26.- No habrá familia feliz

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— Tú... pequeña... ¿cuántos años tienes? ¿Qué haces lejos de tu casa? — preguntó Kurapika a la pequeña que sollozaba con el rostro cabizbajo.

Caíste de rodillas al lado de Kurapika y quisiste abrazarla, tomarla en tus brazos, era mejor que cualquier sueño de tu imaginación. Estaba ahí. La hija de tu sangre.

— Se quedó dormida — escuchaste decir a Kurapika, se levantó y la cargó en sus brazos, notaron su estado físico, estaba débil —  debe estar enferma, llevemosla a un hospital.

¿Enferma? ¿cuánto tiempo habría pasado viviendo en esas condiciones? era tan extraño, estaba vestida con prendas bonitas, no sabías de telas pero seguramente eran finas, eso parecía. Entonces, ¿de dónde salió?

¿Era necesario preguntarse todo eso? no. Porque ahora estaban juntas, más bien. Juntos.

Un francotirador había estado apuntando a tu cabeza desde hacía un rato, para tu suerte, recibió orden de cancelar el disparo unos minutos antes.

Para cambiar de objetivo y apuntar a Kurapika.

Llevaste en tus brazos aquella muñeca dormida, quizás debilitada, pero algo era seguro, era tu hija. Kurapika te la entregó sin decir nada y retrocedió unos pasos. Lo notaste entonces. Alguien más estaba vigilando.

La detonación retumbó en tus tímpanos en un segundo, una bala destrozó un muro entero del edificio detrás de ti, Kurapika acababa de esquivar por un pelo la bala que lo estuvo apuntando, de hecho él siempre supo que estaban siendo asechados pero tú apenas lo viste en el último instante.

— ¡Kurapika! — gritaste asustada, él estaba materializando sus cadenas para detectar al sicario, pero ya no lo encontró.

— Ocultó muy bien su nen o simplemente se fue, probablemente la segunda, no creo que sea tan hábil si no pudo darme con esa bala. — pensó el rubio mirando a su alrededor con detalle.

— ¿Quién hizo eso? ¿Estás bien? — tu corazón estaba latiendo agitado, el pánico de haber sentido tan cerca la muerte fue abrumador, aún caían ladrillos del agujero que quedó en el edificio.

— Vayamonos lo antes posible de aquí. — fue lo único que dijo Kurapika antes de tocar tu hombro y rodearte a modo de escudo caminando apresuradamente hacia su auto.

Te sentaste en el copiloto con la pequeña sobre tus piernas, no pensabas soltarla por ninguna circunstancia. Se marcharon del sitio rápidamente y aún así lograron ser alcanzados por más de esos sujetos.

— Kurapika, nos siguen. — susurraste temerosa.

— Me di cuenta, ponte el cinturón. — te ordenó sin mover sus ojos del camino, buscando un atajo para perderse.

Ocurrió lo que tenía, más detonaciones.

— ¡Están disparando! — gritaste asustada, no querías morir así, no era justo, al fin habías conseguido encontrar a tu hija y estar al lado de Kurapika, los últimos Kurutas para compartir tu legado. Si el mundo se acababa en ese instante, nada habría valido la pena.

— ¡Agacha la cabeza! — Kurapika manejaba lo más rápido que podía, sus ojos empezaban a cambiar de tono.

— ¡¡¡Aaahhhh!!!

Una bala logró lastimar tu hombro cerca de la cabeza de la niña, Kurapika detuvo el auto frenando de golpe, abrió la puerta y se bajó liberando sus cadenas, sus ojos estaban vueltos un completo carmesí, había enfurecido sin remedio.

— ¿Quién disparó? — preguntó observando a los matones que los perseguían, miembros de KENYA, mafiosos contratados para matar a la niña, se encontraron con su propio infierno sin saberlo.

K.E.N.Y.ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora