El tiempo discurre de forma irregular en ciertas localizaciones, se dijo Natalia. Aquella estación era uno de esos lugares embrujados en los que el tiempo parece no pasar y a la vez agotarse. Estaba coronada por sendas cristaleras que permitían al sol descender, perezoso y lúgubre, sobre los establecimientos y viandantes. Un par de plantas de plástico terminaban de rematar la faena, recordatorios involuntarios de que allí la vida es de otra manera. Resquicios de inmortalidad.
Alba la observó de lejos, balanceándose adelante y atrás, oteando con ojos de recién nacida cada pared y detalle, y se apresuró a llevarle el café tibio que había comprado en un pequeño establecimiento aledaño. Miki y Joan se habían lanzado a la aventura de encontrar un puesto de cambio de moneda, nombrando a Alba y Natalia guardianas de sus maletas.
-Toma. Te vendrá bien.
Natalia, sobresaltada, escrutó a Alba de pies a cabeza, como si nunca antes la hubiera visto, y trazó el contorno de su brazo hasta alcanzar el culmen, en el vaso de plástico barato que le tendía y que ella aceptó de buena gana.
-Gracias, Albi -asintió, relegándola de la carga e inclinándose para ofrecerle una más pesada: un beso en la mejilla, más cercano a los labios de lo que se permite para la amistad, y que habría de rondar la cabeza de la rubia durante el resto de la espera.- Eres un sol.
Alba tomó asiento, no sin dificultad, en uno de los enormes maceteros, apurando el borde. Bebió café para ocultar el sonrojo que se había adueñado de sus mejillas y exhaló un rastro de humo. A Natalia le pareció un conjuro de sus memorias y deseos, un espejismo. La idea desechada de que Alba volviese a su vida era un improbable al que se aferraba, sin esperanza, en su intimidad plena, y que negaba frente al resto del mundo. Y ahí estaba, plantada a su lado, con los colores subidos por el cálido beso del café y jugando a hacer nubecillas de vaho, como si el tiempo para ella fuera un factor inservible. La vida, sin duda, tomaba los caminos más inesperados. Para bien o para mal, aún no sabría decirlo.
-Me alegro mucho de que hayas venido, ¿sabes? -confesó, apartando la vista de Alba y escudriñando la pantalla de lo que suponía como las salidas. Aún quedaban quince minutos.- Al principio no quería que vinieras.
Alba fingió que aquella confesión no le dolía.
-Yo también me alegro. De poder estar aquí, contigo, con Joan y Miki. De estar viva.
Esa última afirmación no pasó desapercibida por su compañera, quien la miró, confusa, esperando una explicación que no sabía si podría dar. Su contraparte se disponía a intentarlo cuando Joan y Miki desdoblaron el pliegue de tiempo en el que se hallaban, ataviados con florines húngaros, dulces y billetes de autobús. Quizá sólo por eso, Natalia no les odió demasiado.
Dio buena cuenta de un bollito de crema y dos panecillos de azúcar, regándolo todo con café y sin perder de vista la hora y el número de dársena, acuciando a sus compañeros para que se dieran prisa. Se preguntó si diez minutos bastarían para encontrar el autobús y los arrastró por la estación mientras ellos intentaban acabar el desayuno.
El revisor no les puso pegas alguna, a pesar de que a penas quedaban dos o tres personas en la cola para subir y de que había cerrado las bodegas. Cargaron sus maletas y subieron a bordo, buscando los asientos correspondientes. Alba seguía a Natalia de cerca, admirando el corte de pelo que no recordaba y recordando sueños húmedos en los que enredaba los dedos en él. Suspiró y se dio de bruces con la espalda de su amiga. Natalia, que había encontrado los asientos antes que la fantasía de Alba su final, se sentó junto a la ventana y esperó pacientemente a que su embelesada compañera tomase ejemplo.
-Perdona Nat, estaba distraída.
-Ya te veo. ¿Todo bien?
-Sí, sí -se apresuró a contestar, sentándose.- Todo perfecto.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?