Capítulo III: Tu odio...mi verdadero castigo.

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Miró nuevamente el portafolio, sintiendo en sus dedos el suave hormigueo, que le invadió desde que había visto nuevamente aquella sustancia verdosa. Era como si le susurrara que la probara, con aquella voz chillona que le había quedado en aquella ocasión. Aumentando cada vez más, aquella necesidad de ceder.

Se detuvo. Y, sin ser consciente de lo que hacía, abrió el portafolio, sacando el pequeño tubo. Tampoco fue consciente de que lo observaba hipnotizado, hasta que una mano toco su hombro, devolviéndolo a la realidad.

—Harry, desde que saliste de la oficina de Menken, te estoy...—se quedó callada al observar lo que tenía en una de sus manos. Lo miró, reflejando la sorpresa que sentía, esperando que dijera algo, pero como no fue así, ella habló —. Harry, ¿eso... eso es el veneno de...? —pero antes de que pudiera seguir, un grito se escapó de sus labios al ver que, lo que parecía ser, una mancha negra se dirigía hacia ellos.

Harry giró. Pero antes de que pudiera reaccionar, fue agarrado bruscamente y levantado, lo cual provoco que soltara el portafolio, pero agarrara con más fuerza el tubo, que tenía en la mano contraria, evitando que éste cayera. Escuchó su nombre, pero ya no había rastro de Felicia. Observó de soslayo, a quien lo llevaba en el hombro, percatándose de que era un hombre calvo.

—¿¡Quién eres!? —gritó, pero no obtuvo respuesta —.¿¡Qué demonios quieres!? —a pesar de que había gritado más fuerte, el hombre no dio muestras de haberlo escuchado. Por lo cual, empezó a moverse, tratando de llamar su atención.

—¡Deja de ser estúpido, niño!. ¡Podemos caer! —la voz era un poco rasposa —. Solo quiero preséntate a alguien

—Pero...

—Oh, ahí está —dijo, interrumpiéndolo, con un tono eufórico.

No alcanzo a preguntarle a quien se refería, ya que aquel hombre lo había dejado caer. Miró el rostro que le sonreía, antes de que, sin poder evitarlo, cerrara los ojos con fuerza, mientras sentía como su cuerpo era jalado hacia el asfalto y el viento golpeaba su rostro. Al final, no moriría por su enfermedad. Moriría justo de la forma en que lo había hecho Gwen.

—"Pero a ti nadie va a echarte de menos... ni siquiera Peter".

Respiró profundo, esperando el golpe, pero este nunca llegó. Abrió los ojos cuando un brazo lo rodeó. Y lo primero que distinguió fueron aquellas mayas rojas y azules, de las cuales una vez se burló.

—."Peter" —se aferró a él, escondiendo el rostro en su pecho. No quería que supiera quién era. Era irónico, porque por varios meses deseó verlo. Pero en ese momento el miedo lo invadió.

Tenía miedo a su odio... miedo a su verdadero castigo.

—Llegó tu caballero trepa muros. Mientras estés en mis brazos nada te pasara —dijo, en forma de broma, a pesar del esfuerzo que le había tocado hacer, tratado de que la persona que llevaba en sus brazos se relajara, pero solo logró lo contrario, ya que sintió como se tensaba y se aferraba más a él. Bajó la mirada, observando solamente el pasamontaña beanie, color negro, que llevaba. Ni siquiera se distinguía si era una chica, o un chico, pero por lo plano que se sentía el cuerpo contrario, supuso que era un chico.

—-Oye, ¿estas bie...? —tuvo que hacer una voltereta en el aire, antes de lanzar una nueva telaraña para evitar un golpe—. "Tengo que dejarlo en un lugar seguro". Después regreso —lo lanzó al aire, sosteniéndolo, con una telaraña, a un edificio —, ¡no te vayas!

Vio al buitre volar hacia una alcantarilla, por lo cual decidió seguirlo. Pero antes de que pudiera llegar hasta esta, el buitre salió e hizo una acrobacia para colocarse detrás de él. Pero al sentir el aire vibrar detrás suyo, se giró, justo a tiempo para esquivar el ataque. En respuesta, el buitre realizó otra maniobra, logrando golpearlo con un ala, provocando que cayera al vacío. Pero alcanzó a lanzar una telaraña, enredándola en la pierna derecha del contrario.

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