La súplica de Natalia hace que los dedos de Alba se deslicen con tortuosa lentitud entre sus pliegues. El deseo, líquido, baja por su mano y la rubia se deleita con la anticipación de su amiga.
-Está chorreando -ronronea, cerca del sexo de Natalia. Un escalofrío la recorre de pies a cabeza, agarrándose al mármol del lavabo como si fuese un salvavidas.
-No es para menos -masculla, tragando saliva y observando, desde arriba, cómo Alba Reche le regala humedad caricias en el interior de los muslos.
Sus dientes atrapan momentáneamente una pequeña porción de su piel, besándola justo después y prosiguiendo con el camino que ha trazado mentalmente y que culmina en el punto más sensible e hinchado de Natalia.
Se hace de rogar. Continúa el recorrido y, cuando parece a punto de alcanzar el cénit, cambia de pierna. Natalia se impacienta, pues las yemas de Alba entre sus labios no son suficientes para calmar el hambre voraz que le ruge en el bajo vientre.
La rubia se deleita momentáneamente con los suspiros de Natalia, tomándose su tiempo. Saca la lengua y se atreve, por fin, a probarla, arrancándole un gemido de paso.
Ella, por su parte, se deja hacer. La boca de Alba explora con curiosidad su sexo, y no puede evitar excitarse más todavía con la visión del rostro de la rubia hundido entre sus piernas. Cierra los ojos y echa la cabeza para atrás, dándole espacio para continuar atendiendo esa necesidad animal que demanda ser saciada.
Los dedos de Alba no tardan en hacerse de notar en su interior, robándole algún que otro suspiro con su leve vaivén.
-Mírame, Natalia -implora la rubia, con la voz ronca por el deseo.
Obedece. ¿Cómo no iba a hacerlo? Se muere por hacerlo, por encontrarse aquellos pozos ámbar desafiándola mientras la devora con ansias. Arde en deseos de más, así que obedece.
Lo que ve no es lo que espera encontrar.
Pozos, sí, pero de obsidiana o petróleo, parecen atrapar su mirada y hielan cada mililitro de su sangre. Natalia traga saliva, incapaz de reaccionar ante la persona, o quizá criatura, que la mira, sonriente.
Los dientes, afilados y finos como agujas, parecen sacados de alguna pesadilla recurrente de cuando era niña. Sus ojos, clavados en ella, brillan, y el rugido de sus tripas hace que Natalia corrobore, por segunda vez, que su final está próximo.
Y cuando la criatura se abalanza sobre ella, Natalia grita.
El golpe seco contra el suelo hace que abra los ojos de sopetón. Le ha entrado algo de nieve en la boca, la cabeza le da vueltas y atina a distinguir dos puntos rojizos fundirse con la blancura espectral del elemento.
-¡Natalia! -exclama Miki, sujetándola, de nuevo, entre sus brazos.
-¿Dónde estamos? -murmura, haciendo ademán de incorporarse. Su amigo no lo permite.
-En el cementerio. Oímos un grito y... vine corriendo y tú estabas... como hundida, fundida... no entiendo cómo... -explica, trabándose con las palabras y atropellándose en la dicción.
-Imara -concluye ella, haciendo una mueca de disgusto.
-¿Imara? ¿Qué dices? Está con Alba y Joan, ella no...
-Miki. Sé lo que he visto, ¿vale? -espeta, apartándose de él y poniéndose en pie. Se sacude la nieve de los pantalones, girándose y analizando sus alrededores.
Miki la imita, confuso. No encuentra explicación a encontrarse a su mejor amiga a punto de hundirse en una placa de mármol, ni a la inconsciencia que siguió al suceso, o a que Natalia esté tan segura de que ha sido Imara, si esta última permanecía junto al resto del grupo. Se masajea el puente de la nariz.
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Bienvenido al Norte | Albalia
ParanormalCuatro amigos. Un viaje. ¿Qué podría salir mal?