45.- Expediente

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— ¿Una habitación blanca? —fué su primer pensamiento al abrir los ojos.

Tan parecida a las camas de hospital, rodeada de muros de concreto pintados de blanco, únicamente un vaso de agua al lado sobre una pequeña repisa, sin ventanas y una puerta discreta camuflada en una de las paredes.

Una luz blanca y resplandeciente iluminaba desde arriba, era estrecho y silencioso.

Se preguntaba dónde estaba, intentó bajar de la cama y se dió cuenta de que sus pies tenían grilletes a cada esquina y su cintura estaba atada impidiéndole incorporarse ni sentarse.

—¡Mamá! —exclamó asustada, esforzándose por moverse o de alguna manera salir de ataduras.

Las últimas imágenes de su memoria le hicieron darse cuenta del peligro que la acechaba. Su padre había irrumpido en el colegio para secuestrarla, intentó defenderse usando la fuerza que le brindaban sus orbes escarlata y descubrió que aún así no era rival para un enemigo que planeó capturarla durante 6 años.

No estaba herida, pero sí mareada. Alcanzó a notar un pequeño bote de basura al lado de la cama con los residuos de algún medicamento y jeringas usadas.

Tragó saliva, la habían drogado, recién despertaba tras ser víctima del efecto.

La puerta fué abierta unos minutos después y una enfermera entró con un tripié que sostenía una bolsa con líquido como los que había visto muchas veces en el hospital de Leorio.

—¿Qué hago aquí? — Trató de preguntar a la enfermera, pero esta no le contestó. — ¿Qué vas a hacer?

—Me tomó mucho tiempo recrear este momento. —dijo el hombre entrando en la habitación— Esta vez me aseguraré de que valga la pena.

La enfermera salió de la habitación después de haberle inyectado una nueva dosis.

—Mi madre vendrá a matarte. —amenazó la niña al ver el rostro del hombre frente a ella.

—¿Así saludas a tu padre después de no verlo durante tanto tiempo?

Ella escupió en su cara apenas lo vió acercarse.

—¡No te considero mi padre!

Kim tomó un pañuelo y se limpió la mejilla pacientemente.

— Entiendo, no tienes que verme de esa forma, olvidemos la sangre que nos une, ¿te parece bien? —propuso para luego dar un paso atrás y observarla de pies a cabeza con el uniforme escolar puesto todavía, su mirada lasciva la ponía nerviosa —ya que me impedirás verte como mi hija, cambiemos los papeles, serás lo que siempre desee tener y tu malagradecida progenitora rechazó. —dijo acariciando su mejilla.

>>Los adolecentes tienden a discutir con sus padres y dicen cosas como "tú no entiendes cómo me siento" y ellos responden "yo también tuve tu edad, ¿crees que no lo entiendo?" —se desprendía de la camisa durante el discurso.

>>Voy a ahorrarte esa charla, porque soy considerado. —sonrió tras dejar claras sus intenciones, acercando sus manos a las piernas de la adolescente que temblaba de miedo y a la vez perdía la fuerza para moverse —Te mostraré lo que sentía tu madre cuando tenía tu edad.

A partir de ese momento, Kenya entendería en carne propia el odio y asco que sentías por él.

—Es imposible, ¿porqué tienes el rastreador de Kenya?, ¿en qué momento fué? hace una semana revisé el monitoreo y todavía lo tenía ella. —Confirmó con sus cadenas la presencia del artefacto en tu hombro, poseías dos, lo cuál le confundía mucho.

K.E.N.Y.ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora