32.- Inmune

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Bajo los suelos de la ciudad, a la sospecha de todos y a la vista de nadie, se encontraban las instalaciones ocultas de una de las últimas "sucursales" de KENYA. 

Famosa entre poderosos y millonarios de bajos instintos.

La red de secuestros más grande del país pertenecía a esta empresa, la mayoría de las personas desaparecidas terminaban aquí sin importar su origen, raza, edad, género, ni siquiera importaba su salud.

Cualquiera que fuera inservible para las otras 4 personas terminaba en la fábrica de Eleonor. Ambiciosa anciana afiliada al canibalismo.

Eleonor, a diferencia de Ashtah, nunca pasó hambre, nació en cuna de oro, complacida por sus padres con todo lo que quería, amante de los platillos de la alta cocina. Adicta a la crítica comensal, no conforme con el helado bañado en oro y los más finos pasteles, decidió entrar a la parte prohibida del mundo de la cocina.

Empezó por ir a los mercados negros, comer animales en peligro de extinción, finos platillos de excéntricas especies peligrosas y raras. Sin embargo, cuando aquella regordeta ambiciosa parecía haber consumido todo, probó la sangre humana. Y se enamoró de su sabor.

Su famosa fábrica de carne era conocida y aclamada por sus clientes como la joya de sus paladares. El dinero era lo menos importante cuando se trataba de consumir carne humana.

Un cliente podía pedir a una persona en específico, sin importar quién fuera. Eleonor se encargaba de desaparecer al seleccionado y convertirlo en sopa al cabo de unos días.

Así de peligroso era ser víctima de esta mujer. Por ello, ni una cadena perpetua podría saldar las miles de muertes que procesaba al año su terrible fábrica. Sobretodo por que su edad era ya muy avanzada, la vida no le alcanzaría para pagar su terrible crimen.

Sin dudas, Eleonor era la menos piadosa, peor que Nathan y Yumei, peor que Ashtah, peor que Kim.

Despertar y verse dentro de una de sus jaulas de acero caliente era una pesadilla que acabaría tan pronto como empezara a sumergirte en aceite hirviendo o destazarte cual cerdo en matadero.

Pero quien quiera que hubiera pedido a un Kuruta en su próximo platillo, se quedaría con hambre.

— ¿Dónde estoy? — Apenas recobró la conciencia después de pasadas unas horas, sus piernas topaban contra las barras de hierro que lo encerraban como un ave enjaulada. Y aún así, Kurapika, se sentía agradecido por estar vivo.

Al parecer no les habían explicado a los empleados de la fábrica que los Kurutas pueden salir fácilmente de sus jaulas colgantes y debían ser clasificados como usuarios nen por defecto. De no haber sido así, Kurapika estaría atrapado y con pocas esperanzas de salir.

Ni siquiera tuvo que usar sus ojos escarlata para salir, sus cadenas le abrieron paso entre las barras para dejarlo libre. Mirar a su alrededor después de saltar al suelo fue lo que en verdad lo llenó de ira.

Cuerpos colgando como pedazos de carne en medio de un procesamiento para molerlos, calderas hirviendo, partes humanas reunidas en diferentes contenedores, algunas ya cocidas o rostizadas.

Kurapika podría resistir muchas cosas, pero su estómago no. Tuvo que cerrar los ojos un momento para procesar la imagen del lugar donde se encontraba y recordar cómo había llegado ahí.

Lo último que recordaba era el rostro sonriente y sádico de aquella mujer que enviaron para capturarlo. Y también recordó haber visto a la niña a punto de ser atrapada.

Había vomitado dentro de un contenedor viejo y vacío, el mismo donde se mantuvo por un minuto.

— Todo este infierno es peor de lo que imaginé, ni siquiera puedo medir la cantidad de odio que tengo hacia ellos, cuando puse las normas en mis cadenas hacía la araña, nunca imaginé nada como esto, no pensé que habría seres tan asquerosos que sobrepasaran la enfermedad de su ambición, ¿cuánto más tengo que esperar para matarlos a todos? ¿cuánto más tengo que hacer para contener mi ira? ya no lo soporto... no lo soporto. — Tenía una intensa migraña causada por la furia contenida, su mente se empezaba a nublar, todo se volvía tan borroso, cada color, cada textura, todo se veía... rojo.

Rojo Escarlata

Habías sufrido de aquella abstinencia durante mucho tiempo, de alguna manera te volviste adicta, tu mente se controlaba con la droga que ellos te aplicaban. Eso era antes de que entrenaras tu mente y cuerpo con ayuda del desarrollo nen. Ahora el efecto ya no era el mismo, ningún sedante ni droga te afectaba más, pero ellos no lo sabían y ese era el punto a tu favor.

Desgraciadamente tuviste que fingir hasta que aquellos hombres terminaron contigo, no moviste ni una uña para evitar lo que te habían hecho, no importaba cuántas veces lo hicieran, seguía doliendo.

— ¿Tenías ganas de otro bebé? ya no llores por tu hija muerta, en nueve meses tendrás otro. — Se burlaba cínicamente uno de los dos soldados que habían abusado de ti.

Tu mirada se perdió en un vacío oscuro, ni siquiera parpadeabas. Estabas desnuda, y aún encadenada al techo, al menos tus piernas ya tocaban el suelo, aunque estaba frío y lleno de inmundicia después del tormento.

Ashtah estaba complacida de verte, amaba ver tu rostro derrotado, tu determinación apagada, tu cuerpo débil y expuesto, hace mucho dejó de importarte eso, estabas acostumbrada a perder la dignidad.

Por eso seguías haciéndolo así, para hacerles creer que todavía eras la mascota, el producto K-005, cuando en realidad habías planeado todo desde el momento en que fuiste encerrada ahí, estabas lista para perder el control.

— Te dije que nadie iba a venir a salvarte. — Susurró en tu oído haciéndote sentir escalofríos, era verdad que Kurapika no había aparecido para ayudarte, pero cuando lo conociste también había llegado tarde y no te diste por vencida, lo hiciste sola, igual que él.

— Sigue adormilada con la droga, debido a la abstinencia que sufrió probablemente tenga un efecto más duradero, puedo aplicarle más si no está segura. — Explicó uno de los médicos privados de Ashtah.

— No, me parece excelente que esté en ese estado, sufriendo como antes, talvez no pueda hablar con ella como quería pero me conformo con saber que no intentará escapar otra vez, de todos modos ya no sirve para nada, ha perdido lo único que creyó tener, libertad. — Gruñó la mujer dándote la espalda para alejarse hacía la salida, no sin antes pedirle un favor a T-70. — Tráelo, para que la vea por última vez, después los matas a ambos.

Al escuchar aquello, querías sonreír un poco, estabas segura de que era él, se trataba de Kurapika, si eso era cierto, entonces no sólo lograrias escapar y acabar con ellos, podrías verlo de nuevo y protegerlo como él te había protegido, era la única esperanza que te quedaba.

Rogabas que entrara por esa puerta, al chico que cambió tu vida.

Pero así de cruel es el destino una vez más, no había cambiado nada, tan sólo se veía más viejo, por supuesto, también él había cambiado tu vida, pero para hacerla pedazos.

Después de 5 años, apareció Kim Tao.

El padre de Kenya.

K.E.N.Y.ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora