Uno

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En la espesura de los bosques se ocultaba un animal, este era pequeño, de piel desnuda y solo con un manojo de cabellos en la cabeza, su cuerpo estaba desnudo mientras con sus manos oscuras de tierra comenzaba a cavar en la tierra bajo un enorme y viejo árbol, solo hace unas cuantas horas se había separado de su madre pues ya era lo suficientemente grande como para independizarse, prácticamente lo habían echado y ahora debía valerse por sí mismo con todo lo que sabía, aún así estaba bastante asustado al estar haciendo una madriguera por primera vez, había visto a su madre hacerla varias veces, pero en ese momento no entendía siquiera cómo poder llegar tan profundo, desde el fondo de sus entrañas pedía que ese lugar sea seguro, había olfateado toda el área que rodeaba a su nueva guarida y la vio favorable. No detectaba a algún intruso y se notaba que quizás un alfa había pasado por allí hace unos días, era el lugar perfecto.

Había logrado cavar lo suficiente como para llegar a las raíces de aquel viejo árbol donde se formaba una pequeña caverna, eso había sido su salvación pues la noche se avecinaba y su visión nocturna no era buena, debía ocultarse de los grandes predadores pues sus colmillos y garras no eran fuertes, además no tenía alfa que lo proteja. La noche en aquel bosque no se parecía en nada a las noches en los pastizales cuando la pasaba con su madre y dormían descubiertos bajo la luz de las estrellas, cuidados bajo la mirada de un gran alfa, su padre.

Con inquietud se arrastró hasta una esquina de aquel nuevo lugar y lo inspeccionó, mató un par de insectos pequeños que encontró allí y se los comió, salió fuera por el pequeño orificio que había cavado, la luz de la tarde se estaba acabando así que con los últimos rayos de luz fue con rapidez hacia unas plantas de hojas finas y amplias, arrancó todas las que pudo y las metió a la pequeña madriguera, esa sería su guarida hasta que un alfa lo reclame; si eso no sucedía no tendría demasiadas probabilidades de sobrevivir. Con cuidado fue colocando las hojas en una esquina, ya mañana tendría tiempo de buscar más, quizás de conseguirse un poco de alimento y explorar aquel lugar, había escuchado agua en alguna parte y olía la humedad del lugar, así que estaba seguro de que tenía una fuente de agua fresca.

Esa noche se durmió inquieto, intranquilo por la soledad que estaba viviendo y porque no tenía a su madre en ese momento, buscando el calor ajeno entre aquellas frías hojas y solo terminando con una fea pesadilla.

En la mañana salió de su fría guarida muy poco descansado, le dolía bastante la espalda pues aquellas hojas no se podían comparar con la suave hierba que su madre recogía para él, pero no podía descansar, debía terminar su madriguera lo más rápido posible y recoger alimentos, su estómago le dolía ya que esos pobres insectos que había encontrado la noche anterior no fueron suficientes. Fue nuevamente hacia aquellas plantas de hojas amplias y arrancó aún más de las que ya tenía, con una roca se deshizo de algunas raíces de aquel árbol e hizo así el espacio más amplio, colocó una capa de piedras y arriba de esta otra de las grandes hojas, siempre intentando hacer todo perfectamente como su madre le había enseñado. La mañana se le fue de las manos mientras iba y venía trayendo hojas, hierba y líquenes intentando hacer una cama suave para descansar, no podía darse el lujo de conseguir alguna piel ya que moriría en el intento.

Acabada su primer y nueva madriguera se sintió bastante conforme, dejó el lugar por un momento, no se sentía muy bien y pensaba que ir al arroyo que pasaba por allí lo ayudaría a relajarse del trabajo. Llegó en pocos minutos y notó que estaba realmente cerca de su nueva guarida, primero se lavó las manos en la cristalina agua, dejando ver aquellos pequeños y blancos dedos, con cuidado se limpió bajo las uñas pues por las malas había aprendido que si no lo hacía dolerían bastante. Se acercó un poco más al agua metiendo sus piernas y pies e hizo lo mismo, luego con parsimonía iba adentrándose a las aguas donde todo su cuerpo fue rodeado y mojado por ella, hundió su cabeza y con gusto mojó sus cabellos, dejando que el agua se lleve todos los sudores y suciedad de su cuerpo. Al salir estaba más relajado, pero el agua siendo tan pura no se había llevado ni un poco de la incómoda sensación que sentía en el fondo de su vientre. Aún sintiéndose extraño fue hacia su madriguera, por el camino encontró unas bayas rojas y sonrió reconociéndolas, su cuerpo estaba frío por el reciente chapuzón, pero sus mejillas se enrojecieron con fuerza por la felicidad de encontrar aquel árbol con frutas, recogió las que pudo y las puso en una corteza que había arrancado de un árbol, juntó una buena cantidad y se comió otra buena cantidad, incluso intentó escalar un poco aquel árbol para llevarse más de lo que podía, todo era bueno pues el día ya estaba llegando a su final y debía regresar a dormir, no quería a la mañana siguiente despertar y no tener qué comer. De repente ya no extrañaba tanto a su madre, podría sobrevivir bien en ese lugar.

Al día siguiente había despertado muy temprano en la mañana por culpa de unos ruidos, estaba demasiado cansado por el trabajo del día de ayer y faltaron mucho más que unos cuantos gemidos de algún desafortunado animal para despertarlo aquella mañana, solo abrió los ojos cuando escuchó un fuerte golpe en el árbol que lo custodiaba, cuando abrió los ojos e inhaló el ambiente algo muy dentro suyo estaba palpitando, se emocionó pues reconocía aquel aroma de alfa, recordaba a su padre con claridad, sonrió sacando solo la vista por aquel agujero, el alfa estaba rodeando el lugar, esperando a que su próxima pareja abandone su madriguera, el pequeño de cabellos claros observó a aquel gran alfa que lo esperaba fuera y sonrió al notar que había un ciervo muerto en el suelo, de su cuello se caía un poco de sangre y seguía retorciéndose, al pequeño se le hizo agua en la boca y dejó su guarida por completo, mirando de reojo al alfa mientras intentaba no apartar la mirada de aquel ciervo. El alfa en cambio solo sonrió al ver a tan hermoso espécimen, jamás se había encontrado con un omega de piel tan pálida y tan pequeño, su aroma también le decía que se trataba de un cachorro y eso solo lo emocionaba más, se alejó un poco del omega y fue a sentarse para observarlo mirar la presa que había conseguido.

Se trataba de un alfa joven y poco experimentado, su padre le había enseñado a cazar y apenas se había independizado lo suficiente como para comenzar a delimitar sus territorios, hace unos días había pasado por ese lugar, pero no había notado la presencia de aquel omega y en la mañana cuando volvía de cazar se había topado con la maravillosa sorpresa de encontrar un omega, su primer omega y parecía uno bastante delicado, quien miraba con curiosidad al animal muerto y acariciaba su pelaje con cariño, levantó su mirada hacia el alfa y le sonrió, este se emocionó pues el omega había aceptado su oferta y se acercó al ciervo con rapidez, el omega había decidido qué quería de ese ciervo y el alfa lo complacería, tomó una roca lo suficientemente filosa y cortó la piel del animal desollándolo frente al muchachito, él estaba feliz, su alfa le había traído una hermosa piel de ciervo y también alimento más que suficiente para dos, cuando la piel estuvo completamente fuera el alfa se la dio al omega y este la tomó con felicidad, miró fijamente al alfa sonriendo y este solo se acercó al omega hundiendo su rostro en el cuello ajeno e inhalando aquel hermoso aroma, dejando impregnado su aroma con una lamida justo en aquel lugar, cosa que hizo al más pequeño temblar de pena, bajó la mirada y luego se alejó hacia el río con su nueva piel.

Su madre le había enseñado que si un alfa regalaba una piel a un omega este debía limpiarla y dejarla lista para su secado, solo así podía utilizarla. La lavó y con una roca le quitó todo el resto de carne que podría tener, con un puñado de arena limpió la piel interna deshaciéndose de toda grasa y dejando una fina capa blanca que sostenía a la piel. Cuando terminó su trabajo volvió a la madriguera donde su alfa estaba cortando trozos de aquella carne con rapidez, lo hacía en trozos pequeños pues los omegas no tenían dientes para destrozar carne y estos debían ser alimentados por sus alfas o a base de frutos. El omega dejó la piel colgada en una rama cercana al sol donde quedaría por unos días para secarse y debía limpiarla repetidamente, en cambio el alfa solo se acercó a él con unos trozos de roja carne que lo hicieron sonreír, creyó que pasaría bastante tiempo hasta que volviera a comer carne y justo allí frente a su rostro un alfa le servía trozos deliciosos de tan preciado alimento. Lo comió con gusto y sus entrañas se retorcieron de placer, apenas había pasado unas cuantas horas y ya sentía que se volvería loco, ese alfa era muy bueno y su aroma hacía que sus sentidos se sientan adormecidos, el alfa lo tomó del cuello y unió sus labios con los ajenos, ese acto provocó tanto emoción como relajamiento por parte del omega quien había visto a sus padres hacer eso por tanto tiempo, pero en ese momento se lo hacían a él, no entendía mucho en ese momento, como la sensación de cosquilleo y adormecimiento de su cuerpo, se dejó caer sobre el pecho de su alfa y cuando se separaron el omega solo estaba jadeando con rapidez y sonriendo perdido por el reciente acto. El alfa inhaló aquel aroma tan hermoso y sin pensar demasiado lo levantó y lo llevó hasta la madriguera donde ambos entraron, el ciervo no importaba demasiado en ese momento; el omega había entrado en celo.

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Bestia [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora