fluorescente.
–Tu energía, ha aumentado.–le indicó Fiarolla.–No sé cuanto, pero sé que lo ha hecho; tu traje se ha modificado lo que quiere decir que has subido tu letra.
Vanessa permaneció con los ojos cerrados, Alfredo la miró, su esbelto y atlético cuerpo estaba mucho más marcado con ese traje. Ella alzó la cabeza y abrió sus párpados. Sus pupilas habían desaparecido, su iris estaba vacío, solo lo llenaba su distintivo color celeste.
–Creo que te sobreestimas, forónea –le dijo Alfredo mientras desaparecían sus tatuajes.
–No he usado mi poder, solo mi arma –argumento la extraña–. Lo prometido es deuda, llevadme con Chack y marcharemos a Foron.
Fiarolla se relajó, su traje se desvaneció, iba vestida con una blanca camiseta, corta, que dejaba ver su ombligo y sus brazos. Su piel adquirió un color normal y perdió el plateado. Sus pupilas se fusionaron en una y adquirieron un color rojizo. Vanessa hizo lo mismo.
–Vanessa...–le indicó Alfredo.
–¿Qué?
–No tienes ropa.
Vanessa miró hacia abajo sonrojada y volvió a materializar su traje al instante.
–Siento interrumpiros, pero, ¿tenéis medio de transporte para llegar a mi planeta?
–Ese es el principal problema por el que no hemos ido a Foron.–le indicó Vanessa.–Están construyendo la nave, todavía no podemos marchar.
–¿Cuánto tardará?
–Alrededor de un año...
–¿Terrestre?
–Sí...
–En ese caso. Volveré dentro de unos días.–dijo Fiarolla materializando nuevamente su traje.–Con Líwol.
–Espera, ¿vas a traer aquí a uno de los descendientes? Podría hacer estallar la Tierra solo con poner un pie sobre ella.
–Líwol sabe lo de tu madre y tu hermano, terrano. Ha decidido ayudarte.
Alfredo se quedó ojiplático.
–¿¡De veras!? –le preguntó Alfredo abrazándola.
Fiarolla le pegó un empellón que lo tiró al suelo y se sacudió el traje.
–No me gusta que me toquen. Habrá un precio.–le explicó Fiarolla.
–¿Qué clase de precio? –le preguntó Alfredo.
Fiarolla se acercó a Alfredo y le tocó el hombro con el dedo índice.
–Quiere tu poder. Quiere que le transmitas tu poder cuando acabes tu propósito, también quiere a Zetszun.
–De acuerdo...
–No, ni de coña.–le corrigió Vanessa.–Ya te lo expliqué Alfredo, si transfieres tus poderes morirás. El tener en tu bando a uno de los tres descendientes es lo mejor que te puede pasar, pero, ¿de qué servirá si tienes que morir?
–Esa decisión me corresponde a mí. Dile que acepto el trato. ¿Para qué tiene que venir a la Tierra?
–Saltarás en el tiempo, lo necesario para que podáis viajar a Foron.
–¿No nos puede traer el libro a la Tierra?
–Si el libro es sacado de su urna, Raika lo detectaría y movilizaría a todo su ejército si con ello lo consigue, tenéis que ir vosotros.
–¿Cuánto tardarás en ir a tu planeta y volver ¿Una semana?
–Mínimo. Yo no voy en nave, yo me desplazo sobre el espacio gracias al poder del polvo.
–Vale, estaré preparado.
Fiarolla asintió con la cabeza y envolvió su extremidades con un humo rosa.
–Ya nos veremos, Alium, Alfredo.–se despidió Fiarolla mientras el humo la envolvía. Había algo de luz en el remolino de polvo rosa, pero poco a poco se fue desvaneciendo.
Vanessa miró a Alfredo con una expresión de felicidad. Él la observó de arriba abajo.
–Me gusta más este traje.–le dijo Alfredo.
–A mí también.–contestó dando vueltas sobre sí misma con los brazos extendidos.
Alfredo sonrió y la agarró por los brazos para detenerla. Le apartó los mechones de pelo de la cara y la besó, duraron unos cuantos segundos; tras eso Alfredo se montó en Feno, el caballo de Alberto. Vanessa se subió en Shasha. Empezaron a correr de vuelta a casa.
"Piiiiiiii... piiiiiiiiiiiii... piiiiiiiiiiiiiiii"
–Diga... –preguntó alguien al otro lado del teléfono.
–¡No te vas a creer lo que he visto, colega! –exclamó Daniel, entre los árboles, tras haber grabado la pelea.
Mientras tanto..,
–Oye Alfredo.–le dijo Vanessa.
Alfredo la miró.
–Acompáñame...–le pidió.
Él asintió con la cabeza.
–Vamos a rodear el pueblo, no quiero que me vean con el traje.–dijo Vanessa mientras se adentraba en el bosque.
–¿Por qué querrá mi poder? –le preguntó Alfredo cabizbajo.
–En toda la historia del universo, solo tres personas han obtenido el poder de la antimateria, uno de ellos eres tú, otro tu hermano y el último Gruis, almirante de los Akaciados, un "Z". Cuenta la leyenda que solo el poseedor de dicho poder controlará al guardián de las brechas. Shashune, el Kondorax legendario. Por eso querrá tu poder Líwol, digo yo...
–No sé si estoy preparado para lo que se me viene encima.
–Tienes que estarlo. Es la única manera de salvar a tu familia.
Las luces de la casa se divisaban entre los árboles. Se bajaron de los caballos, y una vez en el cobertizo, Alfredo subió los escalones del porche y abrió la puerta trasera que daba a la cocina. Allí Ángela y Luna acababan de terminar de cocinar. De repente sonó el timbre de la puerta. Vanessa se acercó a la ventana del salón y se asomó. El comisario y Alberto estaban frente a la robusta puerta. Vanessa se acercó a Alfredo.
–¿Puedes abrir tú por favor? Voy a ponerme algo de ropa.
Alfredo le dio un par de golpecitos en la espalda. Vanessa subió corriendo las escaleras. Alfredo abrió la puerta cuando ella llegó arriba.
–Buenas noches.–saludó Alfredo.
–Buenas noches, Derek.–dijo el comisario.–Me he pasado por aquí para ver si estabais todos bien. Me ha comentado Alberto lo de las fugas en el colegio. He mandado a una unidad para que acordonen la zona, por si sucede una nueva fuga.
–¡Ah, sí, las fugas! Estamos bien. Había una cazadora que buscaba una tal Alium.
–Sí, ya lo sé, no tenemos registros de ella. Es como si fuera un fantasma. No hay nada de información en ningún departamento ni país...
Ángela se acercó a la puerta.
–Hola comisario, Alberto se puede quedar a cenar, son las ocho y media, cenaremos dentro de poco.
–Está bien. Alberto pórtate bien.–le dijo a su hijo besándole en la frente.
–Dile a Shara que mañana le ayudo con el problema del móvil.
–De acuerdo, se lo diré. Os veré en la fiesta.–dijo el comisario con un gran risotada mientras salía del porche delantero–. Por cierto, Derek –dijo deteniéndose–, lo he estado pensado y tu cara me resulta familiar, en general TÚ me resultas familiar, forma de hablar, caminar, tu condición física; ¿seguro que no nos conocemos?
Alfredo no sabía qué contestar.
–Eh...
De pronto Ángela se acercó a Alberto y lo besó. El comisario Mchoney se ruborizó al momento.
–Delirios de un viejo. ¡Uh! Qué tarde se ha hecho a... a... adiós –se despidió el policía sudando, se fue corriendo a su caballo.
Alfredo cerró la puerta.
–Eso ha estado cerca –dijo Alfredo mientras veía cómo Ángela se separaba de Alberto.
El empollón cayó al suelo.
Ángela no pudo evitar reír.
Alfredo le agarró en brazos. Entraron en el salón y pusieron la televisión. Los cuatro se sentaron en el sofá, Alfredo cogió el mando y puso las noticias. De repente la presentadora, rubia con ojos marrones, se tocó el pinganillo.
–Volvemos a repetir.–dijo la presentadora.–La interpol y el servicio interno de los Estados Unidos pone las cartas sobre la mesa, ofrecen un millón de dólares a la persona que aporte información sobre el paradero de Alfredo Kain.
Alfredo subió el volumen.
–Parece que quieren encontrarle a toda costa.–continuó la presentadora.– ¿Será por la extraña muerte de su padre? Alfredo Kain futuro heredero de L.R. Industries con una fortuna de cincuenta y tres mil millones de dólares se encuentra muy arriba en la Forbes. Actualmente la empresa está a cargo del subdirector y buen amigo del fallecido Javier Kain, Giovanni Pánter. Pasamos con Fiona que se encuentra con el señor Pánter en estos momentos.
–Gracias.–dijo Fiona.– Hola buenas noches hoy nos acompaña el señor Pánter, ¿qué piensa hacer con la empresa si Alfredo no aparece? –le preguntó mientras le detenía cuando salía de un edificio.
Estaban en frente del edificio principal de la empresa.
–Aparecerá, consciente soy de que lo hará, yo no abriría la puerta al temor.–dijo Pánter enseñando un papel con una rara escritura a la cámara.–Le prometí a Javier que si le pasaba algo, cuidaría de su empresa hasta que su hijo pudiera dirigirla y eso haré. Discúlpeme mas la prisa me ataca y he de coger un vuelo.–dijo él mientras se montaba en un Ferrari y se marchaba en la lejanía.
–Ahí lo tienen, aparecerá, eso es lo que dice el director en funciones de L.R. Industries.
De pronto una foto de Alfredo salió en la pantalla.
–Esto es grave... –dijo Ángela marcándole el número de su madre.
Alfredo apagó la televisión y miró a sus amigos.
–Me apuesto lo que queráis a que ese vuelo se dirige a España... voy a avisar a Vanessa.
–¿Qué es ese papel Alfredo? –le preguntó Alberto.
–No son una escrituran, son... símbolos raros suyos.–respondió Alfredo.– Decía que me aprendiera un alfabeto de símbolos, una invención suya. Pone que le están espiando... creo. Voy a decírselo a Vanessa.
Alfredo subió las escaleras de dos en dos y se dirigió al cuarto de Vanessa. Abrió la puerta sin llamar. Ella estaba en la cama escribiendo en una pequeña libreta negra con un estampado de flores rosas. La luz era muy tenue. Ella iba vestida con su pijama, el cual era de ositos, con una capucha y todo, muy mono a mi parecer. Alfredo se sentó a su lado, a la derecha y la abrazó con su brazo izquierdo.
–Te queda muy bien el pijama, Vane. ¿Qué ese libro?
–Mi diario.
–¿Y qué escribes? –le preguntó acercándose para poder ver lo que ponía.
–No sé si sabes la función de un diario. Normalmente es guardar secretos PRI...VA...DOS...–dijo cerrando el diario.
–¿Y qué dicen esos secretos?
–Verás, si te lo dijera dejarían de ser secretos.–le respondió dándole un dulce beso en la mejilla y guardando el diario en el cajón. Alfredo miró dentro del cajón y pudo ver un hermoso anillo de oro con rubíes y esmeraldas. Lo cogió y lo observó.
–¿Este es el anillo del que me hablaste, el que te regaló tu padre? –dijo entregándoselo.
–Sí; pero no me lo regaló, es el anillo real, se pasaba de generación en generación. Lo arranqué del cuerpo inerte de mi padre cuando el palacio fue arrasado.
–Es muy bonito. ¡Ah sí! Tengo buenas noticias. Pánter viene de camino, pero no le podrás ver, le tienen vigilado las veinticuatro horas.
–¡Que bien! Pero, ¿no te ha dicho nada más?
–No, le acabo de ver en la tele... me ha enseñado unos cuanto símbolos...
–¡Ah! Pánter y sus símbolo, a mí también me obligó a aprendérmelos; créeme después resultan muy prácticos.
–Si tú lo dices.–dijo él posando su mano en la pierna de Vanessa el pijama de osito era suave como la seda.– También tengo malas noticias.
–¿De qué se trata?
–Han puesto mi foto en la tele, en el canal de noticias más visto, y seguramente en los demás también.
–Esa es una muy mala noticia –dijo Vanessa sacando el móvil para llamar a su madre.
–No te molestes, tu hermana la está llamando ahora. ¿Te apetece bajar a cenar? –le preguntó Alfredo.
–No, la verdad es que no. La pelea me ha quitado el hambre. Baja tú si quieres, hoy no cenaré.
–Pues entonces yo tampoco. Me quedo contigo.–dijo tumbándose bocabajo en la cama de su compañera.
Vanessa se tumbó a su lado mirando al techo. Alfredo se dio la vuelta y le agarró la mano. Con la otra, Vanessa cogió el móvil de encima de su mesilla y llamó a su hermana.
–¿A quién llamas? –le preguntó Alfredo acercándose la mano de Vanessa a la cara para apreciar mejor las uñas de ella.
Ángela cogió la llamada.
–¿Qué puedo hacer por tí, mi querida y vaga hermanita, que le da pereza bajar las escaleras para decirme a la cara lo que me tenga que decir?
–Id comiendo vosotros. Nosotros bajaremos después. No tenemos mucha hambre.
–Oído cocina, aunque estamos en el salón. Oído salón pues.
ESTÁS LEYENDO
El límite de lo infinito
Science Fiction¿Qué me dirías si yo te digo a tí que cada mundo tiene su dios, digamos algo como un protector? Tras ver cómo su madre era secuestrada y su hermano corrompido por fuerzas malignas; Alfredo, Dios de la Tierra tendrá que unir fuerzas con diferentes...