3.- Acostumbrada

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Recuerdas el último rayo de sol que viste aquella tarde, cuando mirabas por la ventana de un auto, cuando te alejaban de todo lo que más amabas.

Tú eras una chica extrovertida, curiosa, te gustaba explorar más allá de tus horizontes.

Un día llegaste demasiado lejos.

Tan lejos, que ahora estás atrapada en una celda oscura donde lo único que puedes hacer es esperar tu lenta, tortuosa y agobiante muerte.

Lo aceptaste a pocos meses de estar ahí, te rendiste y perdiste la esperanza de volver a tu hogar. Ya no recuerdas el rostro de tus padres.

Apenas recuerdas tu nombre. Te arrepientes de ser tú la que sufra en ese lugar. Sólo ves rostros de hombres diferentes cada semana que pagan cantidades inconmensurables de dinero para verte, tocarte, abusar de ti.

Eres una esclava de por vida, resguardada exclusivamente para las personas más ricas, importantes y enfermas.

Te preguntas cada día la razón por la cuál tienes que ser tú la que pase por ese infierno día tras día. Eres una bestia de lujo en cautiverio para ellos.

Las personas que entran a tu celda cada día para alimentarte y evitar que mueras porque eres la mayor fuente de ingresos de ese lugar. Tú enriqueces a las personas que se adueñaron de tu libertad sin darte cuenta.

Te inyectan sedantes y drogas para manipularte, sientes que ya no eres tú misma. Que no existe nada en este mundo que te dé una razón para luchar.

Mucho menos cuando recibiste la noticia de que tu familia había sido asesinada y no tendrías lugar a dónde ir aún si te liberaban. Estabas sola en el mundo.

Por eso te quedaste, por eso ya no luchaste, por eso estás tan acostumbrada a sufrir, a servir de mercancía. El dolor es lo que menos te importa.

Ellos fingen ser buenos contigo, fingen ayudarte, pero te violaron y obligaron a tener hijos sólo para comprobar que pudieran heredar aquello de ti que tanto les atraía. Pero no lo lograron.

Entonces quedaste como un trofeo único en tu especie. Considerada la última miembro viva... Del clan Kuruta.

Todo ocurrió esa tarde.
En un parpadeo, desapareciste, te alejaron de casa cuando eras niña, y perdiste todo.

Cada mañana despiertas mirando la oscuridad de tu celda, dudando sobre si abriste los ojos o siguen cerrados. A veces distingues siluetas que están paradas cerca de ti, cuando encienden las luces en tu rostro, ves todo rojo, siempre es así.

No hay día que no estés llena de rencor y odio, todo el tiempo ves en color rojo, tus ojos son lo que a ellos les gusta. Esa mirada en tono escarlata que se intensifica con ayuda de las drogas para forzarte o tu enojo.

— Hoy tienes un nuevo cliente que ha venido desde otro país a conocerte, espero que te portes bien. — susurró un hombre vestido de blanco, era el único con el que hablabas pero nunca eran charlas agradables, te daba terror. Era el Doctor Rusk, un viejo Alemán con tendencias nazis y nada delicado para tratarte.

Cada vez que lo vez quieres matarlo, es tu único deseo. Sí es que aún deseabas algo en el mundo era verlo morir.

Te ataba a la cama con cuerdas cada vez que un cliente iba a verte, por eso odiaba tanto escuchar esas noticias.

Lo único que cubría tu cuerpo era una manta de tela de Peyon, preferias ser envuelta en papel a estar cubierta por esa basura que no calentaba nada.

Al prepararte como siempre, te aplicó un sedante que te mantuvo calmada durante las próximas horas. Hasta que llegara tu visitante.

Pronto sentiste que unas manos se deslizaban sobre tus senos, el frío y la invasión dentro de ti te avisaban que el cliente estaba ahí, otro día más de mierda en el que un sujeto desconocido con dinero se aprovechaba de tu cuerpo.

Una vez que terminó, el hombre admiró tus ojos unos minutos y se retiró. El doctor Rusk estaba complacido porque cada vez eras más tranquila, tu espíritu de lucha ya no existía más.

Eso debido a que siempre habías sido agresiva y te defendías sin fin en cada oportunidad, incluso una vez casi lograste escapar pero no lo lograste, después, al saber que tu clan fue exterminado, enloqueciste, no querías creerlo. Para ti eso era una cruel mentira.

Luego te mostraron las fotos, la noticia, hasta que poco a poco aceptaste las cosas y todas tus esperanzas por ser libre desaparecieron.

Por eso hoy estabas cooperando con todo, deseando morir en cualquier momento y extinguir la especie para siempre.

— Es hora de dormir, criatura. — gruñó Rusk con la jeringa en la mano para inyectarte pero una extraña alarma que tú jamás habías escuchado se activó y el doctor dejó caer todo para salir corriendo de ahí.

También estabas asustada, no sabías qué carajo pasaba, la alarma era fuerte y las luces fuera de tu celda parpadeaban. Estás dentro a oscuras nuevamente con la puerta abierta mirando soldados correr por ahí.

Estabas curiosa y atemorizada, soldados, alarma ¿Acaso era el fin del mundo?

— ¿Qué pasa? — te preguntas ingenuamente, no habría razón para dejar todo tirado y largarse, debía ser un caso de emergencia, algo estaba pasando, definitivamente algo peligroso, empezaste a divagar en tu mente.

¿Un ataque? ¿Apocalipsis? ¿Inundación? ¿Guerra? ¿Explosión? ¿Incendio? Qué podría ser lo peor para que un doctor profesional que no descuida ni un segundo a su paciente la deje sola con la puerta abierta y tire todo lo que trae en mano para salir corriendo.

Para ti en ese instante, cuando ya lo tenías todo perdido, un camino de esperanza se iluminó, una señal muy fuerte en tu vida que te decía. Corre, vete ahora.

Y suspiraste creyendo en tu conciencia, empezando a jalonear tus ataduras para liberarte, esa adrenalina que antes no sentías, esa sensación de una última oportunidad para sacar tu trasero de ahí ahora que todos estaban distraídos en lo que sea que estaba sucediendo arriba.

Escaparás ahora aunque mueras intentándolo. 

K.E.N.Y.ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora