Las cintas que transportaban el equipaje se pusieron en marcha exactamente dieciséis minutos después de que Alba, Natalia, Miki y Joan desembarcasen. La temperatura de Budapest en esa época del año rondaba los quince, veinte grados. El sol estaba alto y los últimos rastros de nieve desaparecían, de forma perezosa, protegidos en las sombras de los edificios.
Natalia divisó por fin su maleta, avanzando lentamente por la cinta, y no dudó un instante en lanzarse a por ella. Alba sujetaba la suya, entusiasmada. Ver a sus amigos en la ciudad en la que había pasado todo un año de Erasmus y que tan bien conocía aún se le antojaba un sueño hecho realidad. En concreto, ver a Natalia allí era lo que le parecía un sueño, aunque no se permitía pensarlo demasiado.
Conocía a Natalia como si hubiesen pasado juntas toda la vida. Se había acostumbrado a sus ideas fugaces y alocadas, al humo que manaba de su cigarro y al que salía de su cabeza cuando se concentraba demasiado en una canción. Sabía cuándo, cómo y cuánto era Natalia, pero eso no la ayudaba. Mario se había encargado personalmente de minar toda su seguridad, su autoestima y su capacidad para confiar. Desde luego, Alba Reche no quería ser una carga para ella, ni que Natalia pasase meses intentando recomponer algo que otros habían destrozado y que no sabía si tenía arreglo.
Lo que no sabía es que Natalia tenía todas las herramientas con ella, preparada para arreglar cada roto y dispuesta a querer cada milímetro de aquella mujer que siempre la había fascinado. Y no se rendiría fácilmente ante nadie más, pues las dos horas de avión habían confirmado lo que ella ya sabía: que bajo todo ese miedo seguía latiendo la misma chispa, el mismo brillo que Alba emanaba por doquier. Tan sólo necesitaba romper la cárcel de terror en la que se encontraba.
Miki y Joan, para nada ajenos a los sentimientos de sus amigas, habían tomado la iniciativa de ir a llamar a un taxi para dejar correr un par de minutos a solas entre las chicas. Un movimiento poco acertado, pues ni ellos sabían húngaro ni los taxistas sabían inglés. Y allí se encontraban, preguntándose qué tenía el destino, que tan caprichoso se antojaba, y que parecía unir a aquellas dos personas por algo más que un hilo rojo.
-Alba está... diferente -comentó Miki, apoyándose sobre la pared de cristal. La palabra horrible fue la primera que pensó, aunque decirla delante de Joan sería un suicidio.
-Lo ha pasado muy mal. Necesita tiempo y cariño, alejarse de Mario y descansar -suspiró Joan, acordándose de las noches en las que Alba le llamaba, llorando y suplicando porque la sacara de casa tan si quiera unas horas.
-Me imagino que sí. No quiero ni pensar qué podría haber pasado si lo suyo con Mario...
-Estaría muerta -le interrumpió Joan.- De ser por Mario, Alba estaría muerta en menos de seis meses.
Esa era la realidad a la que él se había tenido que enfrentar. Bueno, junto con María. La rubia también se había pasado noches enteras junto a Alba, alguna que otra madrugada en el hospital e incluso se había encarado con Mario más de una vez. Él no. No podía verlo, y Alba le suplicaba que no lo hiciera, consciente de que Joan no habría discutido nada con él. Le habría partido la cara tan fuerte que todos sus muertos le habrían hecho la ola tres veces.
Apretó los puños y respiró profundo. Todo aquello había pasado ya. Alba estaba bien, a salvo y con Natalia. Estaría mejor. Iría a mejor. Si de algo estaba seguro, es de que aquellas dos se necesitaban, se completaban y se inspiraban. Pero eso no iba a hacer que dejase de preocuparse por su amiga.
-Hemos sido bastante tontos al venir a buscar un taxi sin tener ni zorra de húngaro, ¿lo sabes? -rió Miki, pasados unos minutos. La gente se aglomeraba en la puerta, tirando de las maletas.
-Bueno -se encogió de hombros Joan,- al menos les hemos dado tiempo a solas. Lo necesitaban.
-Lo mismo al final de este viaje tenemos una pareja nueva, ¿eh? Dos semanas en un país lejano, visitando pueblos alejados de la mano de Dios, dan para mucho.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?